Don Cucoldo llegó a su casa en hora desacostumbrada. Oyó ruidos extraños en la alcoba, como de acezos, suspiros, pujos y jadeos. Al abrir la puerta de la habitación vio a su mujer en pleno abrazo pasional con un desconocido. La señora advirtió la presencia de su esposo y le dijo con tono de preocupación: “¡Ay, Cucoldo! ¡Me temo que esto va a ser causa de que empieces a sospechar de mí!”. Bajo el signo de la sospecha está empezando igualmente la relación de México con Estados Unidos ahora que Joe Biden llega a la Presidencia del país vecino. Esa sospecha es, claro, de allá para acá. La forma en que AMLO regateó su felicitación al demócrata luego de su victoria sobre Trump; el peliagudo asunto del general Cienfuegos; el riesgo en que la 4T ha puesto a la autonomía e independencia del Banxico; la anacrónica y retrógrada postura de López Obrador en lo relativo a las fuentes de energía limpia; todos esos factores harán difícil un buen principio en el trato entre los dos gobiernos. Para colmo de males el tabasqueño ha dado la impresión de provocar en manera imprudente e inoportuna al nuevo mandatario norteamericano con el asunto ése de Julian Assange, a quien Biden ha llamado terrorista y al que AMLO ofreció asilo político sin que nadie se lo pidiera. Parece que López Obrador se mueve más por impulsos que por reflexiones, y eso no es aconsejable en quien tiene a su cargo una nación. Empiezo a sospechar que la conducta del presidente de México no está gustando nada a su nuevo homólogo en Estados Unidos. “Acúsome, padre -dijo en el confesonario la linda y pizpireta Dulciflor-, de que anoche fui con mi novio al solitario y umbroso paraje llamado El Ensalivadero, y ahí nos besamos y nos acariciamos con ardor”. “Hija mía -la amonestó el padre Arsilio-, besos, caricias y ya, eso nunca se verá. Estás poniendo en riesgo no sólo tu virtud, sino también la medida de tu cintura. Como penitencia rezarás un rosario”. Sugirió Dulciflor: “De una vez écheme dos, señor cura, porque a la noche le vamos a seguir”. Doña Macalota le reclamó a su esposo don Chinguetas: “Me dicen que te vieron cenar anoche con una mujer en conocido restorán”. “Es cierto -admitió él-. Fue una reunión profesional”. Inquirió en tono agrio doña Macalota: “¿Su profesión o la tuya?”. Un tipo le dijo a otro: “Te invito a una orgía en mi departamento. Puedes llevar a tu esposa”. Preguntó el otro: “¿Cuántos vamos a ser?”. Respondió el que invitaba: “Si van ustedes dos seremos tres”. Don Cucurulo cortejaba discretamente a la señorita Himenia, célibe que desde hacía bastantes años se había estacionado en los 39. Una tarde ella lo invitó a merendar en su casa. Le preguntó: “¿Gusta una copita de algo?». «No acostumbro beber, amiga mía -declinó el visitante-. Basta un trago de cualquier bebida espirituosa para hacerme incurrir en atrevimientos impropios de mi condición de caballero”. Dijo la señorita Himenia: “Voy a traer la botella”. Por más esfuerzos que hacía la bella chica no podía poner a su aburrido acompañante en aptitud de interesarse en ella. Finalmente le preguntó con sugestivo acento: “¿Te gustaría ver dónde me operaron del apéndice?». «¡Oh no! -rechazó de inmediato el inexperto galán-. ¡Odio los hospitales!”. Doña Gules entró en una tienda de animales. De inmediato le llamó la atención una pareja de castores que estaban en su jaula. Le preguntó muy interesada al encargado: «¿Cómo se cogen esos animales?”. “Bueno -explicó el hombre-, el macho se coloca sobre la hembra y.”. “No me entendió usted -se turbó doña Gules-. Lo que quiero saber es cómo se cazan”. “Ésos no se cazan, señora -dijo el de la tienda-. No son tan tontos; nada más se cogen”. FIN.

Mirador.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la primera vez que oíste un trueno?

Eras apenas un cachorro de dos meses, o tres. Me han dicho que otros como tú se espantan a oír el ruido de la tormenta y corren a esconderse bajo un mueble. Tú, en cambio, te pusiste en actitud de reto como para defenderme de ese ominoso enemigo invisible. Le gruñiste, amenazante, y volviste la mirada a mí como para decirme: “Tranquilo. Aquí estoy yo”.

De otras tormentas supe, Terry, y en todas fuiste presencia tranquilizadora. Ahora mismo, cuando en el mundo hay sombras y el aire es amenaza peligrosa, tu recuerdo me da sosiego y paz.

Se irán las sombras; el aire se clarificará otra vez. Si así lo dicta el misterio que rige la vida de los hombres y los perros volveremos a estar juntos, en la vida yo, tú en la memoria. O en la memoria los dos, que es otra forma de la vida.

¡Hasta mañana!...

Manganitas.

Por AFA.

“. ‘No hay en el mundo otro como López-Gatell’, declaró AMLO.”.

Algunos críticos, llenos

de sana incredulidad,

dicen con serenidad:

“Que sea menos, que sea menos”.