Nueva Guerra Fría

Tres historias hay, al menos, al respecto de las más recientes investigaciones y comparecencias de funcionarios y ex funcionarios de la administración Trump en torno al “Russiagate”. Las tres historias están íntimamente conectadas, pero son distintas. Una es la historia de los posibles contactos o relaciones que el equipo de campaña o miembros de la administración Trump hubiesen podido tener con funcionarios rusos antes de la toma de posesión del presidente. Otra es acerca de la posible obstrucción de justicia por parte de Trump, o miembros de su equipo, en relación con esa y otras cuestiones. La tercera historia tiene que ver con el reconocimiento (sea con razón o sin ella) por parte de prácticamente todos los actores —salvo Trump— de que Rusia intervino directamente para incidir en las elecciones estadounidenses. Esta última historia tiene una conexión con la más reciente crisis diplomática entre Qatar y sus vecinos.

En efecto, durante la semana, CNN reportó que el FBI considera a Rusia como la responsable de un hackeo que encendió la mecha de la crisis de los países del Golfo. En una sesión ante el Senado, a James Mattis, el secretario de Defensa de EU, se le preguntó acerca de los móviles que Rusia pudo haber tenido para ese hackeo, y Mattis respondió que Moscú está intentando “quebrar alianzas internacionales”. Lo anterior no significa que Rusia esté, necesariamente, detrás del hackeo, sino que el secretario de Defensa de Estados Unidos, así como otros actores en Washington, así lo piensan, o así desean que se crea que lo piensan. ¿Por qué?

Primero, el tema mismo de Qatar. Inmediatamente después de que estallara la crisis diplomática, el ejército estadounidense salió a declarar que “no tiene planes de mover sus posiciones de Qatar”, y ha continuado dando certezas a Doha de que la alianza militar con ese país no está comprometida. A ello, hay que añadir los esfuerzos diplomáticos del Departamento de Estado para intentar encontrar una pronta resolución a dicha crisis diplomática. Sin embargo, contra esos esfuerzos y mensajes, están los tuits y declaraciones de Trump. Varios miembros de la administración consideran que al presidente no le ha quedado claro que: (a) Qatar sigue siendo un aliado militar estratégico de Washington para la región, (b) No está en el interés estadounidense fomentar o prolongar la crisis diplomática entre sus aliados árabes, y (c) Una crisis como la que se vive en el Golfo, inducida o no, genera áreas de oportunidad para adversarios de Washington como Irán o Rusia. Esto último conecta a Qatar con el segundo tema, el “Russiagate”.

En sus declaraciones, Mattis pretende resaltar un patrón de comportamiento por parte del Kremlin: el uso de armas cibernéticas para provocar disrupción (interna e internacional) mediante rumores, noticias falsas y espionaje. Esto mismo es lo que se encuentra en la comparecencia del ex director del FBI cuando señala que Washington fue atacada con toda intención para afectar su proceso electoral, e identifica con mayúsculas al autor de estos actos: Moscú. Pero eso no es lo más grave, en la visión de Comey, Mattis, o muchos más. El mayor problema, según lo piensan, es la falta de disposición de Trump (voluntaria según unos, inocente según otros) para reconocer y responder ante ese enemigo. De forma que lo que estamos viendo no es solo el océano entre Trump y diversos actores internos, sino la plena convicción por parte de muchos de esos actores de que ya estamos en el seno de una nueva guerra fría sin cuartel y que su comandante en jefe no quiere o es capaz entenderlo.