Odio, paz y violencia

La paz no se limita a la ausencia de violencia, como hemos explicado en este espacio. A su vez, la violencia no se limita a la violencia directa o a las agresiones físicas. Comprender la construcción de paz desde su raíz, por ende, supone aproximarse a ella desde múltiples niveles, como, por ejemplo, la serie de factores o componentes activos que la conforman o le constituyen, algo que el Instituto para la Economía y la Paz denomina “las actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen a las sociedades pacíficas”. De igual manera, comprender la violencia desde el fondo, supone valorar sus distintas manifestaciones. Entre otros instrumentos existentes, la pirámide del odio desarrollada por la Liga Antidifamación (ADL) en los Estados Unidos, es una herramienta útil que nos permite incursionar en algunos de los rasgos de la violencia a que me refiero.

La pirámide del odio inicia con comportamientos prejuiciosos que van escalando en complejidad desde abajo hacia arriba. La parte inferior de la pirámide consiste en el nivel de “Actitudes de Prejuicio”. Estas actitudes incluyen la estereotipación, el miedo a lo diferente, las “micro agresiones”, el justificar el comportamiento tendencioso, entre otras conductas. De la actitud se asciende a los actos motivados por el prejuicio, los cuales incluyen comportamientos ya más agresivos tales como el bullying, la ridiculización o la deshumanización. Las bromas tendenciosas están ubicadas en este nivel. Del acto prejuiciado, la pirámide asciende hacia la discriminación, la cual puede ser social, económica, política, educacional, o de empleo. La segregación forma parte de este peldaño de la escalera. Un siguiente nivel ya supone violencia motivada por el prejuicio: desde crímenes por odio hasta actos terroristas. La punta de la pirámide es el genocidio.

Ahora bien: (a) ¿cuáles de los rasgos de esa pirámide se encuentran arraigados y normalizados en nuestra sociedad?, (b) ¿cómo es que varios de esos rasgos caminan en paralelo con otras violencias manifiestas en nuestras calles?, (c) ¿en qué medida es factible que ciertos sectores de nuestra sociedad sigan ascendiendo niveles en esa pirámide?, y (d) ¿cómo incorporamos ese tipo de reflexiones para pensar en la construcción de una paz positiva en el país?

Una reducción en las tasas de homicidio o delito de alto impacto no resultan automáticamente en un mayor nivel de paz estructural. Se ha llegado a encontrar que la prevalencia de condiciones que facilitan conductas ubicadas en los niveles bajos de la pirámide del odio, termina incubando otras clases de violencia.

Por tanto, considerar la paz de las actitudes tiene sentido; tanto como pensar en las instituciones o las estructuras que crean y sostienen a las sociedades pacíficas. Es decir, tan importante es reducir la desigualdad, la corrupción, asegurar la solidez estructural de nuestras instituciones o reducir los niveles de impunidad, como garantizar la no discriminación y la inclusión.

Autores como Allport nos ofrecen algunas claves: el contacto rompe el prejuicio. En ese sentido, no es ilógico pensar en fomentar espacios que favorecen el contacto, a diferencia de aquellos que tienden a distanciarnos. Los entornos de interacción humana que nos permiten encontrarnos y conectar con nuestros “otros”, mirarnos a los ojos, compartir, comunicar, escuchar y entender, pueden -no siempre, pero sí a veces- conseguir dejar a la pirámide sin base. Pensar en construir paz supone considerar estos temas con absoluta seriedad.