“Pertenezco a una antigua institución le comentó don Chinguetas a un amigo-. Quienes están en ella van renunciando al sexo poco a poco hasta llegar a la abstención total”. El amigo se sorprendió: “No puedo creer que estés en una institución así. ¿Cómo se llama?”. Don Chinguetas respondió, mohíno: “Matrimonio”. La tía de Rosilita declaró: “Vengo de la sala de belleza”. Preguntó la pequeña: “¿Y estaba cerrada?”. El golfista se dispuso a hacer su siguiente tiro. Le dijo a la mujer vestida de novia que estaba junto a él, furiosa: “Creo que fui muy claro, Loretela. Te dije: ‘Si ese día llueve te veré en la iglesia’”. Astatrasio Garrajarra llegó a su casa en competente estado etílico. Su esposa lo esperaba hecha un basilisco. Le gritó, exasperada, al temulento: “¡Son las 5.15 de la madrugada!”. Inquirió el cínico beodo: “Y ¿cuál es la temperatura?”. Caperucita Roja le preguntó a su abuelita: “¿Por qué tienes las orejas tan grandes?”. Según el cuento la anciana respondió: “¨Para oírte mejor”. Eso no es cierto. Lo que en verdad le contestó fue: “Qué chingaos te importa”. Generalmente la inflación me es antipática, pero ahora pienso que puede actuar en bien de México. En efecto, el alto precio de las gasolinas, a más de otros factores, ha traído consigo una elevación en el costo de la vida que está afectando a “los pobres primero”. Desde luego tal situación es lamentable, pero quizás ayude a que el pueblo se dé cuenta de los daños que está causando el mal gobierno de la 4T. Eso puede influir en la próxima elección de modo que López Obrador no logre la mayoría que requiere para imponer su voluntad sobre el país. Es penoso decirlo, pero en ese contexto la creciente inflación le viene a la democracia como anillo al dedo. Algunas encuestas muestran ya el descontento popular por el deficiente desempeño del régimen, y eso es un signo esperanzador. Al parecer AMLO ya no las trae todas consigo. Las cosas caen siempre por su propio peso. Los hechos, lo he dicho en varias ocasiones -475- son muy tercos, y la realidad termina por imponerse sobre la simulación. Ante el hambre y la necesidad no hay propaganda que valga. La señorita Peripalda les preguntó a los niños del catecismo: “¿Qué arma usó David para dar muerte a Goliat?”. Pepito respondió: “Una moto”. Sonrió la catequista y dijo: “Fue una honda”. Retobó el chiquillo: “Usted no preguntó la marca”. Babalucas, preocupado, le confió a un compañero: “Hace una semana que no recibo ningún mensaje de Ultimiano”. Replicó el otro: “¿No lo sabías? Pasó a mejor vida”. “Menos mal -se tranquilizó Babalucas-. Yo pensé que estaba enojado conmigo”. La esposa del árabe interrogó, molesta, a su consorte: „A ver, a ver: ¿cómo está eso de que cada vez que mi mamá va a venir a visitarnos tú tienes peregrinación a la Meca?”. Una chica le dijo a otra: “Me enteré de que este fin de semana fuiste de pesca con tu novio. ¿Pescaste algo?”. Respondió la otra. “Espero que no”. Doña Cotilla le preguntó a doña Chalina: “¿Ya oíste el último chisme acerca de la vecina del 14?”. “¿Que si ya lo oí? -replicó doña Chalina-. ¡Yo lo inventé!”. El encargado de presentar al orador en la cena del Club de Osos habló del invitado. “Su carrera es impresionante -dijo-. Empezó como simple hijo del dueño de la compañía, y ahora es el director”. La novia estaba feliz: mostraba las evidentes señas de un próspero embarazo. El novio estaba confuso, y temblaba. El papá de la novia estaba furioso; esgrimía, amenazador, una escopeta. “Está bien -farfulló finalmente el galán-. Dulcibel: ¿te quieres casar conmigo?”. “Ay, Pitorro -contestó la muchacha, ruborosa-. Todo esto es tan inesperado”. FIN.

Mirador.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

El escritor sufría.

Ninguna de sus obras había tenido éxito.

De su primera novela se vendieron 14 ejemplares, y 12 de la última. (Después el escritor se enteraría de que su madre los había comprado todos).

En alguna parte el escritor leyó que algunos de los mejores libros -el Quijote, por ejemplo- habían sido escritos en la cárcel.

Empezó entones a hacer cosas para ir a la prisión.

Le arrebató el bolso a una viejecita, pero nadie lo detuvo.

Rompió con una piedra el escaparate de una tienda. El juez pensó que se trataba de una protesta política y lo dejó libre de inmediato.

Insultó en la calle a un señor que se veía respetable y que resultó ser un truhan. Todos lo aplaudieron por haber tenido el valor de decirle sus verdades al sujeto.

El escritor no ha logrado que lo metan a la cárcel.

Sufre por eso.

Si usted tiene alguna autoridad, por favor llévelo a prisión.

No prive al mundo de una gran obra.

¡Hasta mañana!...

Manganitas.

Por AFA.

“. Escasea el agua.”.

Al oír la noticia esa

dijo un tipo: “Me da igual

que falte el agua, con tal

de que haya vino y cerveza”.