Inmigrante albanesa triunfa como soprano

Cuando Albania era algo así como la Corea del Norte europea, había una niña que soñaba con ser cantante. Tanto que a los 18 años se le ocurrió la insana proeza de entonar La Traviata en albanés.

“Cuando la canté después en italiano, noté esa diferencia que era un abismo. Casi otra historia”, comenta ahora Ermonela Jaho. Desde entonces, esta soprano que para algunos es una Callas reencarnada en el siglo XXI, lleva 250 representaciones de la ópera de Verdi, y otras tantas de Madama Butterfly, de Puccini.

El público ha comprendido que sus armas no se basan en la técnica, sino en algo que va más allá: en la vida. Para transmitir todo esa enciclopedia de emociones se necesita sufrimiento y tenacidad. “Yo no soñaba con ser cantante, deliraba con ello. Era algo patológico”, confiesa Jaho en el teatro donde triunfa cada vez que sube al escenario.

Padeció la miseria del inmigrante y escupitajos a la dignidad. Cuidaba niños y ancianos en la Italia que recibió las primeras olas de albaneses a principios de los años noventa, cuando desembarcaron allí a mansalva en esos cargueros atiborrados de sueños de supervivencia.

Jaho se plantó allí invitada por Katia Ricciarelli para unas clases de canto en Mantua. Se quedó, completó una formación entre horas de trabajo sin horario y clases ganadas a base de concursos.

“Llegué con 18 años, sin un céntimo. Trabajé donde pude. Algunos días no tuve, literalmente, nada para comer. Sufrí las humillaciones más inimaginables. Me sentí miserable, que no merecía estar en este mundo. Pero nunca lo dije en alto, porque el mero hecho de admitirlo era claudicar”, relata.

La cantante declara que desde los seis años tuvo el deseo de cantar y sus padres lo sabían. Ellos esperaban que regresara a Albania, pero no pasó y murieron en ausencia de ella. También cuenta que la situación en su tierra natal es diferente ahora, más fácil, y eso le preocupa porque los jóvenes pueden ya no apegarse a sus sueños como ella y otros lo han hecho en la adversidad.