La revista The Economist lo dice muy bien, como suele hacerlo, en una sola frase: “hasta las mejores telenovelas mexicanas tendrían dificultades para pensar en una mejor segunda temporada”. El juicio al exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, es una secuela del juicio al capo de capos, Joaquín Guzmán Loera.

Hace casi cuatro años, una corte de Brooklyn sentenció a El Chapo a una vida en prisión. Ahora, en la misma sala de la misma corte, García Luna se sienta en el banquillo de los acusados. Todo buen guion dramático necesita un giro inesperado: entre 2006 y 2012, él fue el hombre fuerte del presidente Felipe Calderón, al frente de la “guerra contra el narcotráfico”, trabajó con Estados Unidos. Le decían el superpolicía. Pero en 2019 quedó detenido y hoy pesan sobre él cinco cargos, incluido uno de distribución de cocaína.

La revelación más reciente en el juicio vino esta semana del agente antinarcóticos Miguel Madrigal, quien declaró que la DEA ya sospechaba de García Luna desde hace más de una década, cuando todavía trabajaba en el gobierno.

Los fiscales de Estados Unidos acusan al exfuncionario mexicano de haber recibido sobornos millonarios del cártel de Sinaloa, a cambio de información sobre sus rivales y un paso seguro para el trasiego de droga. Hemos escuchado ya algunos testimonios, casi todos de antiguos criminales que se han declarado culpables y llegaron a un acuerdo para cooperar con la investigación como testigos protegidos. La defensa de García Luna dice que esos testigos mienten para disminuir sus sentencias y vengarse del hombre responsable de sus arrestos.

Karla Amezola, mi compañera corresponsal de Noticias Telemundo basada en Nueva York, ha seguido el juicio dentro de la corte y destaca como cada día “Genaro García Luna entra a la sala y saluda a sus abogados. Se le ve confiado y tranquilo. Busca con la mirada a su esposa, le sonríe y le hace una seña poniéndose la mano derecha en el pecho. Pero la tranquilidad se va cuando sube un narcotraficante a declarar: de inmediato comienza a tomar notas y las comparte con su abogado”.

En esencia, el juicio debe responder a una solo pregunta: ¿Genaro García Luna es un policía corrupto o un enemigo de los cárteles? Será el jurado quien lo decida.

Pero hay una historia más amplia en todo esto. “Este es un juicio muy importante,” me dijo José Reveles, analista especializado en narcotráfico. “Ningún funcionario mexicano de este nivel había sido enjuiciado antes.” Sugiere que incluso expresidentes como Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto podrían salir salpicados: “por su posición política, no creo que sean acusados formalmente de nada. Pero sus nombres podrían escucharse en la corte”.

El juicio a García Luna es entonces una vitrina que muestra lo compleja que ha sido la relación entre México y Estados Unidos al más alto nivel; un recordatorio de la falta de confianza básica que ha existido entre los dos gobiernos en la lucha contra las drogas y contra los grupos que la trafican.

Hoy, por poner un ejemplo, Estados Unidos culpa a México por el aumento en las muertes por sobredosis. En 2021 el 66% fueron por fentanilo, que viene principalmente del sur del Río Bravo. México, en cambio, atribuye la violencia que padece a la demanda de narcóticos y las armas que vienen del norte del Río Bravo.

“La relación siempre ha sido de estira y afloja,” me dice José Reveles. “A veces vemos mucha cooperación y a veces lo que vemos es mucha tensión.” En la saga de juicios en Nueva York, las acusaciones contra el superpolicía de México son un recordatorio de eso.