El Muro y el Dinero

Entorno es Incierto

El déficit financiero de Estados Unidos con México, pese a cuanto pueda creerse, era de 65 mil millones de dólares hace apenas un año. Tal es la razón principal por la que el impresentable sujeto del cabello naranja, sometido a dos juicios políticos, decidió romper con el Tratado Trans-Pacífico y, de paso, con el de Libre Comercio de América del Norte. Así, borrarlos en un santiamén creyendo defender con ello a los estadounidenses y a su país, colocado por él, semánticamente, como el pilar más alto de la pirámide del poder universal. Una falacia tan grande como la noción de que América son sólo los Estados Unidos y que su mandatario es “el líder del mundo libre”. Puras parodias con sabor al payaso Ronald MacDonalds.

Ya hemos comentado que, por ejemplo, el gobierno estadounidense contempla un déficit de 180 mil millones de dólares –esto es tres veces la diferencia con México-, con el estado japonés y ello no es consecuencia de las supuestas fallas del NAFTA –así le dicen al TLCAN por allá-, sino de una estrategia para evitar rupturas con los acreedores, al mismo tiempo atrapados por la economía del gobierno de la Unión Americana que, al mismo tiempo, desde hace años agota las reservas petroleras de los demás y cuida las suyas hasta el exceso para reventar al mundo cuando las primeras se agoten. Ya se sabe... y les seguimos vendiendo, casi a precios de regalo, la mezcla mexicana de crudo a un nivel de 44 dólares por barril, tres dólares menos que en febrero de 2020.

Lo anterior es un preámbulo para hacer números. De acuerdo a un reporte oficial que pasó por el Senado y se filtró a la agencia de noticias alemana Reuters, el muro de la ignominia tendría un costo de 21 mil 600 millones de dólares –la cuarta parte de lo que debíamos al exterior en 1982 según informó el entonces presidente José López Portillo-, que podrían recortarse del déficit financiero que ya se tiene sin necesidad de encajes bancarios, sobretasas a las remesas o castigo a los ahorros de los ricos mexicanos en la nación más intervencionista de todos los tiempos. Sí, no tenemos controladas todas las salidas; más bien ninguna.

La ridícula propuesta de los senadores de la República de la época peñista –me dicen que debería escribirse cenadores por lo glotones y descarados-, de fincar una tasa impositiva del ¡dos por ciento! a las empresas estadounidense en México, tras la lectura de las cifras anteriores, es sólo una panacea, una especie de mosca que revolotea sobre el dulce pastel de la imposición por parte de los vecinitos que el mundo nos marcó de manera inmisericorde. Si los españolitos borbones se quejan por la cercanía de Francia y sus desdenes –bajan la cabeza ante ellos y la alzan cuando dialogan con los representantes de Latinoamérica a quienes siguen viendo como entenados de sus virreyes, escandalosamente-, imagínense cuanto más sufrimos los mexicanos, por fortuna independizados hace más de doscientos años de la corona infecta.

Pero, por desgracia, además somos dependientes de las potencias de cada época que nos arrastraron sin remedio: los ingleses con el petróleo y los canadienses, sus hijos, con la minería, entre otras industrias de gran calado como la de las comunicaciones y la moda en donde los hispanos siguen portándose como colonos de un “nuevo mundo” a sus pies.

La Anécdota

Una amiga madrileña, en 2012, me preguntó, al respecto, si tendría oportunidades de trabajo en nuestro país “por si la cosa, por acá –es decir en la capital hispánica-, se sigue poniendo fea”. Irónicamente ya había sopesado lo difícil que es ganarse un euro cuando no se tiene el documento de identidad como español en esas tierras. Por ello, miles de emigrantes hacen colas inmensas para adjudicarse una nacionalidad que ni entienden y acaso no quieren pero muestran la falsa generosidad de los empresarios españoles. La verdad es que así ocultan la antigua esclavitud a la que son tan adeptos. En cambio, para un mexicano que no sea servidor doméstico el paso a dar es casi imposible, a menos que deje millonadas en las arcas de la tesorería.

En fin, le respondí a la mujer aquella:

-Con tu “seseo” basta para que se te abran las puertas. Por desgracia, en mi país la xenofobia se aplica al revés: se atrae a los extranjeros y se les consiente mientras se desprecia a los oriundos a quienes se sigue viendo como inferiores cuando no lo son, en cuanto a profesionalismo, en el mayor número de casos.

-¿Y eso por qué es así?

-Acaso porque quedaron los rescoldos de la supuesta conquista –una invasión genocida más bien- y los traumas por más de tres siglos de dominación a la que ustedes llaman colonia.

--¿Pero sí los conquistamos?

--A México, no. A los pueblos de Mesoamérica se les venció a punta de traiciones y emboscadas viles, a la mala, con armas y blindajes que no se conocían por nuestro suelo, los caballos por ejemplo. México surgió cuando la opresión fue enfrentada y salieron, con las colas entre las piernas, los pretendidos “españoles peninsulares” que despreciaban hasta a sus hijos criollos. Esto es historia, nada más.

Nunca supe si la señora en cuestión, esposa de un economista republicano por cierto, se animó a realizar el viaje o fue advertida de que la violencia en nuestro país era asfixiante y peligrosa para cuantos llegaban desde el extranjero, sobre todo tras algunos solados casos de violaciones cometidos en las costas de Guerrero por damiselas que, por desgracia, vienen en busca de sexo y se infaman cuando lo tienen.