“Cada día, obligada, harás una pendejada. El día que no hagas dos debes dar gracias a Dios”. Babalucas abusaba de esa licencia. Una vez fue con la linda Susiflor al Ensalivadero, solitario paraje al que acudían por las noches las parejitas en estado de ardimiento. Le sugirió ella, incitadora: “¿Nos pasamos al asiento de atrás del coche?”. “¿Para qué? -opuso el badulaque-. El volante y los pedales están acá adelante”. El chiste que ahora viene es cruel. Las personas que no gusten de leer chistes crueles deben saltarse en la lectura hasta donde dice: “Ya no hacen las estaciones del año como las hacían antes”. Usurino Matatías era el avaro más ruin y cicatero de la comarca. Cuidaba de los dineros más que de sí mismo y su familia. En cierta ocasión llegó a un extremo que casi no me atrevo a relatar, primero por lo inverosímil, y luego porque muestra en plenitud la sordidez del cutre. Sucedió que fue con su esposa a cenar en restorán. Iban a celebrar el 25 aniversario de la última vez que fueron a cenar en restorán. El dispendio se explica porque la señora había recibido una pequeña herencia, y Matatías quiso darse el lujo de aquella calaverada. Cenando estaban cuando de pronto el pesado candil de hierro se desprendió del techo y le cayó a la señora en la cabeza, privándola automáticamente de la vida. De inmediato el avaro llamó al mesero y le ordenó: “Cuentas separadas, por favor”. Ya no hacen las estaciones del año como las hacían antes. En aquellos años -¡ah, los años aquéllos!- la primavera era primavera, y el verano, el otoño y el invierno eran el invierno, el otoño y el verano. La primavera era del año la estación florida; en el verano había frutos; el otoño traía consigo la caída de las hojas y en invierno hacía un frío invernal. Los diferentes climas tenían puntualidad de reloj suizo, tren inglés o cobrador. Ahora, en cambio, todo está cambiado. En primavera caen heladas como para helar el alma, y en invierno se sienten calores tropicales. No sabe uno a qué atenerse en cuestión de vestimenta. Don Abundio me advierte: “En verano cargue con la cobija; en invierno usté sabrá”. Razona: “Desde aquello de la bomba atómica el clima se acabó”. El caso es que en mi jardín habían florecido ya las flores cuando de pronto llegó un frío polar que las mató en flor. “Es el cambio climático”, me explican mis amigos que saben de esas cosas. Uta, digo yo en mi interior, pues en mi exterior se oye muy feo: el clima se ha vuelto climatérico, o sea caprichoso, de mal temple. Y lo peor es que nosotros mismos hemos provocado eso por la forma en que contaminamos la tierra, el aire, el agua. Y más cosas contaminaríamos si las hubiera disponibles para nuestra inconsciencia. ¿A dónde iremos cuando la tierra se vuelva inhabitable, imbebible el agua, el aire irrespirable? Yo me iré al Potrero de Ábrego, pero ¿y la demás gente del mundo? El quinto jinete del Apocalipsis viene cabalgando. ¡Brrr! Con esa última frase, columnista, hiciste que un repeluzno a calosfrío me bajara por la espina dorsal desde las vértebras cervicales hasta no quiero decir dónde. Daré salida a un chascarrillo final y en seguida haré mutis, si me lo permiten. Don Leovigildo llegó a su casa y ¿qué miró al entrar? A su compadre Pitorrango nuy acomodado en su sillón favorito de la sala, y a su esposa -la de don Leovigildo- sentada en las rodillas del talísimo compadre. Antes de que el estupefacto marido pudiera pronunciar palabra, cualquier palabra de las muchas que hay en el extenso vocabulario castellano, le explicó la señora: “El compadre tiene más de una hora esperándote, y ya no sabía yo cómo entretenerlo”. FIN.

Mirador.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Los canónigos de la catedral le pidieron a San Virila que hiciera algún milagro para poder creer en Dios y en los milagros. En ambas cosas habían dejado de creer desde hacía mucho tiempo.

Grandes eran los jerarcas, por eso San Virila decidió hacerles un milagro grande. Alzó los brazos, y la catedral se elevó a lo alto con todo y los canónigos.

De todos los lugares acudió la gente a ver aquel prodigio. San Virila, bondadoso como era, mantuvo arriba la catedral hasta que todo mundo pudo mirar el espectáculo y a nadie le llamó ya la atención.

El frailecito, entonces, se dispuso a volver la catedral a su sitio. Pero entonces sucedió algo. En el solar donde estuvo la edificación había nacido una florecilla. Era pequeña; casi no se veía. San Virila, sin embargo, no quiso aplastarla, y llevó la catedral a otro lado.

Explicó:

-La catedral es obra de los hombres. La flor es creación de Dios. Me atreví a mover lo humano, pero lo divino lo debo respetar.

Los canónigos no le han vuelto a pedir a San Virila ningún otro milagro. Entiendo que siguen sin creer.

¡Hasta mañana!...

Manganitas.

Por AFA.

“.Subirá más el precio de las gasolinas.”.

Va subiendo paso a paso.

Cada día lo veo yo.

Y eso que AMLO prometió

que no habría gasolinazo.