México-EU: peor imposible

México está condenado a vivir enganchado a Estados Unidos. No hay separación, divorcio o liquidación de la sociedad binacional posible, se trata de una unión perpetua. Ni siquiera la muerte o Trump (casi lo mismo) pueden separarlos. El sueño de lograr una integración regional (Mex-EU) que borrara las fronteras y asemejara a la Unión Europea fue quimera, sueño guajiro. Juntos pero no revueltos, así como Inglaterra y Francia nunca se fusionarán, a pesar de las ayudas y auxilios mutuos a lo largo de una historia compartida, México y Estados Unidos se mantendrán separados, aunque paradójicamente con un creciente grado de codependencia. Por ello será clave conocer con detalle lo que cada candidato proponga respecto a EU.

El punto es que EU no es un conjunto unívoco. A la división encarnizada entre detractores y partidarios de Trump se agrega una de mayor aliento institucional. Las fisuras del sistema político estadounidense aparecen en el conflicto, ahora en tribunales federales, entre el gobierno de California y el federal: California ha promulgado leyes para fortalecer el carácter de santuario de ciudades que impiden a los funcionarios federales deportar a quienes viven en el estado dorado, pero nacieron en otro país (léase México). La administración Trump, en contragolpe, demandó a California porque los funcionarios federales no pueden deportar “criminales” nacidos fuera de EU.

Migración no es el único tema que confronta a California con Trump: el avance californiano para legalizar la marihuana; la posición sobre el control natal; los créditos académicos a estudiantes; el uso de energía; su oposición a los impuestos y en contra de la construcción del muro por razones ambientales están en la lista de agravios que Trump quiere revertir. No se trata solamente de un juicio, las autoridades federales han anunciado cargos penales a los funcionarios locales que entorpezcan las deportaciones. No es un conflicto menor: la potencia mundial frente a una entidad que si tuviera el status soberano sería la sexta economía global. La pugna entre el estado y el gobierno de EU es algo que los padres fundadores no previeron, pero es que nadie en sus cabales pudo presagiar que un trastornado como Trump ocupara la silla de George Washington.

Con motivo de la extraña visita del primer yerno Kushner a la casa presidencial, AMLO se reveló institucional. Se mostró respetuoso y sólo exigió que se informara qué pasó y qué acuerdos se tomaron. No controvirtió, sino justificó la visita, a pesar de haber tela dónde cortar. En defensa de Kushner señaló que si no fuera una persona con capacidad para buscar entendimientos “no se atreverían a mandarlo”. Como se piensa ya presidente preelecto formula augurios: “Deseo que la visita del familiar de Donald Trump para entrevistarse con el presidente Peña sea para bien de las dos naciones, es mucho mejor el diálogo, buscar el entendimiento que la confrontación”. Mejor imposible, AMLO quiere ser presidente.

Anaya ha dicho que de llegar, México no será tapete del vecino. Meade, el que mejor conoce al otro país, con buen sentido de oportunidad ante otra de las tonterías recientes de Trump declaró: “Ni muros que nos dividan, ni injerencia externa en nuestros procesos electorales”. Meade sería una garantía en la confianza del stablishment.

El candidato presidencial que gane en México tendrá que decidir con quién juega. Si con California liberal, o si por el contrario con el gobierno cuasi conservador de Trump, uno de cuyos pilares es precisamente el odio a México y los mexicanos. La relación entre México y Estados Unidos se encuentra en el peor momento de años: el muro y la necia pretensión de que México lo pague, la amenaza de descarrilar el TLCAN, con todo lo que eso supone para la economía y la presión sobre migrantes mexicanos, el limbo de más de un millón de jóvenes dreamers, ahora moneda política de cambio (peor imposible) son los problemas que enfrentará el próximo gobierno.