A 80 años de la muerte de Jorge Cuesta

Conmemorar la muerte de Jorge Cuesta resulta un acto singular, ya que la remembranza está dirigida a la vida y no a la muerte. Hace 80 años, el 13 de agosto de 1942 falleció Jorge Cuesta Porte Petit. Hoy se conmemora la obra de arte que hizo de su vida.

Dispersa en artículos periodísticos y en revistas culturales, la labor de Cuesta tuvo que esperar 22 años antes de que fuera reunida y publicada, y más de 30 para ser reconocida por los más prestigiosos intelectuales mexicanos.

Jorge Cuesta es el “primer intelectual plenamente moderno de México” y su trayectoria —breve e intensa— lo llevó a convertirse en “el fundador del canon en la literatura mexicana”. Esta afirmación describe la identidad del autor de una obra que ha resistido al paso del tiempo y sigue siendo de actualidad.

El interés y la imagen de Cuesta se han fortalecido. Sobre su personalidad y su creación se han producido eruditos ensayos, coloquios y homenajes, lo que tal vez no sería de su agrado. Influido por Nietzsche, Mallarmé, Valery y Julien Benda, entre otros, supo imprimir un incomparable estilo propio a su trabajo crítico, que lo distingue de sus compañeros del grupo Contemporáneos.

Lo que hace la permanente modernidad de Cuesta es precisamente su capacidad para plantear nuevas problemáticas y proponerlas con una autoridad irrefutable, ya se trate de cultura, política o filosofía. Es asombroso leer su ensayo sobre Santa Juana de Shaw, de 1925, en el que los 22 años hace una crítica magistral, sin ver la puesta en escena, basado solamente en el texto de la obra, analizándola junto a su autor. Ese mismo año escribe Canciones para cantar en las barcas de José Gorostiza, donde muestra su enorme erudición.

Jorge Cuesta es polifacético; la literatura y la poesía, el arte, la ciencia y la política son para él actividades cotidianas. En su aspecto más mundano (más humano dirían algunos) se divierte y abisma en los vaivenes del amor. A los 24 años, ya ha leído a Nietzsche, desafía a Ortega y Gasset y Alfonso Reyes, quien en 1954 se refiere a él con agresiva malevolencia.

En 1927 aparece Reflejos, reseña del libro homónimo de Xavier Villaurrutia, auténtica poesía en prosa, y también publica los ensayos Antonio Caso y la crítica y El resentimiento en la moral. Max Scheler, que son sus primeros acercamientos públicos a los temas filosóficos.

En 1928 Cuesta firma la Antología de la poesía mexicana moderna, que en realidad es una obra colectiva de los Contemporáneos; su aparición, estando Jorge en París, desata en México un verdadero escándalo. Desde allá, dirige una carta a Manuel Horta, director de Revista de Revistas, participando así en el debate. Como lo apunta bien Gerardo Diego, las antologías son para generar debates y Jorge Cuesta habrá heredado a la historia no solo una antología sino un memorable debate.

En 1932 la consignación de la revista Examen, de la cual él es creador y director, lo ocupa y lo arrolla. El escándalo montado por los enemigos de Narciso Bassols, ministro de Educación Pública, quienes a través de un mediocre periodista de Excélsior denuncian a la revista por incurrir en “faltas a la moral” al publicar la novela Cariátide, de Rubén Salazar Mallén, quien utilizaba palabras “vulgares” del florido vocabulario mexicano.

Entre 1932 y 1940 encontramos la mayor producción intelectual de un Cuesta maduro, y mientras su crítica literaria y artística siguen su curso, su interés se manifiesta tanto en la política como en la educación en México.

En sus artículos de corte político, nunca toma partido, su posición es crítica. Como lo sugiere Julien Benda en La traición de los clérigos, Cuesta advierte, denuncia, critica, pero jamás sugiere, jamás hace proselitismo de ninguna especie y es por ello que sus opositores encuentran difícil la confrontación. Ciertamente se ve obligado a pronunciarse en algunos casos, sin embargo, su crítica rara vez es ad hominem, mientras que sus opositores lo atacan siempre y no a sus argumentos. Es asombroso cómo, en algunos artículos Cuesta puede desmembrar a alguien sin tocarlo, solo desbaratando lo que le rodea.

La actualidad de la obra de Cuesta no es la única razón para sugerir, para vindicar la pertinencia de hacer el esfuerzo de comprenderlo. Es necesaria la seducción de las afirmaciones de un humanista que reivindica al individuo frente al mundo, que se define como espectador de su existencia frente al mundo que lo rodea. Su vehículo es la crítica.

En sus creaciones, el lector percibe la diferencia entre la escritura como sombra y la escritura como reflejo. Su caso es el de la escritura como reflejo. Cuesta no indica nunca el camino a seguir, no proyecta su sombra sobre el lector; solo narra cómo lo hizo él, cómo comprende él la naturaleza de las cosas y de la gente.