Master Prick, salaz mancebo, llevó a la linda Guinniver al bosque, y ahí pretendió abrazarla. Le advirtió ella: “Voy a gritar”. Respondió el avieso mozalbete: “Estamos lejos de todo. Nadie te va a oír”. “Ya lo sé -admitió ella-. Pero déjame tranquilizar mi conciencia”. El cazador le dijo a su compañero: “Éstas son las huellas del león. Tú síguelas a ver a dónde va; yo las seguiré para ver de dónde vino”. Terminó el trance de erotismo en la habitación 210 del popular Motel Kamawa, y la chica se quejó con su galán: “Si fueras un caballero no me habrías pedido que hiciera esto”. Replicó el tipo: “Y si tú fueras una dama no me habrías cobrado”. En el campo nudista él le dijo con emoción a ella: “¡Mírame a los ojos, Dulcibella, y sabrás que lo que siento por ti es amor sincero!”. “Miraré otra parte -acotó ella-. Así sabré si lo que sientes por mí no es solamente deseo”. El joven médico le indicó a su paciente: “El licor no es bueno para su salud”. Opuso el hombre: “Toda mi vida he tomado, y tengo 70 años”. Repuso el novel facultativo: “Si no lo hubiera hecho ahora tendría por lo menos 80”. Doña María Valdés, mi suegra, fue una santa mujer. Me resulta difícil llamarla “suegra”, pues fue para mí segunda madre. En pocas personas he visto una fe tan grande en Dios como la suya. Solía decir: “Lo único que le pido al Señor es que me permita entregar a mis hijos al sacramento que más les convenga”. De cuatro que tuvo a dos los entregó al de la extremaunción. Una vez le solicité que me bendijera un coche que había comprado, el primero que pude adquirir después de casarme con su hija. Lo hizo derramando sobre él tal cantidad de agua bendita que le dije: “Doña María: le pedí que me lo bendijera, no que me lo lavara”. El caso es que al terminar la bendición hizo sobre el vehículo la señal de la cruz y luego, volviéndose hacia mí, me dijo: “Ahora, Armando, cómprele el seguro”. Eso me enseñó una utilísima lección: hay que tener confianza en Dios, pero sin dejar de precavernos contra las contingencias causadas por los hombres. Erró lamentablemente el señor obispo de Ciudad Victoria cuando afirmó en un sermón que el uso del cubrebocas es una muestra de falta de confianza en Dios. Más bien es una muestra de falta de confianza en el coronavirus. Con sus palabras el dignatario victorense pareció tomar el camino de López Obrador más que el de la prudencia, que es -junto con la justicia, la fortaleza y la templanza- una de las cuatro virtudes cardinales enumeradas por el buen Padre Ripalda en su olvidado catecismo. Quienes predican desde el altar (el micrófono sustituyó al púlpito) han de hacerlo cuidando sus palabras, pues quienes las escuchan las suponen inspiradas desde lo alto. Ciertamente en esta ocasión el obispo de Ciudad Victoria anduvo muy alejado lo mismo de la ciencia que de la prudencia. Ojalá en ulterior mensaje se corrija y oriente mejor a su grey. En el pueblo donde oficiaba el padre Arsilio no había habido nunca un lupanar, burdel o ramería. Cierta mañana el alcalde llamó al párroco y le dijo que había recibido una petición de permiso para que se instalara en el lugar uno de esos establecimientos. Declaró con energía el sacerdote: “Me opongo terminantemente a que venga esa casa de pecado. Negocios como ése son una fuente de inmoralidades”. “Y también de impuestos -adujo el edil-. Haga usted una votación entre sus feligreses hombres. Decidiré conforme al resultado”. Don Arsilio los reunió, en efecto, y les pidió que votaran sobre el caso. Hubo 118 votos a favor de que se permitiera el establecimiento de esa casa, y dos en contra. “¡Protesto! -reclamó uno de los presentes-. ¡El cura votó dos veces!”. FIN.

Mirador.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Sácame de una duda, Terry, por favor: ¿fuiste un perro o un ángel?

Le he dado muchas vueltas al asunto, y he acabado por concluir que fuiste un ángel con disfraz de perro. Un ángel con grandes orejas y jubiloso rabo. Un ángel que la primera vez que vio la luna dejó salir un pequeño aullido de cachorro, como si recordara algo. Un ángel que no se iba a dormir sino hasta que estaba ya en la cama el último de la casa.

Recuerdo tu mirada, Terry, esa mirada tuya hecha de agua y de amor. No era yo digno de que así me vieras. Yo lo sabía, y seguramente lo sabías tú. Aun así me mirabas amorosamente, como si yo no fuera el que era, como si fuera tan bueno y noble como tú.

Ahora eres ángel de otro mundo, perro mío, pero jamás nos has dejado. Cuando ya todo está en silencio me parece oír tus pasos quedos de guardián que cuida en la alta noche de que todo esté en su lugar.

Sácame de otro duda, Terry.

¿Estoy yo en mi lugar?

¡Hasta mañana!...

Manganitas.

Por AFA.

“. Habrá más apagones.”.

La Cuarta Transformación

está investigando ahora

si hay una computadora

que funcione con carbón.