Gracias a una extraordinaria camada, ancestral y actual, de personas dedicadas a la Filosofía, el mundo es menos ríspido. Quizás esa disciplina nació al unísono que la especie humana. El mal y el bien son consustanciales a nuestro ethos. De ahí, junto con la urgencia de cavilar en la Tierra y en la Naturaleza, la idea bienhechora y necesaria de la Filosofía como casa. Sin pensadores profundos, la vida, complicada per se, sería más inentendible.

No comparo entre los viejos filósofos y los actuales: siempre han buscado cómo explicar el mundo y al ser humano. A cada grupo le ha tocado pensar y resarcir bretes diferentes. Conforme envejece nuestra especie y creamos —tecnología, ciencia— y destruimos —Tierra, seres humanos—, las preguntas aumentan. Encomiable, envidiable y compleja labor de los encargados de tejer y destejer ideas y acciones, positivas y negativas. Dosis de filosofía cotidianas, desde la casa temprana, serían benéficas para uno, para los otros unos y para el mundo. Apegados y borrados por las bondades y tropiezos de las diversas modalidades tecnológicas, nuevas preguntas exigen respuestas.

A Luciano Floridi le debemos el Manifiesto Onlife, espacio donde “no hay una diferencia real entre estar online y offline”. Online: en línea, en red. Offline: fuera de línea o de red. En el mundo moderno estar conectado es imprescindible; lo inverso, vivir desconectado, margina, excluye. Offline es decisión voluntaria. No siempre fácil. Quien lo abandona tiene la oportunidad de retraerse. El torrente de la vida online exige “estar al día”.

Los parámetros vivenciales han cambiado. Siglos atrás la conexión era con la Naturaleza y con los seres humanos. En las décadas previas al mundo online/offline las bancas de los parques ofrecían una buena oportunidad para mirar el mundo y mirarse gracias a los habitantes de esos espacios privilegiados, i.e., niñas y niños, perros, árboles, puestos de algodón y palomitas. Estar con uno y cavilar con tiento era, no hace mucho tiempo, factible.

Onlife habla sobre la creciente e imparable omnipresencia de las tecnologías de la comunicación e información. El poder de las tecnologías y espacios afines, aceptémoslo primero, cavilemos después, ha modificado la vida del ser humano. Las herramientas tecnológicas, advierte el Manifiesto Onlife, han sobrepasado la voluntad humana y poco a poco ganan autonomía. Nuestros espacios, privacidad, voluntad, ocio, relaciones amorosas o amistosas corren peligro: entre más vivamos online seremos más vulnerables y menos independientes. Ámbitos fundamentales como confidencialidad, inclinaciones personales, elecciones y gustos, modificados y aparcados por la vida online han empezado a cambiar el ser interno de las personas. La ecuación es clara: entre más horas online menos tiempo para reflexionar, entre más vida online menor contacto con la humanidad. No desdeño el valor “adecuado y útil” de las redes sociales ni la utilidad de WhatsApp y derivados, el problema radica en interpretar el significado de las comillas.

Quizás mi preocupación por lo que sucederá con el ser humano en el futuro sea absurda. La mayoría de los jóvenes no se obsesionan con el tema ni cavilan en él: viven online. El embrollo no se refiere a si los adultos o los jóvenes tienen razón, se trata del dilema existencial subyacente entre la vida online y la existencia offline. Online incluye, offline excluye. La exclusión es un fenómeno creciente. La vida online, amén de ser voluntaria, significa también clase social: las clases adineradas acceden a ella por necesidad y moda, los estratos pobres pertenecen menos ese mundo. No vivir online marca, muchas veces, diferencias económicas, y, sotto voce, profundiza la humillación, estigma vigente y en aumento de nuestros tiempos.

“The Onlife Manifesto” es el título del libro editado por Luciano Floridi y colaboradores. El subtítulo, “Being Human in a Hyperconnected Era” (Ser humano en la era de hiperconexión), explica en pocas palabras mis disquisiciones. No vivir hiperconectado impide compartir diálogos y avatares cotidianos.