Sin mediación inteligente; la voz de don Samuel

Lo recuerdo bien en aquél día de mayo de 1985. Arribaría puntual a las dos, a nuestra cita para comer. Había llegado manejando su modesto Renault de modelo atrasado, en el que sobresalía una antena en su toldo, que le permitía enlazarse a un sistema de radio, a casi todas las comunidades indígenas de los Altos de Chiapas.

Ahí estaba frente a mí, el gran pastor amigo de la Iglesia Católica, “el tío”, como cariñosamente le decía de tiempo atrás, por la coincidencia de uno de nuestros apellidos y él con gusto me correspondía, siempre sonriente con el de sobrino.

Durante dos horas había transitado cuesta abajo, desde San Cristóbal de Las Casas, por una carretera demasiado sinuosa y por lo mismo peligrosa, pues no siempre había letreros anunciando las curvas en ese sendero estrecho por el que transitaban todo tipo de vehículos.

Habíamos confirmado por la mañana nuestro encuentro en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, donde compartiríamos alimentos en el restaurante del hotel Flamboyant.

Una anécdota muy especial en los recuerdos del ahora columnista, convertido en esos días en coordinador General de Comunicación Social del Gobierno de Chiapas. Estaba recién estrenado en el cargo que acepté al ser invitado personalmente en la Ciudad de México, durante un desayuno por el general de división Absalón Castellanos Domínguez, a quien la historia política nacional registraría como el último gobernador militar del país (1982-1988).

Una de las primeras acciones emprendidas en mi nueva encomienda, sería la de llamar a mi admirado amigo don Samuel Ruiz García, obispo de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, el líder indiscutible de la Iglesia Católica en Chiapas.

Ya te habías tardado en llamarme, exclamaría, al tiempo de expresarme su agrado por mi interés de dialogar como los buenos amigos de siempre. El recuerdo de una tarde de comida, tiempo atrás, en la Ciudad de México, donde tendríamos la oportunidad de degustar una copa de coñac, junto con su entrañable amigo Gerardo Pensamiento Maldonado, hoy notario en Comitán, en casa de una familia sancristobalense.

Conversación que tengo en mente como si hubiese sido ayer:

-Qué gusto me da escucharte. Tenía conocimiento de tu llegada al gobierno del Estado. Creo que será de mucho beneficio para el general, porque las cosas no andan bien por acá.

-Don Samuel, mi primera llamada como funcionario se la hago a usted. Me agrada saber que está bien. Mire, no sé cuánto tiempo estaré en el cargo, pero sepa que aquí estará su amigo.

No me dejaría continuar, para decirme:

-Tenemos que reunirnos. ¿Vienes a San Cristóbal o voy a Tuxtla? Tú dime.

-Lo invito a comer aquí, en Tuxtla. Luego, me invita a San Cristóbal.

-De acuerdo Mario. ¿Qué te parece si nos vemos mañana a las dos de la tarde? Donde me digas, voy. Quiero platicar contigo.

Y así sin mayores protocolos, la reunión estaba pactada. A las dos de la tarde con 20 minutos, lo aguardaba en la puerta del Flamboyant. Miguel Ángel Pombo y Alfredo Zepeda, se encargarían del pequeño vehículo, del cual bajo con dificultad el jefe de la grey católica mayoritaria en la Región del Altiplano chiapaneco.

Un fuerte abrazo rubricó nuestro reencuentro. Iniciaríamos la conversación en la palabra de don Samuel, preocupado por los crecientes incidentes de violencia religiosa entre evangélicos y católicos, que atribuía en mucho a la manipulación que subterráneamente llevaban a cabo gente de la administración estatal.

Un recuento inicial de la plática, de su vida pastoral. En ese momento, su presencia en Chiapas y especialmente en San Cristóbal de Las Casas, era por demás importante para la paz entre los grupos étnicos. A partir de 1959, en que es designado por El Vaticano, jefe de la Diócesis, en la que se ordena como obispo el 25 de enero de 1960, a la edad de 35 años, iniciaría una infatigable tarea de liberación de la esclavitud y marginación que sufría la mayoría de los indígenas.

Se había convertido en la piedra en el zapato de una clase gobernante que no comulgaba con sus ideas de la Teología de la Liberación, que contemplaba la vinculación del Evangelio con las costumbres y lenguas de cada comunidad, a la que se conocería como pastoral indígena.

Una entrega total a su apostolado, que le llevarían a traducir los textos de la Biblia a los distintos idiomas nativos, además de constituir un conglomerado de 700 diáconos provenientes de los diferentes grupos étnicos, quienes tendrían bajo su responsabilidad las actividades religiosas y la evangelización de sus comunidades.

Una charla, en la que recordaría como a su llegada a San Cristóbal de Las Casas, era tal el grado de discriminación de los indígenas, que éstos debían de bajarse de las banquetas cuando en su caminar se encontraban con personas mestizas o de blanca.

Y no obstante haber apoyado su quehacer en los lineamientos del Concilio Vaticano II, surgirían desde la misma Nunciatura Apostólica y de la Conferencia del Episcopado Mexicano, severas críticas en su contra, ante la Santa Sede, de donde provendría la orden de cancelar su “activismo religioso” en los pueblos indígenas de Chiapas, donde la clase gobernante ya lo señalaba como “el obispo rojo”.

Surgiría la desobediencia y mantendría su convicción continuar con la pastoral indígena, lo cual le convertiría en blanco de los enemigos de su apostolado de dar voz a los sin voz a los pueblos de las Regiones Alto, Selva y Frontera.

