Los festejos del Día de las Madres

“Aquí el día que no trabajamos no comemos, por eso no paramos”, refiere Maribel Vázquez Domínguez, una de las 1200 locatarias del mercado Juan Sabines, quien participa en la organización de los festejos del Día de las Madres, donde con música de trío y regalos para las madres trabajadoras del mercado, el comité de locatarios celebró a las mujeres del centro de abastos de la capital.

Comentaron que en esta ocasión se logró conseguir algunos obsequios y pagar a los músicos con el apoyo de los locatarios y algunos proveedores o comerciantes amigos, que no dudaron en apoyarlos para que las mamás puedan contar con un presente, además de las felicitaciones por el Día de las Madres.

Empresas que surten al mercado o que se encuentran en los alrededores se sumaron a la petición de los locatarios, con la finalidad de que las mamás pudieran pasar un rato agradable.

Maribel Vázquez refirió que el objetivo de una serie de festejos que han organizado en los últimos meses es principalmente atraer a los consumidores, quienes en muchos de los casos dejaron de acudir, en especial durante la etapa más crítica de la pandemia, por lo que sus ventas se vinieron abajo.

Comentó que ha sido uno de los momentos más complicados que le ha tocado vivir como locataria, a pesar de que ya tiene 25 años dedicándose a la venta de pescados y mariscos.

Aunque dijo que ella no es una de las fundadoras, ha visto pasar a locatarias que ya han dejado a sus hijos o nietos a cargo de los negocios, ya que el mercado cuenta con más de 40 años de haber sido fundado.

Explicó que espera que la gente se anime a consumir los productos de los mercados, debido a que hay garantía de que se ofertan los productos más frescos, de buena calidad y con precios más accesibles que en los supermercados, además de que esto impulsa la economía local.

Asimismo, en el Panteón Viejo se pudo ver a familias que recorren los pasillos y buscan los espacios donde se encuentran abuelitas y madres que ya fallecieron.

Cargando flores, veladoras, algunas cubetas, escobas y en algunos casos hasta equipos de sonido, varias familias de Tuxtla se dan cita para limpiar los espacios donde ahora descansan.

Los recuerdos inevitablemente entrecortan la voz de Fernando Grajales García, quien junto a su hijo y esposa visitan el camposanto para limpiar la capilla donde ahora descansa su abuela de nombre Alicia Zúñiga Morales.

“Como todos los años, estamos aquí visitándolas, ya es como una ley, porque mientras vivamos, ellas viven en nuestro corazón.

“Mi abuelita me quería como un hijo, ya que viví con ella muchos años de mi infancia; recuerdo que me llevaba mucho a la iglesia, los guisos eran sin iguales; hasta hoy no he probado un mole como el que ella hacía y también una salsita verde con carne asada”, rememora con nostalgia.

Las memorias lo remontan a las calles del barrio Las Canoitas, en el centro de la capital.

Alicia Zúñiga atestiguó los juegos de su nieto, mientras corría por el antiguo parque Morelos, hoy Bicentenario y con su afecto no dudó en alguna ocasión apoyarlo para elaborar el papalote que volaba en La Lomita.

Esta vez, mientras limpia la capilla de su abuela, reconoce que su familia siempre se ha mantenido al pendiente del lugar, pero sus tíos dejaron de acudir por la pandemia.

En el camposanto también nos encontramos a Lucía, hija de doña María Vicenta, quien a más de treinta años del fallecimiento de su mamá, aún acude a visitar su capilla y la recuerda con cariño.

Entre los complejos pasillos del panteón carga un arreglo floral, en compañía de sus nietos, quienes no dudan en hacerle compañía.

“Todo lo que ella preparaba era sabroso y de ahí aprendí un poco”, comenta mientras sonríe.

“La convivencia que se tiene con la madre, porque los papás se van a trabajar; por eso cuando parten, es el dolor más grande que puede uno sentir como hijo”, explica mientras comenta que aún estaba recién casada cuando su madre falleció.

Doña María Vicenta vivió en el barrio de San Roque, y aunque era ama de casa, también hacía algunas artesanías y manualidades con las que obtenía algunos ingresos adicionales a los de su esposo, quien era maestro.

“Vivimos de los recuerdos, de la madre uno nunca se olvida; si no me olvido de mis hermanos, mucho menos de mi madre”, concluye doña Lucía.