La señorita Bros era la joven más bella de la comarca. Un vendedor viajero se prendó de ella. Todos los días iba a la iglesia del lugar y se postraba ante la imagen de San Amós. Le rogaba lleno de piedad: “San Amós, haz que me entregue su amor la señorita Bros”. No sé si fue la intercesión del santo o la porfía el galán, el caso es que la señorita Bros terminó por ceder a las instancias de su pretendiente. ¡Y en qué forma cedió! A mañana, tarde y noche le pedía amor. Lo hacía que la amara en un elevador, tras los arbustos de la plaza pública, en el baño del centro comercial. El pobre tipo andaba ya agotado, exhausto, laso. Le pidió a la insaciable fémina unos días de reposo. “Pero, Mercuiriano -adujo ella-. Tú rezabas en la iglesia: ‘San Amós, haz que me entregue su amor la señorita Bros’”. “Sí -admitió él-. Pero yo decía nomás una vez o dos”. El hombre joven que va a mi lado en la fila 6 del jet me ha reconocido, y tiene frases amables para mí. Luego me cuenta algo interesante que a mi vez relato yo a mis cuatro lectores. Mexicano él, casó con una chica venezolana y establecieron su hogar en la Ciudad de México, Cuando nació su primer hijo los padres de la feliz mamá, hija única del matrimonio, vinieron de Caracas a conocer a su nieto. No regresaron ya a su país. Se quedaron aquí. Dicen: “Desde que Hugo Chávez tomó el poder Venezuela empezó a dejar de ser la paria próspera que fue. Llegó el momento en que ya no vivíamos: sobrevivíamos. Comparado con nuestro país, México es un paraíso. Pero nos preocupa ver que López Obrador emplea el mismo lenguaje de Chávez y Maduro, y asume sus mismas actitudes. Ojalá ustedes, los mexicanos, no lleguen a donde hemos llegado nosotros loe venezolanos”. La narración de mi compañero de viaje me puso a pensar. Diosito es tan bueno que hasta a los políticos les dio un patrono celestial: Santo Tomás Moro. Pero ¿a qué santo hay que rezarle para que nos proteja de los malos políticos?... Oscura era la noche, y el deseo encendido. El novio estacionó su coche en un sitio penumbroso y se entregó con su dulcinea a ardientes escarceos amorosos. Fueron interrumpidos por un oficial de policía que bajó de su patrulla y proyectó sobre ellos la luz de su linterna. Les preguntó: “¿Qué hacen aquí?”. El muchacho respondió lo primero que le vino a la mente: “Estamos filosofando, oficial”. “Muy bien -dijo el patrullero-. Guárdese su filosofía, cierre el zipper de su pantalón y vaya con su novia a un lugar menos oscuro”. La linda chica rechazó la invitación de Babalucas. Le dijo, terminante: “No saldría contigo ni aunque fueras el último hombre que quedaba en el mundo”. Aventuró el badulaque: “¿Y si fuera el penúltimo?”. Una cierta señora fue a confesarse con el padre Arsilio. Le preguntó el buen sacerdote. “¿Le has sido fiel a tu marido?”. Respondió la penitente: “Si, padre. Bastantes veces”. Tetonia era dueña de una región pectoral ubérrima, mayestática, munífica. Acudió a la consulta de un cardiólogo, pues sentía ciertas palpitaciones que la preocuparon. El facultativo le pidió a su asistente. “Por favor, enfermera Florencina: tráigame dos estetoscopios. Esto tengo que oírlo en sonido estereofónico”. Los recién casados entraron en la suite nupcial donde pasarían su noche de bodas. Exclamó él, feliz: “¡Al fin solos!”. Su flamante desposada le dijo con enojo: “Después de cinco años de noviazgo ¿ahora te vas a poner a platicar?”. Un hombre con una canasta se acercó a don Poseidón en la central de autobuses. Le dijo: “Vendo huevos”. Respondió, despectivo, el vejancón: “¡Bonito me iba a ver yo vendado de ahí!”. FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Quizás es mi imaginación, pero me parece que el sentido común es cada día menos común.

Antes hasta los locos lo tenían.

Tilo -Domitilo-, el loquito de Arteaga, preciosa villa cercana a mi ciudad, Saltillo, estaba cierto día trepado en lo alto de un alto álamo en la calle de la acequia. Había atado una cuerda a una gruesa rama y se estaba anudando la tal cuerda a la cintura. Lo vio un vecino del lugar y le preguntó:

-¿Qué haces ahí arriba, Tilo?

Respondió él:

-Me voy a ahorcar.

Le indicó el vecino:

-Si quieres ahorcarte necesitas amarrarte el mecate en el pescuezo.

-¡Ah no! -se alarmó Tilo-. Si me lo amarro ahí me ajogo.

A eso llamo yo sentido común. Ojalá todos lo tuviéramos en la misma medida en que lo tuvo Tilo.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Siguen subiendo de precio los artículos básicos.

Alguien con mucho cinismo

dijo en modo que repruebo:

“Si seguimos así, un huevo

nos va a costar eso mismo”.