La Lección de Scherer

No cuestioné al maestro, Julio Scherer García, en marzo de 2010, cuando penetró las sombras de la selva para irse a entrevistar al capo Ismael “El Mayo” Zambada en anuncio anticipado, no anotado por el ilustre periodista, de que él ya era quien mandaba en el conocido y poderoso cártel de Sinaloa, convertido en “confederación” bajo los auspicios de Calderón y sus tratos oscuros con Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, que terminaron en noviembre de 2008 cuando se vino abajo el jet lear de Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobernación y principal negociador de aquel deplorable régimen, en plena zona urbana del entonces Distrito Federal.

Como a todos, aquel diálogo insólito –en donde poco se agregó a los operativos y proyectos del capo, prometiéndose otro encuentro que nunca se dio-, nos atrapó por sorpresa y obligó a debatir acerca de los límites impuestos por la seguridad del Estado tratándose de elementos de la calaña de “El Mayo”, condición después ampliada con los devaneos de Kate del Castillo –hija del primer actor, Erick, foxista irredento por cierto-, con el entonces fugado Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, circunstancia –una película y un posible affaire-, que dio con el criminal inmediatamente extraditado a los Estados Unidos en enero de 2017... hace tan poco.

Tampoco pasó gran cosa –porque en México la ley no es paralela a la justicia porque se interpreta al gusto de la clase política en el poder-, cuando el entones Obispo de Tijuana, encaminó hacia la Nunciatura Apostólica, en 1994, nada menos que a los célebres hermanos Arellano Félix con todo y el enorme crucifijo que pendía del cuello de uno de ellos. El titular de la sede, aún el controvertido Girolamo Prigione Pozzi, quien murió en Alessandria en 2016, llamó al presidente Salinas y le explicó la situación; solicitó, igualmente, que cualquier operativo se hiciera fuera de la jurisdicción diplomática. Pero no hubo necesidad: los cabecillas del Cártel de Tijuana se fueron del lugar sin problemas ni persecuciones y una bendición apostólica como trofeo.

Y esto cuando las sospechas sobre el crimen del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo –predecesor de Berlié en Tijuana-, recaían en las mafias enfrentadas bajo el mando de los Arellano y “El Chapo”, éste capturado, por primera vez, meses después, en nuestra frontera sur por el ejército guatemalteco. ¿Atamos los cabos sueltos?

Todo ello viene a colación por cuanto a la intervención del Obispo de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza, para informar que los “narcos” no alterarán los comicios –por lo menos en Guerrero, donde peores condiciones existen al igual que en Tamaulipas, Sinaloa y Veracruz-, siempre y cuando los postulantes no le mientan al pueblo y cumplan, en su caso, sus promesas de campaña. La autoridad “moral” de las mafias, acaso al servicio de las agencias de inteligencia de USA, se impone a los temores y las limitaciones de la sobrepasada “ética” política. El mundo, y México, como alega peña nieto, sí están al revés.

¿Procede alguna acción penal contra quienes contactan, fuera de la ley, a los criminales de alto rango y se erigen en sus voceros? Mientras nuestro país esté a expensas de ellos, no será posible... tampoco la democracia cuadrada a los intereses de los dueños del territorio nacional.

La Anécdota

Cuando José López Portillo acuñó la frase “la solución somos todos”, sin real oponente al frente durante su campaña por la Presidencia –el “dedazo” era norma para la unción y el protocolo-, nunca imaginó que, al final de su campaña, tras el saqueo de divisas y la caída de la economía, además de provocar en la oligarquía un rencor profundo por la nacionalización de la banca, el lema cambiaría: la solución se convirtió en “la corrupción somos todos”.

Y así ha sido hasta hoy. Por ello los aspirantes presidenciales se han centrado en el tabú para hacer sentir sus “buenos” propósitos, incluso de enmienda en el caso de priistas, panistas y acompañantes-, o de rectificación cuando se habla desde las tribunas de Morena.

La fórmula para extender la credibilidad al respecto es bien sencilla: que cada abanderado voltee a ver a quienes, en sus partidos, representan la corrupción: Meade tendría que proceder contra personajes tan turbios como Beltrones, Gamboa, Ivonne y Beatriz Paredes, Romero Deschamps, Rosario Robles, entre muchos otros; Anaya se toparía con Castañeda Gutman, quien destruyo a Fox de la mano de Marta, Creel, quien nunca sostiene su palabra, Diego Fernández -¡por Dios!-, y muchos más; y Andrés tendría que actuar contra Bartlett, Moctezuma, Ebrard, Monreal, “Napo” Gómez Urrutia y, recientemente, Carlos Cantú Rosas –apellidos por separado y no truculentamente unidos-, Alfonso Romo, Germán Martínez –dirigente del PAN bajo la égida de calderón- y muchos más.

No es juego... pero acreditaremos resultados para zafarse del gran pecado de la hipocresía.

loretdemola.rafael@yahoo.com