Juventud en el sismo

Los terremotos del 19 de septiembre marcaron el 2017. Detrás del inmenso dolor por las pérdidas humanas; de la rabia, de nuevo, como en 1985, por la corrupción cómplice de la avaricia inmobiliaria en la Ciudad de México; a pesar de funcionarios sin escrúpulos que dieron permisos de construcción ilegales… lo que define a México desde los terremotos son los jóvenes. Salieron de todos lados a las calles a rescatar vidas, a llevar agua, a cargar piedras, a organizarse en bicicletas para llevar medicinas urgentes a los enfermos; salieron a encontrar cómo ser útiles, cómo ser sociedad civil, cómo descargar tanta energía y generosidad contenidas. Los jóvenes se dieron cuenta de lo que son capaces. Como tantas otras, una asociación civil decide abrir un centro de acopio para ayudar a miles de damnificados en comunidades indígenas aisladas de Chiapas y Oaxaca. Saberse parte de un equipo y convertirse de pronto en testigo de la bondad es un privilegio. Llegan de todos lados, se enteran por Internet o por WhatsApp, traen cargamentos con lonas y herramientas de construcción, víveres, utensilios de cocina para comedores comunitarios, productos de limpieza, colchonetas, medicinas, pañales, biberones, libros y cuadernos de dibujo para niños… La mayoría son donadores anónimos, gracias a ellos cada semana salen camiones repletos con toneladas de solidaridad. Los encargados del traslado también son jóvenes voluntarios. Otras estampas así conmueven, sacuden, quedarán en la memoria. Desde miles de jóvenes que corren día y noche hacia zonas dañadas, hasta aquellos que rescatan los álbumes de fotos de quienes quedaron bajo los escombros, o los que ayudan a distancia.

Surgen nuevas formas de organización social y emergen los mejores usos posibles de las redes digitales. Los jóvenes van y vienen, nada los detiene. Están más que motivados, llenos de vida y de energía.