Juventud de la crisis

Según investigaciones, el 35% de la población en México es joven, es decir, más de 43 millones, de los cuales 7 millones ni estudian ni trabajan (ninis), 11 millones de este universo en edad de ir al bachillerato o la universidad no lo hacen, más del 60% de desempleados son jóvenes, 1 de cada 3 vive en situación de miseria, más de 5 millones participan en el crimen organizado. La población carcelaria se nutre de esta juventud de la crisis, representando todo un reto para gobernar con bases de justicia y equidad, alternativas de progreso y desarrollo. 

La migración juvenil es un agente de cambio y desarrollo en el mundo, sin embargo, hoy es el espejo negro de Tezcatlipoca, que nos muestra en forma descarnada fallas en la estructura educativa y su vinculación con el aparato productivo frente a una economía salvaje sin rostro humano, en la cual las empresas buscan pagar salarios miserables, que no alcanzan ni para lo más esencial. 

Los analistas sociales no se han puesto de acuerdo en qué consiste “ser joven”. Para algunos es simplemente una categoría sociobiológica, para otros es un concepto sin objeto, argumentando que los jóvenes se integran a las relaciones de trabajo en algunas regiones como sucede en el campo desde la niñez, es decir, desde los 7 u 8 años de edad son explotados. 

La población juvenil actual pasa por momentos de crisis, descuido y olvido de aquellos poderes estatales que deberían de atenderla, en algunas partes se les llama “muchachos”, los observamos en la calle, en el campo, la fábrica, sindicatos, escuelas, actúan y protestan, son los olvidados de un sistema injusto. Nos piden a gritos nuestra atención en temas como educación, nutrición y empleo. Lamentablemente el orden catatónico no los quiere ver, ni menos escuchar, obligándolos a la vagancia y a la criminalidad.

En nuestro país, tener 20 años es una tragedia, porque no encuentran caminos de justicia y desarrollo. En edades muy tempranas engendran universos de protesta en temas sociales y políticos ante este panorama de discriminación y descuido, migrando desde muy temprana edad en busca de prosperidad al país del Norte, donde son discriminados.

Son una bomba atómica que explotó desde hace muchos años en medio de la incuria, el egoísmo y la dejadez que los ha llevado a un callejón sin salida ante esta situación de hambre y subdesarrollo creciente. No se requiere ser profeta ni adivino, ni menos pitonizo, para entender que en los próximos años serán el dolor de cabeza para la gobernabilidad misma.

Deberíamos pensar con seriedad en un “nuevo pacto social” para la erradicación de la pobreza que amenaza a la juventud, atendiendo sus derechos sociales con políticas incluyentes, lo cual requerirá una profunda reforma que proteja a este sector.

Será necesario revisar el modelo de desarrollo actual para un cambio con rumbo, que dé cauce que los conduzca por caminos de igualdad, con empleos de calidad y bien remunerados, además de compromisos éticos de la sociedad, las empresas y el gobierno, evitando su explotación inicua y asquerosa en la prostitución y el vicio, teniendo como base la regulación estatal y la planeación con instituciones sólidas que fomenten el deporte, valores éticos, morales, de esta juventud que es el espejo y el futuro de México.

La juventud actual está en una encrucijada, no tiene perspectivas. La responsabilidad se enmarca en la obligación irrenunciable del Estado frente al desarrollo que debe impulsar planes y proyectos educativos, porque el problema no se resolverá con limosnas, ni con universidades “patito”, que muchas veces son verdaderos negocios familiares muy lejos de preocuparse por la educación de calidad, pues ven ésta como una mercancía.