División de Poderes

Cambio de Posiciones

Las deformaciones de la clase política comienzan cuando se nombran soberanas las entidades federales, que no lo son porque reconocen a un poder superior y se someten a la Constitución General de la República sobre sus propias leyes regionales, y al estimarse que existe una verdadera autonomía entre los poderes de la Unión conformando el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial el gobierno de la República; de allí se estima, erróneamente, que es el primero el superior cuando, en realidad y de acuerdo a sus respectivas funciones, es el Congreso el predominante porque allí se concentran, o deberían concentrarse, los representantes directos de la soberanía popular. Tal es la tesis, no la praxis.

El razonamiento es muy simple: el Legislativo tiene facultades para revocar el mandato de un presidente por casos “graves” o de traición a la patria pero el mandatario no cuenta con instrumentos legales, salvo los del autoritarismo fuera de los considerandos jurídicos, para desaparecer a una Legislatura por resultarle incómoda.

De la misma manera, aunque el Ejecutivo propone, son los legisladores quienes aprueban o no las designaciones de los más altos ministros y magistrados de la Suprema Corte de Justicia y de los tribunales de relevancia electoral, por ejemplo, e incluso tienen funciones de sobra para acotar a quienes caen en posiciones antidemocráticas o contrarias a los intereses del colectivo removiendo el marco jurídico en busca de una dinámica de futuro más cercana a la sociedad que mantiene la soberanía popular. Por su lado, el Judicial nada puede hacer en contra del Congreso de la Unión.

De allí mi insistencia en considerar como el poder supremo de la nación al Legislativo; sin embargo, por desgracia, los diputados y senadores, sobre todo los de las fracciones mayoritarias y correligionarias del presidente en turno, suelen bajar la cabeza ante su “líder” sin saber que con ello, lamentablemente, se traicionan a ellos mismos para tratar de subir escalones en sus respectivas carreras políticas. El vicio tremendo, obtuso, se ha convertido con el tiempo en un hecho aceptado e incontrovertible. Del PRI a Morena, pasando por el PAN.

Lo anterior cobra importancia al calor de los acontecimientos: la casi revuelta de ministros y magistrados por la cuestión de los estipendios muy superiores a los del presidente; y la torpe, maniquea, antidemocrática y vil resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal revalidando los comicios para gobernador de Puebla en 2018 y colocando a esta entidad en una suerte de aislamiento, contrariando las pruebas evidentes del fraude hasta vídeofilmadas, del resto de la República donde comienza a respirarse un aire más democrático. Luego vendría la mano del diablo y la muerte de los caciques la misma tarde anterior a la Nochebuena hace dos años; un crimen que permanece en la oscuridad.

Es evidente que la Suprema Corte debiera ser la última instancia para tratar los delitos electorales y no el Tribunal de marras al que blinda la condición de “inatacable” como si se tratara de la infalibilidad del Papa bajo los siete cerrojos de los Cónclaves y la doctrina.

Éste sí sería un reclamo digno, sólido, contra la tendencia a fortificar más al primer mandatario con un Congreso, por desgracia, bastante sumiso por la mayoría absoluta en manos de Morena y los connatos de chantaje que parecen cerillos ante la hoguera presidencial encendida.

El deber de los mexicanos dignos es evitar que en 2021 vuelvan a aplastar los contrapesos del Legislativo votando por el partido del presidente.

La Anécdota

La persecución a los medios informativos que no cesa –veintiún colegas asesinados en 2018, 15 en 2019 y 12 en 2020 hasta el momento--, nos ha llevado a condiciones extremas que, por desgracia, no son superadas sino que se acrecientan al paso de los años.

Allá por 1982, cuando dirigí al heroico Diario de Irapuato, con grandes amigos y colegas inolvidables que superan con creces algunas miserias humanas, el entonces director de comunicación social del gobierno estatal, Manuel Villa Aguilera, turbio personaje a quien el sistema “premiaría” después con la dirección de RTC por su lacayunería sin límite, me llamó para decirme, palabras más o menos:

--El señor gobernador me ha dado instrucciones para ordenar la publicación oficial en su periódico, lo mismo que la comercial que se le daría por recomendación nuestra.

--Pues es una buena noticia y muy justa; pero me temo que habrá un costo por ello –respondí-.

--Digamos que un favor –explicó el miserable-. Mándenos, con un día de anticipación, la columna Piense –editorial que yo escribía-, para que la revisemos y evitar “errores”.

Contuve la rabia –todavía era demasiado joven-, y repliqué:

--Le propongo otra cosa, un trueque: venga usted a hacerse cargo de la dirección del Diario y yo me quedo con su puestecito. ¿Le parece?

El hombrecillo se embraveció pero no me sacó de mis casillas. Pocas semanas después su jefe, el gobernador Enrique Velasco Ibarra, perdía el trono de Guanajuato y el Diario salía victorioso de aquella batalla... por unos meses más.

loretdemola.rafael@yahoo.com