La guerra que nunca termina

Bria, una pequeña ciudad en el centro-este de la República Centroafricana, alberga el campamento de desplazados más grande del país, el PK3. Aquí, desde hace casi dos años, viven en condiciones de extrema pobreza más de 40 mil cristianos, muchos de las cuales tienen su propia casa a unos cientos de metros del campamento.

El perímetro de la estructura está vigilado día y noche por el contingente de mantenimiento de la paz de la ONU para evitar ataques, saqueos y violaciones por parte de las varias milicias de mayoría musulmana que tienen el control de la región. La guerra civil que estalló en el país a finales de 2012 no terminó nunca, y los habitantes de Bria lo saben bien.

La República Centroafricana es un país muy pobre, el último en el ránking mundial del Índice de Desarrollo Humano.

Esta excolonia francesa fue gobernada por diversos regímenes militares desde que se convirtió en un estado independiente, en 1960, y, a pesar de ser rica en materias primas como el uranio, el oro y los diamantes, nunca fue capaz de asentar un crecimiento económico y un régimen político estable.

La guerra civil estalló el 10 de diciembre de 2012 en un contexto de enfrentamientos entre diferentes facciones después del golpe que derrocó al entonces presidente, François Bozizé.

El golpe contra el general, quien a su vez había llegado al poder por la fuerza en 2003, lo protagonizó una coalición rebelde conocida como Séléka (“alianza” en sango, el idioma más hablado del país) y formada por miembros de las etnias de religión musulmana.

Después las milicias Anti-Balaka (Anti-AK47 o Anti-Kalashnikov), de religión cristiana, comenzaron a luchar contra los Séléka, que habían puesto en el poder a uno de sus hombres, Michel Djotodia.

Este último, después de convertirse en presidente, suspendió la Constitución y disolvió el Parlamento. En septiembre de 2013 Djotodia también disolvió la coalición Séléka, sin desarmar, sin embargo, a las milicias que la componían.

En 2013 el Consejo de Seguridad de la ONU apoyó a las tropas de la Unión Africana y a las tropas francesas dentro del país contra el régimen.

París también decidió aumentar su compromiso junto a las 12.000 tropas de paz de la ONU. Los enfrentamientos registraron un período de calma relativa a finales de 2016, cuando el país fue testigo de la pacífica elección del actual presidente y ex primer ministro, Faustin Archange Touadéra.

Sin embargo, en los últimos meses la violencia sectaria volvió a crecer, especialmente en las regiones centrales y orientales. Justo donde está Bria.

El PK3, el mayor campamento para desplazados de Bria, toma su nombre del número de kilómetros que lo separan del centro de la ciudad (la población local usa indistintamente las siglas PK y KM).

Las cabañas construidas con lonas, láminas, madera y paja se extienden hasta donde alcanza la vista. La vida comercial del campamento se desarrolla a lo largo del camino que conduce a la sede de la Minusca (la misión de estabilización multidimensional e integrada de la ONU en la República Centroafricana).

Los Anti-Balaka gestionan la seguridad dentro del campo. Así como la Minusca realiza patrullas por la ciudad, los Anti-Balaka también patrullan el campamento. No hay nada que entre o salga del PK3 sin que ellos lo sepan.

Los más afortunados están equipados con un Kalashnikov. Se divierten escenificando lo que le harían a un Séléka si pudieran: la opción menos macabra es cortarles la garganta.

Tierra arcillosa y polvo por todas partes; colas interminables para sacar agua de los pozos y para ir al baño; hordas de niños, a menudo huérfanos, que al no poder ir a la escuela pasan días enteros jugando al fútbol con pelotas remendadas docenas de veces, montones de desechos entregados a las llamas porque no hay ningún vertedero; incendios continuos debidos a accidentes domésticos.

“Aquí en Bria -explica Ali Abdelrahman Al-Dawoud, jefe de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) en Bria- la situación humanitaria empeoró drásticamente debido a que la población de toda la zona perdió todo que poseía”.

Resume que “los desplazados no pueden cultivar, no poseen nada, los pequeños negocios están suspendidos, así como las actividades mineras. En todo Bria, incluido el PK3, hay diseminados más de 73 mil desplazados, y muchos de ellos tienen su propia casa, destruida, a pocos metros de distancia. Otros, en cambio, vienen del campo. Nadie puede irse a casa por temor a represalias”.