Turismo contra pobreza

Distintos resultados a la vista parecen confirmar la tesis de que el turismo es una poderosa locomotora, capaz de generar desarrollo económico y social.

Una buena manera de confirmar esta capacidad para generar el desarrollo está relacionada con la capacidad de reducción de la pobreza, y en ese sentido, Quintana Roo muestra evidencias suficientes para comprobar la tesis. De acuerdo con el Coneval, en tanto en 2008 la proporción de personas en pobreza en el estado era de 33.7% y luego de que en 2012 llegara a 38.8%, como consecuencia de la Gran Recesión de 2008-2009, para el último registro correspondiente a 2016 la cifra se ubicó en 28.8%, muy por debajo de la media nacional que fue de 43.6%, situándose, de esta forma, como la entidad del sur-sureste con el menor registro en este indicador a pesar de que tiene la mayor tasa anual de crecimiento poblacional de todo el país en el periodo 2010-2015 (2.7%). Parece evidente atribuir esta dinámica a la principal actividad económica del estado: el turismo.

La innovación empresarial y la existencia de un enorme mercado real, propician una sana rivalidad competitiva de la cual se benefician los consumidores. No obstante, los retos que se enfrentan para hacer que el turismo en la región discurra por el camino de la sostenibilidad no son, de ninguna manera, menores. En principio estos desafíos pueden agruparse en cuatro aspectos: 1) Evitar la obsesión por el crecimiento de la oferta y la demanda. 2) Asegurar, a través de los medios de que dispone el Estado, la existencia de condiciones propicias para una competencia pareja, incluyendo, por supuesto, el que se eternice el poder de los taxistas locales que exprimen al turista, sin que se vea quien puede ser capaz de frenar sus recurrentes abusos. 3) Propiciar una mejor distribución de los beneficios proporcionados por el turismo para las comunidades locales; y de la mano de todo lo anterior, canalizar los recursos públicos para la construcción de la infraestructura que permita el fortalecimiento de la competitividad de los destinos.

Así, es urgente entender e interiorizar que no necesariamente la atracción de más turistas debe ser el objetivo fundamental, por lo que la atención se debería centrar en el aumento de la derrama económica a través de la entrega de productos de mayor valor, lo que se traduciría en un más alto gasto promedio; en la misma lógica es tiempo de meditar, seriamente, en si no cabría la posibilidad de aplicar una moratoria al crecimiento de las unidades de alojamiento a fin de alcanzar un equilibrio entre las capacidades actuales de los destinos y los déficits en materia de infraestructura y servicios públicos. Al tiempo, es necesario identificar las fuentes alternas de financiamiento para afrontar estos rezagos, pues está claro que los esquemas actuales no son suficientes: hay que tener presente que los destinos pueden ser víctimas del éxito.