Juan Carlos, ejemplo de valor y dedicación

Han pasado 24 años desde su primer servicio y lo recuerda como si hubiera ocurrido ayer: un incendio de pastizal en la colonia 5 de Marzo, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas. Desde ese momento el olor a humo y los árboles de tule quemados se impregnaron en su corazón, tomando la decisión de ser bombero para toda la vida.

Desde los 14 años, Juan Carlos Villalobos Raymundo forma parte del Heroico Cuerpo de Bomberos de aquella ciudad y hoy, a sus 38 años de edad, el espíritu de ayudar a la población sigue intacto.

En este tiempo ha realizado diferentes acciones, desde salvar a un gato de la coladera, hasta la intervención que tuvo como rescatista en la Ciudad de México por el sismo del 19 de septiembre del 2017 en el Colegio Rebsámen y el edificio de Álvaro Obregón, una experiencia que hasta hoy en día le duele recordar.

Juan Carlos es parte de una gran tradición de bomberos y rescatistas en esa ciudad, ya que son cuatro integrantes de su familia los que han optado por el estilo de vida de los “tragahumo”.

Junto con Cuahutémoc Villalobos Raymundo, Alejandro Raymundo Pérez y Alberto Raymundo González, hermanos y primo, respectivamente, han realizado un sinfín de servicios en situaciones de emergencia en todo el estado y también fuera de este.

En el Marco del Día del Bombero, comparte para Cuarto Poder que su gusto por esta noble labor comenzó por su hermano Alejandro, quien llegó a ser el comandante de la estación de San Cristóbal, lugar a donde lo llegaba a visitar todos los días.

“La verdad es que mi hermano nunca estuvo de acuerdo que yo fuera bombero, él comentaba sobre el dolor que a nuestra madre le podíamos ocasionar si ambos perdíamos la vida por dedicarnos a esto”, expresó.

Sin embargo su objetivo estaba claro, quería serlo, y tras aprobar el riguroso curso de capacitación, por fin pudo portar el uniforme, al igual que las insignias requeridas, comenzando a los 14 años en activo.

Desde ese entonces y hasta hoy día refiere que su madre continúa en desacuerdo, al igual que su esposa, quien de manera gradual fue asimilando su estilo de vida.

Las cuevas y rituales

Ha llevado varios rescates en cavernas y cuevas inexploradas por el ser humano. Uno de los más recordados y representativos fue el realizado en una cueva del municipio de Huixtán a una profundidad de 195 metros, lugar donde fue arrojado el cuerpo de un hombre asesinado por un conflicto familiar.

Pero un rescate en estos lugares considerados por las comunidades indígenas como sagrados no es asunto fácil, son lugares peligrosos donde se pierde la comunicación, el oxígeno; en algunas ocasiones están plagados de gases flamables o venenosos.

Sin embargo esto no es todo, creencia o no, el rescatista asegura que se puede percibir una energía en estos espacios, de posibles seres de oscuridad que en ocasiones dificultan los rescates de cuerpos.

Para contrarrestar esto, comenta que en diferentes ocasiones han formado parte de rituales autóctonos y que forman parte de las creencias de las comunidades.

Rezos y “la pedida” de permiso a la tierra para que puedan cumplir su trabajo y lo primordial, son esenciales para entrar algunas cuevas y con ello permitirles salir con vida.

“Son rezos, son flores, son cruces de pox y círculos alrededor de la cueva que los curanderos hacen y nos hacen para que nos protejan y podamos hacer el trabajo y no morir en el intento; todo pende de una cuerda al fin de cuentas”, refiere.

Pero también aprendió de los bomberos experimentados un secreto: “cuando se hace un rescate de una persona que ha fallecido en estos lugares, se habla con el cuerpo, te presentas, le dices que lo llegaste a ayudar y que necesitas su apoyo, y aunque no lo creas, pierden rigidez, permitiendo maniobrar mejor”.

Otra de las tragedias más recordadas en la que le ha tocado intervenir fue en la volcadura de un camión lleno de pasajeros en el tramo San Cristóbal de Las Casas-Tuxtla, sobre la carretera vieja, donde ocho personas perdieron la vida.

