(Sobre la federación de Chiapa a México)

Eraclio Zepeda, siendo Secretario de Gobierno del estado de Chiapas, ofreció una charla el 14 de septiembre de 1995, con motivo de la conmemoración 171 del aniversario de la Federación de Chiapas, en esa oportunidad estaba presente Julio César Ruiz Ferro, gobernador de Chiapas en eses entonces, y muchos jóvenes. Es obvia la elocuencia que identifica a nuestro querido Laco, pero también su amplio conocimiento de los procesos históricos de Chiapas, muestra evidente es la tetralogía novelística que nos legó, y que posiblemente el FCE los vuelva a editar en una caja especial, que contenga los cuatro tomos de la zaga histórica, constituida, por: “Las grandes lluvias” (2006), “Tocar el fuego” (2007) y “Sobre esta tierra” (2012) y “Viento del siglo” (2013)

“Mexicanos todos

En este día, en el año de 1824, decidimos ser definitivamente mexicanos. En 1821, en Comitán inició la independencia: de Chiapas primero y de todo Centroamérica enseguida, para sumarse al efímero imperio de Agustín de Iturbide. Al producirse la derrota de aquella zarzuela con el triunfo inevitable de la república, los estados centroamericanos rompieron sus lazos con la patria recién nacida: ellos se habían integrado al imperio criollo ahora derribado, no a esta joven república gobernada por mestizos y mulatos. Sólo nuestros tatarabuelos chiapanecos continuaron con el debate sobre su destino: ¿Cuál sería el triunfo de Chiapas? Levantar un país con el resto de las provincias que formaron la antigua capital general, o bien constituirse en un estado independiente, o ¿solicitar su ingreso a la república mexicana en condiciones de igualdad al resto de sus territorios? Estas fueron las tres opciones discutidas. Los chiapanecos votaron y se decidieron por la patria grande mexicana. Mi generación es la última que mantiene relación directa con aquellos precursores: somos sus tataranietos; nuestros hijos son ya, tan sólo descendientes de ellos. Los tatarabuelos de nuestros hijos nacieron ya mexicanos. Chiapas, entonces, aportó a la patria territorio, riquezas y culturas nuevas. La patria creció por la voluntad expresada en el plebiscito. La frontera saltó sobre nuestro territorio con un ágil movimiento: antes de ese día éramos Frontera Norte; desde entonces somos Frontera Sur.

Aportamos a México nuestras dos ciudades madres, semillas de todas las otras poblaciones, Chiapa de los indios y Chiapa de los españoles, las dos Chiapas, Las Chiapas pues como se conocía la provincia, con sus pueblos, sus lenguas, sus tradiciones, nuestra tierra, todo, con sus aguas sus y montañas fue sumada a la grandeza mexicana. Por eso hasta ahora somos orgullosos herederos de nuestra historia, de la integridad de nuestro territorio, de nuestros diversos rostros y corazones.

La primera mitad del siglo XIX fue un lento caminar hacia la unión elegida. Las distancias eran enormes y los tiempos difíciles en México, con la sucesión de guerras civiles y oscilaciones constantes entre el federalismo recién nacido y el centralismo que persistió.

Don Joaquín Miguel Gutiérrez, desde nuestro Tuxtla, marcó el rumbo del federalismo como nos correspondía por lógica de nuestra acción integradora.

Los tiempos históricos marchaban a ritmos diferentes entre nosotros y el resto de los mexicanos. La sociedad, en Chiapas, permaneció igual que en la colonia bajo la dictadura de los criollos impuesta al resto de la población. La miseria permaneció igual aunque ahora ya no era colonial sino republicana. Fue en 1857 cuando por primera vez el reloj de Chiapas marcó la misma hora con la nación. Don Ángel Albino Corzo, sin duda nuestro héroe más alto, dirigió a los chiapanecos por el camino de Juárez. Con la reforma, derrumbó primero a los conservadores y después a los imperialistas, aliados de los franceses. Destruyó los intereses que persistían desde los tiempos de España, impulsó fuerzas sociales nuevas, fortalecidas por las tierras disfrutadas antes por la iglesia: surgió, merced a la reforma, una fuerte generación de rancheros liberales. Pero las normas nuevas también golpearon a las comunidades indias que fueron despojadas de sus territorios, hasta entonces protegidos por las leyes que venían desde el tiempo de España.

