¿Siempre es necesario prescribir medicamentos?

La clínica engloba un amplio universo. Tan amplio como el mundo de la enfermedad. Tan grande y complicado como la vida de médicos y enfermos. Cuando los pacientes acuden al doctor, sus expectativas difieren. Hay quienes desean solucionar un problema nuevo, único. Otros requieren ayuda para corregir males crónicos, con frecuencia diversos, y unos más buscan cobijo y escucha para resolver bretes no médicos.

Los males nuevos, mientras no sean tumores avanzados de reciente aparición o enfermedades neurodegenerativas para las cuales hay poco que ofrecer, salvo acompañar, suelen mejorar, controlarse y muchas veces curar. Neumonías, apendicitis, cánceres de mama diagnosticados oportunamente o fracturas óseas pertenecen al rubro “enfermedades nuevas”. Dentro de ese universo hay otras que, aunque recién diagnosticadas, i.e., cáncer de páncreas o esclerosis lateral amiotrófica, tienen mal pronóstico y poco puede hacerse por ellas. Quienes acuden para mejorar males crónicos, verbigracia, diabetes mellitus y sus complicaciones —circulatorias, visuales, renales— o los efectos del sobrepeso —presión arterial elevada, lesiones en caderas, depresión—, si encuentran el médico adecuado, consiguen algún beneficio, la mayoría de las veces proporcional al tiempo de evolución de la enfermedad, al cuidado que haya tenido el propio enfermo sobre su persona y a las condiciones socioeconómicas.

La siguiente ecuación es real: entre mayor tiempo de evolución y mayores problemas socioeconómicos, menores probabilidades de beneficio. Por último, quienes buscan al médico para resolver problemas sentimentales, económicos, familiares o escolares es improbable que solucionen sus conflictos por medio de recetas médicas. El panorama previo es vasto. Individualizar es el reto. Los enfermos nunca son iguales. Muchas veces es prudente no recetar fármacos. Dialogar es fundamental. No recetar requiere palabras.

Aunque no se cuenta con cifras exactas, poco menos de la mitad de las enfermedades son tratables y un porcentaje no despreciable carece de tratamiento. Explicar ese panorama es obligación médica. No hacerlo genera incertidumbre, desencuentros y malentendidos. Los médicos tienen la obligación de mostrarles a los enfermos la realidad de su problema; deben intercambiar información acerca de lo que se puede ofrecer, lo que es inmodificable y lo que cabe esperar de los tratamientos. Es sabio gastar unos minutos y abordar, antes de los probables beneficios de los fármacos, los efectos colaterales. Empoderar es la meta, i.e., otorgar poder e independencia al enfermo. Médico y paciente deben, juntos, decidir el camino.

Explicarles a los enfermos que no requieren tratamiento es complejo. La mayoría se sienten decepcionados y reaccionan negativamente si abandonan la consulta sin receta médica o sin órdenes para acudir al laboratorio o al gabinete de rayos X. Es más fácil recetar que no hacerlo. La mayoría de los galenos prescriben; cerca del 70% de las consultas finalizan con recetas. Cumplir las expectativas del enfermo son las razones fundamentales para recetar cuando no hay razón para hacerlo. Muchas veces el galeno medica por incompetencia y otras veces lo hace por la presión del enfermo, presión que deviene errores.

Cuando se duda acerca de la necesidad de prescribir, explicar que muchos tratamientos médicos son infructuosos y que en ocasiones los fármacos producen problemas tan o más graves que los de la propia enfermedad es imprescindible. El médico, leal a su paciente y no a otros intereses, debe dialogar con él acerca de la inutilidad de algunos tratamientos e informar sobre las frecuentes mentiras de las farmacéuticas, y en ocasiones de laboratorios y hospitales, e ilustrar los posibles problemas cuando se prescribe sin razón. Ejemplo cotidiano es el uso inadecuado de antibióticos.

Se calcula que en 2017 fallecieron 700 mil personas debido a resistencia a antibióticos, muchas veces mal prescritos o sin razón (gripas, diarreas, infecciones cutáneas). De seguir la tendencia de prescribir antibióticos en forma inadecuada, es posible que la cifra de muertos por bacterias resistentes aumente a 50 millones en 2050.

No prescribir cuando no se requiere es fundamental. El caso de las bacterias resistentes a diversos antibióticos ilustra el problema. Individualizar es el reto. Entender las razones por las cuales el enfermo acude a consulta implica dialogar. Difieren las enfermedades agudas de las crónicas, y ambas de las morales y/o emocionales. Setenta por ciento de las consultas finalizan con una receta. Los fármacos cuestan, sirven y dañan. Pensar en esos avatares y en el futuro de la sociedad es necesario. Medicalizar la vida es erróneo.