En esta ocasión el poeta Gilberto Piña habla del tema “El Príncipe de las Letras y el Modernismo; la importancia de la nueva tradición en la poesía”.En la poesía española hay un antes y un después de Rubén Darío. Fue el primer gran poeta desde el Siglo de Oro, el de Garcilaso, San Juan de la Cruz, Fray Luis, Góngora, Quevedo y Sor Juana. Y a pesar de la abundancia de poetas surgidos en el siglo XX a ambos lados del Atlántico —García Lorca, Alberti, Salinas, Cernuda, Neruda, Vallejo, Paz, Palés Matos, Lezama Lima, etcétera— la dimensión que Darío alcanzó no ha sido superada. Fue el líder de una revolución literaria que se expandió a lo largo del mundo hispanohablante y transformó todos los géneros literarios, no solo la poesía.

Del mismo modo que Garcilaso modernizó el verso castellano al imprimirle las formas y el espíritu italianos durante el siglo XVI, Darío condujo la literatura en lengua española a la modernidad al incorporarle los ideales estéticos y las ansiedades del Parnasianismo y del Simbolismo franceses. Ambos, Garcilaso y Darío, llevaron a cabo las más profundas revoluciones del verso castellano, pero ninguno de los dos es conocido fuera del mundo hispanohablante, excepto en los círculos de hispanistas. Sus obras no “viajan” bien, particularmente al mundo de habla inglesa, en donde son prácticamente desconocidas, según nos cuenta Roberto González Echevarría.

El poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, conocido en el mundo como Rubén Darío, es considerado como el precursor del modernismo literario en América Latina. Su influencia en la poesía del siglo XX le mereció el título del Príncipe de las Letras Castellanas. Nació en Metapa, hoy Ciudad Darío, en Matagalpa, Nicaragua, el 18 de enero de 1867. Hijo de una pareja separada, vivió la mayor parte de su infancia en la ciudad de León, criado por sus tíos abuelos Félix y Bernarda, a quienes llegó a considerar sus verdaderos padres.

El caso de Darío es más desconcertante que el de Garcilaso (1501-1536); a este bien podemos dejarlo en las bibliotecas junto a Petrarca, Ronsard y Spencer, pero Darío es casi nuestro contemporáneo. Garcilaso ha sido tan completamente asimilado que es fácil ignorar su presencia en poetas como Paz y Neruda, por ejemplo. Las innovaciones de Darío, su estilo y peculiaridades son tan contemporáneas como las polémicas que su obra ha suscitado entre poetas, profesores y críticos.

El Modernismo, movimiento que Darío fundó, tuvo un tremendo impacto en todos los niveles de la cultura hispana, desde la decoración de interiores y el diseño de muebles hasta la ropa. Incluso puede decirse que la voz de Darío aún llega a nosotros entreverada en canciones populares. Más que un poeta nicaragüense o hispanoamericano, Darío fue por excelencia el poeta de la lengua española y la primera figura literaria realmente célebre en la historia de las letras hispanas. España e Hispanoamérica reconocieron su voz poética como la más original y moderna surgida hasta entonces.

Según relata en su autobiografía, Rubén Darío apenas tenía tres años de edad cuando aprendió a leer. Su tía abuela lo introdujo al mundo de las letras sentándolo en su regazo y haciéndolo llevar su dedo índice sobre las letras del abecedario. Desde muy pequeño recibió la influencia de los clásicos de la literatura, la Biblia, El Quijote, Las mil y una noches, Los oficios de Cicerón, que figuran entre las primeras obras que inspiraron su genio creador  y su sentido poético.

Siendo un adolescente publicó sus primeros poemas “La fe”, “Una lágrima” y “El desengaño”, influenciado por los poetas franceses. Con 13 años de edad, su producción literaria se hizo pública. En su obra, reconocida por toda la literatura hispana y con algunos críticos a los que les ha parecido decorativa y hasta suntuosa, la escritura de Darío sigue siendo universal. Su legado es amplio: poesía, prosa, autobiografía que suma más de una treintena de libros, sin contar con que todavía pueden encontrarse textos inéditos, porque su obra se reunió hasta después de su muerte.

De su poesía y obra completa se han editado más de 10 tomos. También se propuso escribir novela, pero no pasó de hacer breves textos. Ya en la etapa final de su vida lo intentó, pero no llegó a concluir “El oro de Mallorca”, texto autobiográfico que apareció en entregas en el periódico La Nación en 1914. Salvo excepción, ninguno de sus libros se publicó en Nicaragua o México, donde representó a su país e incluso se relacionó con el mundo literario e intelectual. Su obra fue publicada en España, Francia, Argentina y Chile, donde vivió como viajero o diplomático.

Sus primeros libros se publicaron en Chile, como Abrojos, Rimas (1887) y, entre otros, Azul (1988), obra considerada el punto de partida del modernismo; Prosas profanas y otros poemas, en Argentina (1896), y una segunda edición ampliada en Francia (1901). Igualmente se citan El canto errante (1907), Poema del otoño y otros poemas (1910) y Canto a la Argentina y otros poemas (1914) y el poemario Lira póstuma (1919). En prosa, Los raros (1896 y 1905), España contemporánea (1901), Peregrinaciones (1901), El viaje a Nicaragua e Intermmezzo tropical (1909), Letras (1911), Historias de mis libros (1916) y el libro póstumo Prosa dispersa (1919).

A decir del escritor peruano Mario Vargas Llosa, “lo que hizo Darío fue romper el provincianismo que asfixiaba a la poesía de nuestra lengua, la que, desde los grandes tiempos clásicos con Quevedo y Góngora, se había empequeñecido y retraído a las querencias locales, y salir a enfrentar al mundo entero para apropiárselo”. De igual forma, refiere que “a diferencia de un poeta francés o británico o alemán, no escribía condicionado por el peso de una tradición”.