A pesar del tiempo, aún con tristeza, rememora: “Recuerdo mucho de ese accidente a un hombre joven, estaba tirado en la maleza y sus palabras fueron muy claras: ‘no me ayudes, ya no hay nada que hacer conmigo, únicamente te pido algo: avisa a mi familia y di que los quiero’; en ese momento perdió la vida, me acerqué, agaché y cerré sus ojos”.

Ha perdido la cuenta de cuántos servicios ha prestado, sin embargo, uno de los más recurrentes en lo que respecta a rescates, es la búsqueda de cuerpos en la zona de El Túnel, en la zona sur de San Cristóbal, los cuales en muchas ocasiones son sacados ya en avanzado estado de descomposición o en partes; afortunadamente todos han sido encontrados.

En su haber también ha puesto el nombre de los bomberos de Chiapas en alto, como él mismo refiere, los chiapanecos son atrevidos, valientes y los rescatistas aún más.

En este punto habla de la ocasión cuando descendió en una cueva en Tzimol, un lugar complicado para ingresar al que ya había acudido un grupo de rescatistas del centro del país que poco pudo hacer para terminar la labor.

“Nosotros llegamos para apoyar al rescate pero la gente de la comunidad nos preguntó qué íbamos a pedir, ya que el grupo que llegó primero solicitó bebidas y comida especial, algo que sin duda nos molestó, y la respuesta de nosotros a la esposa del hombre que cayó a la cueva fue: “señora, le pedimos que nos regale de comer unos huevitos, frijoles y tortilla, pero lo que sí le pedimos es bastante chile porque este trabajo requiere mucho valor; y finalmente sacamos el cuerpo, nosotros lo sacamos, los de Chiapas”.

Rébsamen y Álvaro Obregón, una experiencia difícil

Con la experiencia del terremoto del 7 de septiembre del 2017 en Chiapas, donde también participó, Juan Carlos pensó haberlo visto todo, creía que nada podría sorprenderlo, pero la vida le tenía preparada otra experiencia, quizá la más dura de su vida.

La magnitud del desastre dejado por el sismo del 19 de septiembre en la Ciudad de México, vio el rostro de la tragedia que deja un terremoto de gran magnitud.

No lo pensó dos veces, se ofreció como rescatista, partiendo ese mismo día, con boletos comprados por su propia esposa.

“Ese día que llegué a México me puse a las órdenes y nos pusimos a trabajar, porque estoy en un grupo de rescatistas a nivel nacional, y ha sido la experiencia más difícil ver a personas atrapadas con vida, estar contra el tiempo es otra cosa”, expuso.

En esta intervención comparte que en el edificio de Álvaro Obregón lograron sacar con vida a cuatro personas, pero una murió en el lugar, no pudieron sacarla, “a pesar de que minutos antes escuchábamos que hablaba, era muy difícil ingresar, fue un trabajo desde las once de la noche hasta las seis de la mañana; también sacamos a una persona que tenía en brazos a un bebé”.

También colaboró en las labores de rescate del Colegio Rébsamen; en la fábrica de Textiles.

Refiere que después de esta experiencia, un año estuvo bajo sentimientos encontrados: “me ponía muy mal, poco a poco lo he ido superando, fue una experiencia dura, mucho”.

Pese a ello no ha pensado en dejar de ser bombero, así continuará toda la vida, al igual que sus hermanos y primo, muestra de ello es que rescató a una mujer que había quedado atrapada en el polvorín de la fábrica de cohetes en San Cristóbal este 2019, quien lamentablemente perdió la vida en el hospital.

Asegura que dedicarse a ello es lo mejor que le ha pasado, así continuará y como aportación a la prevención imparte actualmente cursos de primeros auxilios y rescate a la población, así como a diferentes sectores con los conocimientos que complementó con una maestría en la materia.

Para concluir la entrevista, Juan Carlos comentó que ser bombero no es únicamente apagar el fuego, sacar cuerpos; se trata, dijo, de cuidar y salvar la vida con el entendido de que “es lo más valioso que el ser humano puede poseer”.