Nos encontramos ante un gran número de cambios históricos, que alimentan el que, cada vez más, la vida cotidiana sea similar en todo el mundo. Lo habitual, el día a día llega a ser lo mismo en las principales ciudades mundiales. Ya sea que se esté en Manhattan, Ciudad de México, Honk Kong, Ottawa, Barcelona o Berlín, encontramos en todos que los servicios no varían.

La economía global atraviesa fronteras no sólo en lo referente a exportaciones e importaciones o comercio internacional. Los servicios encuentran cada vez mayor similitud de respuestas fuera del propio país. La dinámica actual ha cambiado en tal magnitud los hábitos de los habitantes globales, que básicamente no dudan de lo que pueden recibir en donde quiera que estén. Ellos no requieren conocer ni respirar lo local de cada lugar al que llegan, ya sea por cuestiones laborales o simplemente por placer. Su vida no se acerca a lo local y tampoco tiene interés en conocerle. Viven de lo global.

Hay personas que saben que, sin importar el país al que arriban, se aseguran de antemano de encontrar lo que no cuestione ni dilate su cotidianidad. Por ejemplo, una cadena de hoteles, como los Marriot, les asegura el mismo servicio y confort sin tener que enfrentar inconvenientes que les plantearía el arriesgarse al quedarse en algún hotel del lugar. Los servicios son exactamente iguales en todo el mundo. Los menús no varían en lo sustancial, aunque ofrecen en ocasiones platillos tradicionales. La incertidumbre es cada vez menor una vez que se sale de casa, en cuanto a lo que los servicios respectan.

El modelo económico global comienza a abrir alternativas. Los empleos tradicionales no son los únicos que permiten una actividad laboral formal. La falta de espacios ha obligado a desarrollar una creatividad a nivel mundial que va más allá de lo establecido. En ocasiones hasta lo cuestiona. Tal es el caso de Uber que ha sido altamente atacado por muchos sectores y taxistas de la sociedad en diferentes países, pero que sin embargo, ofrece una alternativa atractiva para un público ampliado y específico. Responde a las necesidades que otros servicios no han sido capaces de satisfacer. Igual se le puede solicitar en el DF que en Boston y la dinámica no cambia. Simplemente al estar registrado en su plataforma, se le puede utilizar en los países en los que es accesible. Ni siquiera se tiene que cambiar de tarjeta de crédito. Qué lejos quedaron aquellos tiempos en los que se tenía que viajar con los numerosos travelers checks y cambiarlos a la moneda local. ¡Cuánto dinero se podía perder en las transacciones y/o en el tiempo para llevarlas a cabo! Ahora la oferta es otra. En la medida en que se participe del mundo globalizado, nadie cuestiona siquiera los métodos de pago. Son los mismos en todas partes.

Mientras se cuente con plataformas tecnológicas, sucede lo mismo. Igual se accede a Uber en otro país que se puede ver una película en Netflix. Hasta el costo del acceso a ésta última aplicación es el mismo. Lo propio sucede con la música. Plataformas como Spotify permiten disfrutar de la música que a uno gusta en todas partes. ¿Qué decir de otras opciones como Amazon? El mundo cambió y lo global es cada vez más local para quienes tienen los medios y la tecnología necesarios. Qué lejos quedaron también aquellos viajes en los que uno pagaba enormes sobrepesos por los libros adquiridos como últimas novedades. Hoy, llegan a su destino sin necesidad de cargarlos y en cada vez más ocasiones, se les recibe en los gadgets electrónicos que se usan cotidianamente. La nostalgia del pasado está muy alejada de la nostalgia futura. El mundo cambió.

Internacionalista.