El dirigente del PRI, Alejandro Moreno, ha colocado a su partido en el epicentro de la traición a México. Su felonía no tiene paralelo en la historia reciente y solo puede ser comparada con la entrega de un país a una caterva de usurpadores.

“Alito” no sólo fue desleal al PAN y al PRD. Deshonró compromisos que se construyeron para impedir que la nación sucumbiera ante el poder de un régimen arbitrario y despótico. La alianza “Va por México” en el Congreso fue pensada como un bloque de contención legislativa para defender el orden constitucional, la autonomía del INE e impedir la militarización del país.

“Alito” traicionó al país, a la alianza y también a su partido. Ya no opera como priista, sino como un morenista embozado que desde adentro socava las estructuras y principios fundacionales del PRI.

Cuando los diputados del PRI votaron a favor de extender la presencia de las Fuerzas Armadas en las calles hasta 2028, redactaron el acta de defunción de su órgano político. Accedieron a ser cómplices de un régimen autocrático.

Eso que llaman “disciplina” o “responsabilidad política”, que ha servido a muchos priístas para acomodar intereses a conveniencia, hoy lo utilizan para ocultar un cobarde sometimiento.

Hoy, para el ciudadano de pie, el PRI es un mero apéndice de Morena. Se cumplió lo que muchos vaticinaron: que sería devorado por el dictador. Lo que nadie imaginó es que su mismo dirigente iba a ser quien entregara al adversario la cabeza del tricolor.

Paga el PRI el costo de haber llevado a la dirigencia nacional a un hombre sin principios, ni valores, sin ética, ni moral. Alguien que aceptó abrir las puertas del autoritarismo militarista a cambio de evitar la cárcel.

El traidor será traicionado una y mil veces. Esto no lo dice la Biblia, sino las reglas de la vida y la política. Alejandro Moreno cree en su inmensa soberbia que puede convertirse en el candidato de Morena a la Presidencia de la República. Está pensando en una alianza Primor donde él o Alejandro Murat sean los abanderados. “Alito” no se da cuenta de que ya no sirve. Que para López Obrador es una pieza que ya usó y desechará, en su momento, por no ser confiable.

Y ahora, la pregunta clave: ¿Qué puede esperar México de los priistas que dicen haber sido traicionados por su dirigente? ¿Van a seguir siendo mudos testigos de un despojo o se van a atrever de una vez por todas a desconocerlo e iniciar un juicio en su contra. ¿Bajo qué cargo? Cuando menos, bajo el cargo de sepulturero del PRI.

El campechano repite lo que dice su nuevo jefe político, que “el 80% de los mexicanos quieren al Ejército en tareas de seguridad”. Una tesis que, como todas las que se inventan en Palacio Nacional, fue confeccionada para legitimar una reforma que no resuelve, por sí sola la violencia, y sí agrega poder de fuego a las arbitrariedades del régimen.

La alianza opositora tendrá que ser pensada de otra manera, con otros actores, bajo nuevas reglas, con una visión más amplia, ciudadana, pero sobre todo, blindándola de traidores.