Por el federalismo

Los grandes momentos de cambio son siempre de oportunidad o de riesgo. Ni el entusiasmo excesivo, ni el temor paralizante son actitudes sabias. El conocimiento objetivo. El análisis cuidadoso, con datos verdaderos, no con interpretaciones o prejuicios. La crítica sensata. La adhesión cuando haya motivos o identidad con las causas y los procedimientos. La contradicción y el antagonismo ante temas y decisiones que no se comporten, o que, a juicio propio, no convienen al país. Uno de los asuntos que ha sido motivo de debate y confrontación en diversos momentos de la historia de México, es el de la alternativa entre federalismo y centralismo.

Teóricamente, y según los antecedentes nos enseñan, las posiciones centralistas las han ostentado los conservadores, la derecha, y las convicciones y posiciones federalistas, los liberales, los progresistas. De ello da cuenta, principalmente, la historia del siglo XIX mexicano, y la gloriosa generación que acompañó a Juárez y consagró la Constitución de 1857.

Si bien es cierto que el siglo XX fue harto contradictorio, pues la Constitución de 1917 abrazó el credo federalista, y el discurso en favor de los estados caracterizó varias décadas el fraseo político, la realidad, sin embargo, no se asemejaba a esa retórica. La debilidad fiscal de los estados y el poder concentrado en la Federación, han sido la constante de un federalismo débil que ha inhibido el desarrollo de las regiones y prohijado desigualdades entre las diversas áreas del país.

Sería de esperar un nuevo impulso federalista de quienes llegan con una identificación “progresista” y un linaje de “izquierda”. Por eso desconciertan algunos anuncios: al mismo tiempo que se mencionan posibilidades de descentralización de diversas instituciones federales a distintas áreas del país —es tan vasto el anuncio que parece muy poco viable— se contemplan figuras sui generis denominadas coordinadores del gobierno federal en cada estado de la República, cuyas actividades a realizar no están claras para la opinión pública y sería deseable que funcionalmente no generen una dualidad de poder con los gobernadores de las entidades federativas.

Los votos que llevaron al poder al Presidente electo son tan legítimos cómo los que llevaron al poder a los gobernadores en funciones y a los presidentes municipales. La colaboración y coordinación entre los tres órdenes de gobierno es consustancial a la buena marcha del pacto federal.

Se espera que, por el bien del país, no exista un nuevo proceso de centralización en México y que, congruentes con la tradición liberal, haya una etapa de fortalecimiento federalista y robustecimiento de las regiones, tan necesaria para el desarrollo integral del país y para mejorar los equilibrios hacia el interior de nuestra extensa geografía.