La vida de las ideas no es menos vida que la real
David Huerta es hijo de la generación del 68 y creador de una obra renovadora que tiene en Incurable una de sus obras maestras. Cortesía

Hijo de Mireya Bravo y Efraín Huerta, amantes y hacedores de literatura que le transmitieron vía genética la pasión por las letras y la poesía, David Huerta (8 de octubre de 1959) se reconoce en esa línea bien singular pero rica, del trabajo creativo que se finca entre la tradición y la vanguardia que no deja de lado la política. David es hijo de la generación del 68 y creador de una obra renovadora que tiene en Incurable una de sus obras maestras.

¿Qué tanto te sabes resultado de las vanguardias y tradiciones?

La tradición es algo que amamos y debemos conservar. La palabra “tradicionalista” tiene connotaciones negativas únicamente para los ignorantes. Voy a decírtelo de otro modo, un poeta está hecho, en buena medida, por los poetas que lo precedieron. Creo que ese es el sentido de lo que decía el acta del jurado. Soy resultado de una porción significativa de la poesía en lengua española; no sé si un resultado bueno o malo, no me toca decirlo, pero los miembros del jurado aprueban mi trabajo.

¿Desde dónde asumes la traducción y a qué estirpe perteneces?

Soy un traductor muy escaso y poco versátil. He traducido, sí, aun libros completos; pero principalmente he traducido para mí mismo. Quiero decir: he traducido poemas, versos, para mi propio consumo y para tratar de leer con mayor profundidad y calado los poemas que me gustan, me interesan, me apasionan o me intrigan. De prosa he traducido muchas páginas, pero siempre me siento muy inseguro, además soy lento.

¿Te concibes un poeta cimentado en la poesía medieval, renacentista y barroca?

Los cimientos de lo que hago están en el mundo, allí afuera, y en esas interioridades extrañas que son las experiencias del lector de toda la vida que he sido. La poesía medieval en español es sobre todo europea, española; me fascina. Hay una poesía mexicana, novohispana si quieres, que ya nos toca plenamente. Allí están los poetas que han antologado Méndez Plancarte, Martha Lilia Tenorio y los editores de ese libro precioso: Entre frondosos árboles plantada.

¿De dónde abrevas tu vocación cívica? ¿Tus batallas vienen de la lucha estudiantil de los 60, de la exigencia de libertad, justicia, igualdad y equidad?

Crecí entre un montón de “rojillos” que eran, además, periodistas y escritores. No podía no tener una postura política; la evolución, si así puedo llamarla, de lo que llamas mi “vocación cívica”, ha sido muy accidentada. Llena de decepciones y desencanto, pero firme en las convicciones de que todo esto puede estar mejor.

¿Cuánto se ha nutrido tu profundidad poética de los abordajes e intereses de tus estudiantes?

Es una pregunta preciosa y apunta a un centro vital de mi vida. Vital, en el terreno intelectual: la vida de las ideas no es menos vida que la otra, la vida sanguínea, de bulto, cotidiana, que llaman equivocadamente “real”. En esa vida de las ideas mis estudiantes me han enseñado una barbaridad. Tanto en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México como en la UNAM, mis clases me hacen muchísima ilusión y son una parte central de mis días. Las preguntas, discusiones, desacuerdos en la clase son un alimento formidable para mantenerme despierto. Te cuento algo, en la semana anterior a reinicio de clases, me dije: “¡Ay, ojalá se prolongaran las vacaciones!”; pero al día siguiente me dije con mucha energía: “¡Ya quiero que empiecen las clases!”. Lo primero, porque ya no estoy tan joven y de repente me canso; lo segundo, porque ser profesor universitario es una de las principales prendas de mi vida.

¿Eres un joven poeta de casi 70 años que sigue probando formas poéticas y sorprendiéndose con los hallazgos que pueden generar las palabras?

¡Joven poeta de 70 años! Desde luego, me entusiasma ver cómo funciona el lenguaje, cómo se despliega en las comunicaciones de todos los días, qué trasfondos históricos hay en cada palabra, en cada frase, en cada inflexión.