Don Ángel Albino Corzo confío en don Pantaleón Domínguez para encabezar la expedición de voluntarios chiapanecos que acudieron al llamado del presidente Juárez para defender a México de las tropas francesas. A pie, probablemente armados, muchos de ellos descalzos, los combatientes chiapanecos avanzaron hacia Puebla donde el honor del pueblo sería defendido. En el combate nos creció la patria, conocimos entonces a los otros mexicanos en el mejor de los escenarios posibles: la defensa de la casa común. A la muerte del general Zaragoza los chiapanecos integraron la escolta que trasladó los restos del héroe a la ciudad de México.

Nunca habíamos tenido, ni tuvimos después, una generación de constructores, de transformadores tan vigorosos como los de la generación de la Reforma. Sin embargo, las armas que retornaron victoriosas de Puebla fueron también empleadas para sofocar la gran insurrección chamula de 1868.

Los rancheros victoriosos, trabajando la tierra que había sido de la iglesia y de los indios, se convirtieron en nuevos hacendados que apoyaron la dictadura de don Porfirio Díaz. Cuando la revolución cabalgó por el norte del territorio mexicano, los tiempos en Chiapas fueron de calma inicialmente. El obispo de San Cristóbal intentó una falsa insurrección india utilizando al llamado “Pajarito”, quien supuestamente dirigía las acciones como un personaje de guiñol.

La Revolución llegó finalmente en 1914 trayendo las leyes nuevas que el pueblo triunfante había programado: la primera Ley de Reforma Agraria, la ley prohibía las tiendas de raya y destruía el sistema de peones acasillados en las fincas. Sin embargo los revolucionarios quisieron imponer estas leyes con esa violencia que es hija de la prisa. El resultado fue el rechazo de aquellas justas normas y la insurrección de los hacendados convertidos en cabecillas de ejércitos formados por sus propios peones. Así fue como muchos campesinos chiapanecos murieron en los campos de combate, empeñados en una lucha que rechazaba la tierra, la libertad y la justicia. Muchos peones murieron luchando contra ellos mismos, sin saberlo. La guerra civil, esa hoguera temible, incendió los campos de Chiapas. La paz era la esperanza más buscada. El poeta José Emilio Grajales escribió un canto que habría de convertirse en nuestro himno “Cese ya la lucha entre hermanos… que se acabe la odiosa venganza…” La intolerancia del incendió arrebató la vida del poeta, en medio de una atroz tortura.

Y sin embargo estas fuerzas que luchaban contra la revolución no pudieron ser derrotadas y la república acabó pactando con ellos. De esta manera los hacendados que encabezaron las fuerzas contrarrevolucionarias, se convirtieron en generales reconocidos por el gobierno y el principal de ellos fue el primer Gobernador Constitucional de Chiapas. Como es lógico, la revolución no llegó por esos días a nuestras tierras.

Fue hasta el gobierno del presidente Cárdenas cuando las leyes agrarias iniciaron el reparto de las tierras en nuestro Estado, los latifundios empezaron a desmembrarse, y los elegidos a constituirse en beneficio de los campesinos, muchos de los cuales habían combatido esa idea con las armas en la mano. Las tierras arrancadas a las comunidades por la ley de Desamortización de Bienes, empezaron a regresar a las manos de los indios, sus legítimos dueños. Pero al final del gobierno del presidente Cárdenas, el ritmo del reparto fue reducido y se acumularon en las oficinas las resoluciones presidenciales no cumplidas en una maraña de argucias burocráticas.

En los años setentas, nuevas fuerzas surgieron en los valles, las montañas, y las cañadas de Chiapas: como hormigas fueron trayendo, hojita tras hojita, la Ley Agraria. Fue, gracias al esfuerzo de éstos luchadores, como se logró que empezará a aparecer en Chiapas lo que era cotidiano en el resto de México desde hacía mucho tiempo. En el resto del país la reforma agraria había sido rechazada por el Estado, en Chiapas muchas veces se hizo contra el Estado. Eso explica la desconfianza y la independencia de muchos de los mejores dirigentes agrarios.

