Los retos que enfrentan las naciones de todo el planeta tienen importantes coincidencias. No existe un sólo país que haya alcanzado las metas establecidas en los 17 objetivos de la Agenda 2030, que es el consenso global más importante para lograr un mundo más incluyente, uno que no deje a nadie atrás.

Durante las últimas décadas tuve la oportunidad de trabajar de la mano con mis vecinos de la demarcación Miguel Hidalgo, en la Ciudad de México, y más adelante presidí la Unión Interparlamentaria, que es la organización global que aglutina a los parlamentos nacionales de 179 países.

La esfera multilateral logra importantes y trascendentes consensos que marcan la hoja de ruta para que los gobiernos nacionales los implementen. Ahí están el Acuerdo de París sobre cambio climático que establece las pautas y lineamientos para que cada país transite hacia economías más sostenibles y podamos frenar el calnta miento del planeta.

El resultado ha sido, en algunos casos, la definición de planes y metas nacionales ambiciosas, parlamentos impulsando nuevas legislaciones, gobiernos locales innovando en políticas verdes, y organizaciones sociales trabajando nuevos modelos de sustentabilidad y transformando comunidades. Sin embargo, para otros gobiernos, el Acuerdo de París se convirtió en una agenda de confrontación política e incluso de abandono al Acuerdo.

El multilateralismo también ha entregado resultados importantes en agendas tan complejas como la migración y la protección a refugiados. Millones de personas se ven forzadas a salir de sus hogares y dejar sus comunidades por inseguridad, fenómenos naturales, violaciones a derechos humanos, pobreza, entre otras causas. La ONU y la gran mayoría de los gobiernos del mundo lograron dos pactos globales en estas materias, sin embargo su implementación aún está lejos de convertirse en realidad.

Como estos ejemplos, existen muchos otros que demandan la solidaridad entre las naciones y el compromiso de los gobiernos nacionales. Tenemos también el elocuente ejemplo que ha representado la pandemia del covid-19. La mayor parte de los países apostó por cerrar fronteras en lugar de la cooperación regional o global, la competencia por el desarrollo de vacunas frenó los intentos por intercambiar información y alcanzar una solución global en un menor tiempo, y los debates políticos nacionales amenazaron la confianza en la ciencia.

La reconstrucción post pandemia demanda nuevos mecanismos económicos, exige una respuesta verde, incluyente y feminista; necesita reconstruir la confianza entre los países, entre los ciudadanos, e incluso la confianza hacia la ciencia. Estos difíciles años de pandemia deben enseñarnos que el mundo se recuperará y crecerá mejor si en lugar de mantener fronteras cerradas apostamos por la cooperación y programas de desarrollo regionales y globales.

En el momento en que los nacionalismos se acentúan, es justamente cuando más necesitamos del multilateralismo, del diálogo global que parte de nuestra pluralidad e interdependencia y que entiende que aún podemos construir un mundo más justo e incluyente si damos nuevos contenidos al multilateralismo, si colocamos a las personas el centro de las decisiones y la política es sólo un medio para alcanzar los consensos. El reto es traducir los acuerdos globales en soluciones nacionales que beneficien a las personas, que las decisiones que se toman en las más altas esferas internacionales transformen las realidades locales.