Don Martiriano y su mujer, doña Jodoncia, fueron aquella noche al parque. En una banca un joven y su novia hablaban. Le dijo doña Jodoncia a su marido: “Parece que el muchacho le va a proponer matrimonio a la chica. Tose, para que se dé cuenta de nuestra presencia”. “¡Ah no! -protestó don Martiriano-. ¡Que se chingue! ¡A mí nadie me tosió!”. El cliente preguntó en la agencia de viajes: “¿Cuánto me costaría pasar tres días en Las Vegas con mi esposa?”. El encargado le hizo varias preguntas y luego le informó el costo del viaje para dos. “Es demasiado -objetó el hombre-. ¿Y si voy yo solo?”. Respondió el de la agencia: “Calcule el triple”. Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado. Su esposa le comentó: “¡Qué buenos chistes contaste anoche! ¡Mi mamá casi se muere de la risa!”. Respondió con enojo el majadero: “Cómo no me lo dijiste. Habría contado otros mejores”. En el consultorio médico la curvilínea fémina procedió a vestirse y le dijo al facultativo: “Lo encontré muy bien, doctor. ¿Cuándo quiere que le programe mi próxima visita?”. La rica pero feísima heredera le preguntó a su engominado galán: “¿Estás seguro, Avidio, de que no me quieres nada más por mis millones?”. “Segurísimo -respondió el chulesco tipo-. Pero ya que tocaste el tema, dime: ¿cuántos tienes?”. El reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Quinta Venida -no confundir con la Iglesia de la Quinta Avenida, que permite el adulterio a sus adeptos a condición de que después de consumarlo se pongan gel antibacterial-, le dijo a un colega: “Nuestra iglesia ha tenido un gran éxito. Se basa en los diez mandamientos, pero les permitimos a los fieles que cumplan nada más cinco, a escoger”. Ante el doctor Duerf, psiquiatra, la mujer le gritó a su marido: “¡Contesta, gusano estúpido! ¡El doctor te está preguntando a qué crees que se debe tu complejo de inferioridad!”. “¿Cinco pesos cada tomate? -le dijo, indignado, el señor al verdulero-. ¡Póngaselos ya sabe dónde!”. “Imposible -respondió impertérrito el sujeto-. Ya otro cliente me dijo antes que usted que me pusiera ahí mismo un pepino de 200 pesos”. A los cuatro meses de la boda la esposa del joven Simpliciano dio a luz un robusto bebé. Algo escamado le dijo el novel marido a su mujer: “He oído que los bebés se tienen a los nueve meses”. “No lo sabía -contestó ella-, pero si así lo prefieres, en los próximos bebés que tengamos me tardaré ese tiempo”. Un individuo se plantó en medio de la atestada cantina y se dirigió en alta voz a los presentes: “Quiero saber si hay aquí un hombre que tenga los éstos más grandes que yo”. De inmediato se levantó de su mesa un fortachón. Contestó, retador: “Yo mero”. Le dijo el otro, entonces, mostrándole una prenda: “¿Me compra estos calzones? A mí me quedaron grandes”. La señora le contó a su marido al tiempo que le señalaba a un ebrio que iba por la calle: “¿Ves a ese hombre? Se la ha pasado bebiendo desde el día en que rechacé su proposición de matrimonio”. Exclamó con asombro el esposo: “¿Todo ese tiempo ha estado festejando?”. Una pulguita le preguntó a otra: “¿Crees tú que haya vida en otros perros?”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, les narraba a sus amistades en la cena las experiencias de su viaje por Europa. “En Italia -relató- fuimos a una ciudad que en italiano se llama Temeo”. Su esposo la corrigió: “Torino, mujer; Torino”. La exuberante penitente le dijo al confesor: “Acúsome, padre, de que cuando veo a un hombre de sotana me asalta la insana tentación de hacer el amor con él tres veces seguidas”. “Tendrás que ir a otra parroquia, hija -suspiró el presbítero-. Yo no te las completo”. FIN

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE

Jesús entró en Jerusalén a lomos de un borrico.

Toda la gente salió a la calle, y lo aclamaba.

“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” -gritaba la multitud-. ¡Bendito sea el enviado del Padre!

Hombres y mujeres agitaban palmas a su paso.

Jesús vio entre la muchedumbre a un hombre que lo seguía caminando por la orilla de la calle. No dejaba de seguirlo. Iba como acompañándolo.

Lo conmovió la devoción de aquel hombre que lo seguía sin apartarse de él.

Cuando Jesús llegó al final de su camino el hombre se le acercó y le dijo:

-Ya no vas a necesitar el burro, Señor. ¿Me lo regalas?

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA

“.Miles de vacacionistas salen a las playas.”.

Que a nadie le vaya mal:

en las aglomeraciones

muchos van de vacaciones,

y después al hospital.