Tiempos

Se cumplen 23 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio, que perturbó nuestro proceso de transición democrática a tres meses de la elección de 1994. Estamos a 15 meses de la elección de 2018, bajo la presión del contraste de los 17 meses que invirtió Trump para conquistar la Casa Blanca: 13 para obtener la candidatura del Partido Republicano y cuatro más para ganar la elección constitucional en noviembre.

Con esa perspectiva hay que seguir las escaramuzas mediáticas en que se han visto envueltos recientemente los prospectos de Morena, PRD e independientes, más las protagonizadas por todos los partidos en el proceso electoral del Estado de México. Esperamos estar lejos de la tragedia de Lomas Taurinas y de los Idus de la célebre novela histórica de Thornton Wilder, pero de pronto aparecen señales que prefigurarían situaciones fuera de control. Éstas apuntan más a los peligros de 2006, con elementos que tenderían a agravar la polarización y los odios de entonces, como las redes sociales y el entorno de violencia criminal.

Ante tales retos reales, quedaría en un plano meramente anecdótico la nueva presencia en México de Antonio Sola, el ave de tempestades de las presidenciales de aquel 2006. En efecto, al servicio de la campaña de Felipe Calderón, este operador electoral español etiquetó a López Obrador hace doce años como un peligro para México, pero hoy le ofrece sus servicios, de acuerdo a la bien contextualizada entrevista publicada ayer aquí por Yuli García.

Personalidad autoritaria y régimen democrático. Toda elección es local, se reiteró con razón en los años noventas, en el auge de la globalidad y en referencia a que el votante termina decidiéndose por impulsos del entorno más cercano. Pero en el presente auge del populismo ultranacionalista, académicos, políticos y ciudadanos del mundo se concentran en las lecciones de estos meses de la irrupción de Trump en la escena estadounidense e internacional.

En este y otros movimientos emergentes del mismo signo en el mundo, lo que aparece en cuestión es el papel de las personalidades autoritarias a la cabeza de regímenes democráticos: la tensión entre los portadores de discursos y proyectos antisistema o antiestablishment, por un lado, y, por otro, la lucidez de los ciudadanos, la calidad de sus canales de comunicación y la capacidad de resistencia de las instituciones del Estado democrático de Derecho.

Y en este sentido quedan pocas dudas de la eficiencia de los frenos y contrapesos del sistema estadunidense ante el desafío. Apenas llega Trump a su segundo mes de gobierno y su propia oficina Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) acepta que investiga la intromisión de Rusia en el triunfo republicano y exhibe la falsedad de la acusación a Obama de haber espiado la cocina de Trump. Adicionalmente, el Poder Judicial frena las órdenes ejecutivas contra los viajeros de países con mayoría musulmana y el Legislativo hace contrapeso a la decisión de revertir sin más la reforma de salud.

Frenos tempraneros. Y ante los estragos internos y externos de la hasta ahora breve era trumpiana, los electorados del mundo parecerían activar el sistema de frenos tempranos de la democracia: el de los votos, que este mes dejaron fuera del peligro populista a Holanda y podrían hacer lo mismo en mayo en Francia.

Este acelerado desgaste de la expectativa populista y de la mentira cotidiana como estrategia de comunicación política parecería una buena noticia para el 2018 mexicano. Los costos que resintió AMLO por las falsedades con las que quiso salir al paso del cuestionamiento del padre de una de las víctimas de Ayotzinapa son una lección para él, pero también para sus contendientes, para los medios y para los francotiradores de las redes. Es probable que el combate al Trump del norte sea un tema central de las próximas campañas, pero quizás nuestro electorado también exija desterrar de nuestra vida pública al Trump que llevamos dentro.