“Adiós, mis 100 palomas”. “No somos 100. Somos éstas; más otras tantas como éstas; más la mitad de éstas; más la cuarta parte de éstas; y una más, señor gavilán, las 100 palomas serán”. ¿Cuántas palomas eran? La respuesta está al final. Digamos mientras tanto que Babalucas le comentó a un amigo. “Tengo en mi granja más de mil palomas”. Preguntó éste: “¿Mensajeras?”. “No te exagero -replicó el badulaque-. Son más de mil”. Hemos mencionado aquí a don Timoracio Q. Lero, sheriff que fue de Picadillo, Texas (se pronuncia Picadilo). Los vecinos le pidieron que fuera a arrestar a Killer Jack, temible asesino que acababa de dar muerte a un forastero. El delincuente se había atrincherado en el saloon del pueblo, y ahí esperaba armado con seis pistolas Colt, cuatro rifles Winchester ‘73, dos escopetas de cañón doble recortado y un Bowie knife que manejaba con habilidad letal, más una pistola Derringer que llevaba siempre oculta en la pretina del calzón. Don Timoracio se resistía a enfrentar a hombre tan peligroso. Debía cuidar su investidura, dijo. Pero los vecinos lo apremiaron en tal forma que tuvo que montar en su caballo. Ya acomodado en la silla preguntó: “¿Con qué mató Jack al fuereño?”. Respondió uno de los presentes: “Con un hacha. Primero le dio un golpe en una nalga con el mango y luego le partió la cabeza en dos con el filo. Lo de la cabeza fue lo que le causó la muerte”. “¿Un hacha? -repitió el sheriff Q. Lero al tiempo que desmontaba con presteza-. Ah, no. Entonces el caso le corresponde a la Policía Forestal”. Talante parecido al de don Timoracio mostró el Presidente López Obrador al anunciar que no asistirá a la ceremonia en la cual el Senado de la República entregará la Medalla “Belisario Domínguez” a doña Ifigenia Martínez de Navarrete. Pocas veces dicha presea se ha otorgado tan merecidamente. Mujer de verdadera izquierda, luchadora social infatigable, doña Ifigenia es una de las figuras más destacadas en la moderna historia política de México. El hecho de que AMLO no asista al acto del Senado constituye no sólo un desaire grave a una dama a quien se deben todas las atenciones, sino también un atentado contra la investidura que el tabasqueño dice proteger y que él mismo ha sido el primero en demeritar. Lo que pasa es que le tiene miedo a Lilly Téllez, y teme también que en el recinto senatorial sus opositores le digan la verdad. Ojalá el tabasqueño reconsidere su actitud. No vale mucho un presidente que insulta todos los días y luego huye y se esconde ante la posibilidad de ser confrontado, y muy posiblemente abucheado. Un político así no está ni siquiera para ser alcalde de Picadillo, Texas. (Se pronuncia Picadilo). Grande fue la sorpresa de doña Panoplia cuando al ir en su auto vio a su amiga Gules de pie junto a la puerta del Bar Ahúnda. Detuvo el coche y le preguntó: “¿Qué haces aquí?”. “Espero a mi marido -respondió la mujer-. Está bebiendo con sus amigos, pero no tardará en salir; son ya la 11 de la noche”. Doña Panoplia se asombró. “¡Qué abnegación la tuya! -le dijo con admiración a la otra-. Seguramente esperas a tu esposo para llevarlo a casa y que no vaya a caer en manos de la patrulla antialcohólica”. “Nada de eso -repuso doña Gules-. Cuando sale del bar me pongo rápidamente una peluca rubia, me pinto como coche y me le insinúo. Él, que trae sus copas, no me reconoce. Me sube a su automóvil; me invita a cenar en restorán de lujo y a bailar en famoso antro; luego me lleva al Motel Kamawa, donde me hace el amor como nunca me lo hace en la casa. ¡Y encima me paga buen dinero!”. (Respuesta al acertijo: son 36 palomas). FIN.

Mirador.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

El anciano marino está en la playa con su esposa.

Ella contempla el mar. Recuerda el tiempo en que su esposo navegaba por el mundo. Veces hubo en que pasó dos años lejos de ella, buscando ballenas en los mares del Sur o en la heladas aguas del Atlántico. Pero siempre regresó. Siempre volvió a su lecho y a sus brazos. Pensó en las mujeres que después de 50 años subían aún todos los días a la torre de las viudas, que así se llama el pequeño mirador que en la parte alta tienen todas las casas de Nantucket.

El anciano marinero también tiene los ojos puestos en el mar. Pero no lo está viendo. Recuerda a aquella muchachita de piel color caoba en Tahiti, y a la mujer que lo aguardaba siempre en el Puerto del Oro y nunca quería recibir los billetes que él le daba, y en la prostituta que conoció en Oriente, de grandes ojos afilados y cabellera negra que le llegaba hasta los pies.

La esposa del anciano marinero recuerda cuando su hombre andaba en los océanos. Él no recuerda el mar. Recuerda los puertos. Y en los puertos.

¡Hasta mañana!...

Manganitas.

Por AFA.

“. El narcotráfico ha infiltrado la política en México.”.

Muchos son del mismo barco,

si me permiten la crítica.

Hay narcos en la política,

y hay políticos del narco.