Esa era en ese momento la principal preocupación del alto jerarca religioso de San Cristóbal de Las Casas, que de manera confidencial revelaría a su amigo periodista convertido en vocero oficial del Gobierno del Estado, con el agregado fundamental de que en los meses recientes había buscado dialogar con el general Absalón Castellanos Domínguez, sin que tuviese respuesta.

Mario, me diría, el gobernador se ha mostrado hasta ahora cerrado a cualquier posibilidad de diálogo. No le interesa, pues predominan en su forma de ser ideas autoritarias y extremistas, donde la tolerancia ni la posibilidad de un buen entendimiento tienen cabida.

Por ello, agregaría, quiero pedirte que seas portador de mi petición al gobernador, de dar comienzo a una nueva etapa de entendimiento conmigo, siempre y cuando seas tú el enlace, el intermediario para llegar a un acuerdo que permita estabilizar la paz social y la buena relación entre los grupos indígenas, independientemente de sus creencias religiosas.

A las cinco de la tarde culminaríamos nuestro encuentro, con el obispo que más identificaba a la religión católica en Chiapas, donde todavía en 1950 había sólo 27 sacerdotes para atender las tres Diócesis de la entidad, que se concentraban en Tuxtla Gutiérrez, Tapachula, San Cristóbal de Las Casas, así como Comitán, por su importancia poblacional y política. Tiempos en que los religiosos multiplicaban sus esfuerzos, al grado de que pasaban muchísimas horas a lomo de un caballo o recorriendo a pie largos caminos.

Tiempo de despedida al obispo beligerante, el de las permanentes denuncias contra las situaciones injustas que enfrentaban los pueblos indígenas de Chiapas, de México y el mundo. El abrazo y el compromiso de hacer lo necesario para convencer al gobernador Castellanos Domínguez de aceptar el diálogo que acortaría tiempos de solución a una problemática cada vez más compleja que podría tener consecuencias de rebelión. Acompañamiento de regreso a su Diócesis, de un sacerdote que le ayudaría a conducir.

A las seis de la tarde estaba en mi oficina, dispuesto a llamar por el teléfono rojo de la red, al general para pedirle que me recibiera, pero justo cuando lo iba a hacer, sonaría el timbre y del otro lado escucharía la voz en tono muy serio del mandatario, estatal:

-Licenciado, ¿podría venir a mi oficina?

-Voy en 10 minutos, le contesté.

Al entrar a sus despacho del primer piso de Palacio de Gobierno, me saludo cordial, y sin más me expresaría:

-Tengo entendido que lo vieron comiendo muy animadamente con el obispo Samuel Ruiz García en el restaurante del hotel Flanboyant. ¿Es su amigo?

-Sí gobernador, me reuní con el obispo Don Samuel, con quien tengo amistad desde hace varios años. Vino especialmente a comer conmigo y quedé en devolver pronto su visita a San Cristóbal de las Casas.

-¿Algún mensaje para mí?, cuestionaría.

-Sí general. Precisamente cuando estaba a punto de llamarle, usted se me adelantó. Me encargó el obispo, hacerle saber su interés por establecer con usted un mecanismo de comunicación Iglesia-Gobierno, que haga posible desactivar el clima de tensión que prevalece en el medio indígena por cuestiones religiosas y políticas.

-¿Alguna propuesta del curita para lograrlo?  

-Sí, gobernador. Que yo sea el enlace efectivo, por ser su amigo y como gente cercana y de confianza de usted. Pretende que concluya la injerencia de políticos y funcionarios en asuntos internos de los indígenas, que generan entre ellos división y enfrentamientos violentos con saldos mortales.

Me pediría entonces mi opinión acerca de la iniciativa de pacificación enviada por mi conducto a su gobierno. Le respondería:

-Me parece que se trata de una gran oportunidad que tiene como gobernante, la cual no había ofrecido el obispo Don Samuel Ruiz García, a nadie más. Si acepta, usted puede establecer un precedente histórico al ser el primero en asumir una disposición de diálogo que permita crear un ambiente de armonía que de paso a negociaciones serias entre los grupos indígenas en pugna, con el apoyo de del titular de la Diócesis de San Cristóbal, que daría pauta a la suma de líderes de otras iglesias de corte evangélico, que en contubernio con caciques o políticos locales y estatales, siembran la semilla de la confrontación.

Se quedaría callado un momento, para luego manifestar:

-Voy a pensar bien la respuesta. En principio me parece interesante. En unos días más le contestaremos,

apoyándonos en la mediación propuesta.

La aceptación nunca se daría. En junio de 1986, presenté mi renuncia irrevocable al militar que nunca entendió la importancia de su papel en la historia de Chiapas, al carecer de la sensibilidad, visión y capacidad obligadas para entender la realidad del mundo indígena.

Antes de trasladarme a Chihuahua, donde sería contratado por el gobernador electo de Chihuahua, como asesor de imagen, acudí a la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, para despedirme del querido amigo don Samuel Ruiz García, que trató infructuosamente de buscar el diálogo que hubiese evitado el surgimiento del denominado “movimiento zapatista”, en el que serviría como mediador para la pacificación.

La intolerancia y la cerrazón de ayer, parecieran tener cabida peligrosamente otra vez hoy, al no contar el gobernador Rutilio Escandón Cadenas, con colaboradores que sean reconocidos y respetados por los líderes indígenas, además de no entender la problemática indígena, que tiene  varios focos de riesgo en la Región de los Altos de Chiapas, donde el bastión principal y álgido sigue siendo San Juan Chamula.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y Comunicadores por la Unidad A.C.