La vida en los pliegues, de Carlos Amorales (Ciudad de México, 1970), abrió sus puertas en el Arsenal de la ciudad de Venecia, sede de la más antigua e influyente muestra de arte contemporáneo a escala global. El performance que acompañó a la inauguración fue crucial para que se vieran, como una sola pieza, la película, las partituras y los poemas visuales que el artista hizo con un alfabeto cifrado.

El sonido, que aun cuando interpreta partituras nunca generó una melodía reconocible, fue el acento para que la muestra concentrara la atención en la película que, en un inicio, pasaba a segundo plano ante toda la información visual que Amorales desplegó en la sala a través de partituras montadas en los muros y poemas visuales que generó con las mismas ocarinas de cerámica que interpretaban los músicos del ensamble Liminar.

Como lo señala el propio artista, “la muestra parte de un lenguaje cifrado para abordar temas que de otra forma serían silenciados”. Es así que, partiendo de figuras abstractas que luego usó para la animación de su película, plantea el tema de la migración y los linchamientos como metáforas de la crisis global que al creador mexicano le interesa debatir.

Pero más que proponer una representación nacional alegórica sobre cualquier noción preconcebida de lo mexicano, Amorales desarrolló un proyecto a partir de un complejo juego de encriptación del lenguaje, para llamar la atención sobre cómo en la actualidad la justicia es una facultad que ya no sólo compete al Estado, sino que en diferentes niveles la gente la ha tomado por su propia mano, llegando a casos extremos como los linchamientos que, según la investigación que hizo Amorales, existen por lo menos 125 casos registrados en México del año 2000 a la fecha.