En la vida de nuestra generación, la de los tataranietos de quienes fundaron la mexicanidad en nuestras tierras, hemos visto los cambios más profundos que Chiapas haya experimentado en toda su historia. La última mitad del siglo XX transformó nuestra geografía a una escala sólo comparable a la altura de la sierra que abrió el nuevo cauce de las aguas a través del Cañón del Sumidero.

Los chiapanecos, con el auxilio de todos los mexicanos, detuvimos cuatro veces las aguas del gran río, dominando con nuestras manos el torrente: fundamos mares internos contenidos por las presas y los cerros. Miles de hectáreas de nuestros mejores valles, tan escasos, quedaron sumergidos. Las tierras antes agrícolas se convirtieron en potentes nidos de energía que enviaron las hidroeléctricas a toda la república. Nuestras llanuras del norte fueron interrumpidas por las torres del gas y del petróleo que entregamos fraternalmente a toda la nación. Cuando en otras partes de la geografía nacional faltaron tierras, recibimos a los colonos de muchos estados para que fundaran ejidos y poblados. La selva antes tan lejana, fue destruida en pocos años y sus bosques milenarios agotados, transformados en potreros de bajo rendimiento. En medio de este múltiple desarrollo, alcanzado con desgracias ecológicas, la vida de los indios continuaba casi igual, sin cambios notables, sin que la grandeza mexicana tocara las débiles puertas de sus chozas.

El primero de enero de 1994 quedará

marcado en la historia de Chiapas como una herida quemante, hierro al rojo vivo en el anca de la memoria. Tiempos que parecían descartados para siempre reaparecieron ante nuestros ojos, en las pantallas de la televisión, en las bocinas de los radios, en los periódicos de todo el mundo. En El centro de toda esa desgracia, los chiapanecos mexicanos apoyados por el país entero, fuimos capaces de una proeza memorable: detuvimos la guerra en el día 12 de su inicio. Las fuerzas armadas de la república, nuestro heroico ejército mexicano acató la orden civil y junto con el resto de los ciudadanos aceptó que la solución no estaba en los fusiles, la restauración de la paz será por voluntad del pueblo obra de la concordia, del entendimiento político. La solución del conflicto y la superación de sus causas lograrán que nunca más la guerra cabalgue por las veredas de Chiapas. Detener la guerra, y hacer estallar la paz, con pleno respeto a nuestra soberanía, es la victoria total del federalismo que buscamos desde el 14 de septiembre de 1821. Con la soledad que impera en otras regiones de Centroamérica no hubiéramos podido silenciar los combates en un tiempo tan corto. Únicamente porque somos miembros de una gran nación pudimos poner la inteligencia mexicana por encima de la violencia, Porque pertenecemos por decisión de nuestros tatarabuelos a una patria grande estamos convencidos que habremos de construir una paz que no será sólo la ausencia de la guerra sino será antes que nada, el pan compartido de la justicia, de la dignidad, de la democracia y de la concordia.

Las jornadas que estamos viviendo pertenecen a los días del acuerdo nacional. Muchas fuerzas aparentemente antagónicas, están buscando consensos basados en la discusión. De ahí habrá de surgir una nueva unidad basada en la diferencia. Las fuerzas sociales que quieren el cambio están fuera y dentro del gobierno. Habrán de ponerse de acuerdo para realizar los grandes cambios aplazados, reduciendo el caos y la anarquía que únicamente obstruyeron el paso de la historia.

Los tiempos que vivimos han sido duros y peligrosos: tan sólo comparables con 1857 o 1914, en años de violencia. Si las desgracias de esos años fueron derrotadas por brillantes generaciones de chiapanecos, no vemos porque hoy nuestra generación no pueda estar a la altura del tiempo de que nos ha tocado vivir. Juntos los chiapanecos y las chiapanecas al lado de todos los otros mexicanos sabremos ser verdaderos descendientes de quienes construyeron el futuro federal de Chiapas, transformada en tierra mexicana. Hoy como entonces somos demasiado pueblo para la derrota. Hoy como entonces, junto con México, venceremos.”