Novelas por encargo para jovencitas

Hubo un tiempo en que la literatura para los lectores adolescentes estaba dividida en libros de ellas y de ellos. Así que los chicos se zambullían en las aventuras de Emilio Salgari y nosotras en Mujercitas, El diario de Ana Frank, Papaíto piernas largas. Lo nuestro eran aventuras más íntimas o casa adentro, lo de ellos era adrenalina de selvas, mares, cuevas. Aunque Julio Verne con sus mundos futuros nos puso al tú por tú, la saga detectivesca de los Hardy Boys o Nancy Drew Mystery Stories (que eran libros de la biblioteca de la escuela bilingüe donde asistí) nos volvió a colocar en los estantes de libros para ellas y para ellos, cuando además las heroínas o mujeres dedicadas a ciertos papeles hasta entonces masculinos no eran usuales. Así como yo quería ser la Jo March de Mujercitas, que salva a su familia de la pobreza escribiendo cuentos que le publican (y que resulta que en la vida real su autora Louisa May Alcott sostuvo a sus padres a través de las ventas de sus libros), también quería ser Nancy Drew, la detective que resuelve misterios, intrépida, sagaz, acertiva… y bonita.

Hurgando en las autoras detrás de estos libros icónicos y formadores de generaciones de chicas más que de chicos, sobre todo Mujercitas, que se ha leído en muchos idiomas desde su publicación exitosa en 1868, me entero que Louisa May Alcott escribía novelas de suspenso con el seudónimo de M.A. Barnard. Y le iba bien. Había crecido en una familia cuyo padre abrazó la filosofía trascendentalista y fundó la colonia Fruitland con Thoreau, Emerson, Whitman, Hawthrone. En ese ambiente de privaciones económicas pero de alimento poético, Louisa se volvió enfermera voluntaria en la Guerra de Secesión y escritora. Pero el libro que la colocó en el apetito del lector común fue el encargo de un amigo editor de la familia. Después ya no se pudo bajar del carrusel del éxito, dio conferencias por todo Estados Unidos, escribió Aquellas Mujercitas, Hombrecitos… Posibilidades de una literatura realista en una prosa natural, historias de familia, de crecimiento que los adolescentes absorbimos como si fueran escritas para cada uno. Renunció a sus Escenas de hospital y a las historias de suspenso que tanto le entretenían.

Las aventuras de Nancy Drew se empezaron a publicar en 1923, 175 novelas de la serie firmada por Carolyn Keene. Aún atesoro algunos ejemplares en pasta dura, como The Hidden Staircase (La escalera escondida), que resulta era el favorito de la verdadera autora Mildred Benson, y el segundo de la serie. Nancy Drew fue también un encargo, esta vez del director del sindicato de escritores, Edward Stratemeyer, quien había diseñado los esbozos de algunas historias; el sindicato era quien pagaba a los subsecuentes autores una cuota fija por cada novela. Benson, la primera mujer en graduarse de periodismo en una universidad de Estados Unidos, escribió los primeros 30 volúmenes en donde la personalidad de Nancy Drew quedó plasmada para siempre; cuando los otros 28 autores retomaron la escritura, ella era la heroína consistente y fascinante que de jóvenes nos hubiera gustado ser. Benson gustaba de la aventura, era viajera, incursionó en sitios arqueológicos mayas, entre otros lugares que sirvieron de escenarios a una saga larguísima y para la escritura de la serie de la reportera Penny Parker, que esta vez firmó con su nombre.

Lo que sí ocurrió en el acuerdo con el sindicato fue el permiso de que se supiera el nombre de los escritores fantasma, lo que le valió a Mildred Benson un premio especial de la MWA (Escritores de Misterio de América) por su contribución a la serie de Nancy Drew. Creó un personaje que, me atrevo a decir, aún en este siglo tecnológico y de mayor presencia de las mujeres en distintas áreas, resulta original y fascinante. Las historias de detectives no pasan de moda. Las de una detective joven en los años en que los superhéroes eran los reyes de las historietas que comprábamos en los puestos, tampoco.

Curioso que ambos proyectos de escritura compartan no sólo tener escritoras mujeres estadounidenses, nacidas en dos siglos distintos, sino que hayan sido encargos y que subsistan en el tiempo. Querría pensar que las etiquetas de para ellos y para ellas no son necesarias, pero no estoy segura.