Finalmente se cumplió la amenaza y EEUU designó a las Guardias Revolucionarias de Irán como “Organización Terrorista Extranjera”. Se trata de la primera ocasión que el Departamento de Estado asigna el grado de “Organización Terrorista Extranjera”, el más severo de todos, a una rama completa del ejército de un estado. Como respuesta, Irán designó a Estados Unidos como un país que apoya al terrorismo, y al Comando Central del ejército estadounidense como una organización terrorista. Esto tiene importantes repercusiones.

Primero, “terrorismo” es un concepto cargado, normalmente asociado con un tipo de violencia extrema que engloba lo “peor” de las violencias. Por tanto, ser llamado “terrorista” es automáticamente estar colocado del lado del mal. La cuestión es que ese término se usa por todo tipo de actores para nombrar enemigos, para justificar invasiones, combates o luchas militares. Pero cuando cualquier clase de violencia extrema podría ser calificada como “terrorismo”, el término deja de tener sentido y deja de describir a una categoría específica que sí existe.

El terrorismo no es violencia que causa terror, sino violencia perpetrada contra civiles o no combatientes PARA causar terror en terceros, la audiencia-objetivo. A través de ese estado de terror, se pretende canalizar mensajes, reivindicaciones, ejercer presión psicológica en sectores de una sociedad o una sociedad completa a fin de acercar a los atacantes a sus metas percibidas, las cuales normalmente son políticas. Ahora bien, es posible rastrear la participación de ciertos sectores del ejército iraní en el apoyo de actores que perpetran atentados que sí son descritos por lo que describo, pero la realidad es que las designaciones ocurridas esta semana no tienen nada que ver con eso.

Lo que estamos viendo es la continuación de una espiral conflictiva entre EEUU junto con algunos de sus aliados, e Irán. Esta espiral había sido relativamente desactivada durante la administración Obama mediante la firma de un acuerdo nuclear, y otro tipo de factores. Ese acercamiento fue mal visto por los mayores rivales regionales de Teherán: Israel y Arabia Saudita, aliados de Washington que se sentían traicionados por Obama.

Pero Trump cumplió. Abandonó dicho convenio nuclear, reactivó las sanciones contra Irán a fin de aumentar la presión sobre ese país y así, desafiar sus pretensiones e influencia regional y global. La designación de las Guardias Revolucionarias como Organización Terrorista Extranjera forma parte de toda esta ofensiva. De hecho, si hacemos caso al Twitter de Netanyahu, la inclusión de las Guardias Revolucionarias en las listas de terrorismo fue producto de su consejo.

Pero más allá de Israel y de otros enemigos de Irán, Trump se muestra para su audiencia interna—la que verdaderamente le importa—como un presidente que cumple, como ese mandatario que se está encargando de dar reversa a “los malos pasos” de Obama, como un político preocupado por la agenda conservadora.

Nada de esto es completamente nuevo, pero estamos sin duda ante una escalada cuyo problema mayor es que, en la designación de una rama de un ejército estatal como organización terrorista, se abre la puerta para que otros países hagan exactamente lo mismo en contra de estados rivales y enemigos, lo cual no solo contribuye a la desinformación y confusión sobre una manifestación muy concreta de la violencia, sino que aleja las posibilidades de negociación entre países enfrentados como EEUU e Irán, alimentando en cambio, las llamas de espirales retóricas y conflictivas entre ellos.

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