Fallece exponente de la renovación musical

El compositor polaco Krzysztof Penderecki, último exponente del cambio radical que ha experimentado la música en el mundo, falleció en Cracovia a los 86 años.

Hace una década murió su amigo Henryk Nikolaj Gorecki, y en 2013, Wojciech Kilar. Con otros de sus coterráneos, entre ellos autores geniales también, como Witold Lutoslawski (1913-1994) y Gracina Bacewicz (1909-1969), Penderecki conformó desde Varsovia un movimiento vasto y variado, donde el lenguaje musical fue el epicentro de una renovación total en las maneras de pensar, entender y escribir música.

Autor de sinfonías, obras sacras, música de cámara; inventor de instrumentos que incorporó a la orquesta, como su célebre tubáfono, armado con tubos PVC, Penderecki comenzó la era de cambios al fundar, en 1956, el Festival Otoño de Varsovia, que se convirtió en pivote. Gracias a Penderecki florecieron otros gigantes hasta entonces desconocidos: Edgar Varese, Luigi Nono, Pierre Boulez, John Cage…

Su monumental sinfonía Las siete puertas de Jerusalén, su Réquiem polaco, su Pasión según San Lucas y su ópera Los demonios de Loudon, figuran entre sus piezas más reconocidas.

Sus proyectos, iniciativas y aventuras musicales estuvieron siempre marcadas por la libertad. Por eso trabajó en 2011 con el líder del mejor grupo de rock, Radiohead, Jonny Greenwood, y con la cantante de otro grupo de culto, Portishead, Beth Gibbons, con quien grabó en disco la mejor versión asequible de la Sinfonía de los lamentos de su amigo Gorecki.

Zurdo, Penderecki desarrolló, a la par de su escritura, una de las más brillantes carreras como director de orquesta, y fue así como estrenó sus propias obras y las de sus amigos polacos, especialmente las de Grazina Bacewicz, quien, de otra manera, debido a la cultura patriarcal, hubiese quedado en la oscuridad como muchas compositoras lo están todavía.

Escribir sinfonías, el máximo reto

Krzysztof Penderecki visitó México en distintas ocasiones, donde estrenó algunas de sus obras con él mismo a la batuta de las sinfónicas Nacional, de Xalapa y la Sinfonía Varsovia. En esas ocasiones concedió entrevistas a La Jornada. Recuperamos fragmentos de la conversación más reciente con este artista.

Usted es básicamente un sinfonista. ¿Qué nuevos descubrimientos ha realizado en el territorio de la sinfonía?

He escrito siete sinfonías, completé la octava, pero la sexta no la he concluido. Para mí, el máximo reto como compositor es escribir sinfonías, fue lo que más hice en los años 70, cuando el concepto avant garde estaba en boga y, por tanto, los compositores no estaban interesados en escribir sinfonías, sino piezas de cámara experimentales.

Cada una de mis siete sinfonías son muy distintas unas de otras. La primera es una obra muy vanguardista, la segunda la escribí un par de años después y está muy influida por mi fascinación de entonces por la música romántica antigua, que combiné con elementos del posromanticismo.

Las siguientes sinfonías son muy complejas y me alejé por completo de los lenguajes románticos. Las sinfonías siete y ocho son corales. La séptima se titula “Las siete puertas de Jerusalén”, y es una suerte de oratorio sinfónico. La última, la octava, que estrené en junio, es una suerte de ciclo de lieder con poesía alemana de los siglos XIX y XX.

Cada una es distinta en mi búsqueda de hallar nuevas posibilidades, nuevas formas. Y desde luego que cuando uno emprende una sinfonía de larga duración, de largo aliento, casi necesariamente uno tiene que acercarse a las formas sinfónicas que se utilizaron en los inicios del cultivo de la forma sinfonía, así como de los elementos del último periodo del romanticismo sinfónico.

Gustav Mahler escribió su “Octava Sinfonía” aproximándose a la forma oratorio, pero en toda su producción sinfónica utilizó el lieder como elemento de construcción escritural. ¿Alguna conexión con usted?

Me siento más en conexión con Bruckner que con Mahler. Bruckner es para mí el sinfonista más grande de la historia, después de Beethoven, y desde luego de Tchaikovsky y Sibelius. Por supuesto, admiro mucho a Mahler y sí, debo reconocer que existe una conexión entre mi música y Mahler en mi última sinfonía.

¿Qué puntos de contacto establece con Bruckner: la orquestación masiva o la extensión?

En cuanto a la extensión no tanto, salvo en mis sinfonías tres, cuatro y cinco, donde puedo reconocer plenamente que está el espíritu bruckneriano impreso en ellas.

Bruckner aspira y toca la divinidad, la música de ese autor aspira y logra lo divino. Usted, como compositor religioso, ¿anhela lo mismo?

Sí, porque para mí Bruckner es un autor de música religiosa sin necesidad de texto; es una música de espiritualidad muy profunda.

¿Busca también conectar con lo divino mediante su música?

Por supuesto, la mitad de toda mi obra está consagrada a la música sacra o música religiosa.