Brigadistas en alerta permanente

Las jornadas son interminables, sus sueldos no son los mejores y los peligros son muchos para los brigadistas que combaten los incendios forestales en Michoacán, la segunda entidad con mayor número de siniestros registrados del país; pero aun así ellos son los primeros en llegar por deber moral.

Tan sólo en el último reporte semanal de la Comisión Nacional Forestal (Conafor), la dependencia indicó que en Michoacán ocurrieron 19 conflagraciones del 3 al 9 de mayo que afectaron a 701 hectáreas de superficie y en lo que va del año se han presentado 464 incendios, con daños a siete mil 448 hectáreas.

Ahora, las llamas se presentaron en el área natural protegida del Parque Nacional Barranca del Cupatitzio de Uruapan. El siniestro duró dos días en esa reserva de 438 hectáreas de bosque, el fuego consumió cerca de 30 de ellas, explica Antonio Ochuela Murguía, administrador del parque.

Las otras 25 hectáreas devastadas, relata, pertenecen al ejido de San Nuevo Parangarícutiro, municipio del mismo nombre donde inició el fuego.

Ochuela Murguía explica que la mayoría de la zona siniestrada es un incendio de pastizal y en menor cantidad árboles de pino y encino, y detalla que esa zona tiene una gran biodiversidad en el tema de aves y avistamiento de venados y pumas.

Luego de dos días de labores, el incendio es sofocado, pero no cantan victoria porque todavía faltaba esperar 48 horas más para que estén seguros de que el fuego se acabó, pues en ese tiempo se puede reavivar y expandirse, por ello hay que ser muy cautelosos.

Sin descanso

Apenas se desactivó la alerta en Uruapan cuando ya surge otro llamado de emergencia a menos de 10 kilómetros: un cerro del municipio de Ziracuaretiro.

La columna de humo se alcanza a ver incluso desde los municipios aledaños.

Los comuneros fueron los primeros en llegar a la conflagración que en menos de una hora ya había consumido 16 hectáreas y se extendía a pasos agigantados.

El Comisariado de Bienes Comunales coordina de inmediato las brigadas para las primeras labores de contención: zanjas en la tierra y el contrafuego.

Mientras los comuneros corren hacia el punto rojo, responsabilizan a un productor de aguacate de provocar el siniestro para facilitar el cambio de usos de suelo y extender sus huertas.

Las palas, picos, azadones, trinches, bombas individuales de agua, cascos o gorras y la valentía, distinguen a hombres y mujeres que acuden de inmediato a atender la emergencia.

Eso apenas empieza. No habrá descansos para los más de 70 comuneros, ni para los elementos de Protección Civil del Estado que se suman a las tareas de combate. El incendio sigue y no da tregua. Utilizan la técnica de detener al fuego con fuego, pero la lumbre alcanza otras áreas de la misma zona.

“Esto está muy cabrón”, expresa uno de los brigadistas comunales, mientras se lleva las manos al rostro. Sin embargo, pese a la magnitud, luchan incansables “para acabar con el diablo”, como ellos le llaman a las conflagraciones.

Los brigadistas se alistan con sus overoles, botas, casco, máscara contra humo, azadones, trinches de acero y mangueras de alta presión con los que enfrentan esa batalla.

Las jornadas para los hombres y mujeres inician a las 5:00 de la mañana y no tienen fin. Todos arrastran los pies para no caer entre el suelo enardecido que parece devorar todo a su paso.

El amarillo y café de los uniformes y los cascos de los brigadistas resaltan mientras caminan erguidos cuesta arriba hacia la parte alta de la montaña.

Los espera un contrastante rojo y anaranjado que desaparece el verde del bosque consumido por el fuego.

Las voces y agigantados pasos de los brigadistas se mezclan entre el estruendo del fuego que cada vez más se recorre hacia ellos como si también los quisiera devorar.

Su mente, susurran, está enfocada primero en el combate y control del incendio. Todos están preparados y dispuestos a luchar, aunque a veces el calor los hace retroceder.

Cargan en los hombros la responsabilidad de ganarle a cualquier siniestro. Eso pesa más que sus mochilas, herramientas de acero y la bromosa indumentaria de protección que portan.

El equipo es insuficiente queda claro, pero llevan lo necesario, platican, para hacer frente al fuego. A veces comen. Las tortas o tacos de frijol con queso son el manjar de los brigadistas.

Nadie se escapa de quitarse por momentos la pañoleta y limpiar el sudor de su frente toda tiznada y colorada, resultado de las altas temperaturas, porque aquello no da tregua.

Empero, el trabajo de brigadistas y comuneros, todavía no termina y ya están listos para combatir el fuego en otros puntos de su región.