En la antigua mitología griega la cornucopia, también conocida como el cuerno de la abundancia, era un símbolo de prosperidad. Esa alegoría data desde, al menos, cinco siglos antes de Cristo. De acuerdo con la leyenda, fue el propio Zeus quien la creó tras haberle roto, inadvertidamente, uno de los cuernos a su cabra Amaltea, quien lo había criado con su leche. En retribución a la cabra, Zeus le concedió poder al cuerno roto para que le concediera todo lo que ella deseara. Siglos después los romanos heredaron el símbolo y se lo dotaron a varias de sus diosas, entre ellas a la encargada del destino: Fortuna.

Abel Quezada, fue un gran «caricaturista» mexicano nacido en Monterrey en 1921 y fallecido setenta años después en Cuernavaca, en 1991. O, como me gustaría escribirlo mejor aquí, y lo voy a hacer en seguida, Abel Quezada fue un gran historietista mexicano nacido en Monterrey en 1921 y fallecido setenta años después en Cuernavaca, en 1991. Esto porque me parece injusto que a los historietistas, tanto de entonces como de hoy, se les llame, a la ligera, «caricaturistas». Brincos diéramos los demás por tener su ingenio.

Pero volviendo al tema, entre las memorables historietas de Quezada está una muy famosa en la que se ocupa, nada más y nada menos, de la fortuna de nuestro país, México. Dios (o dios, si así se quiere), afirmaba Quezada, tuvo a bien dotar a nuestra nación con un cuerno de la abundancia. Esto es patente, por ejemplo, cuando uno considera no solo la extraordinaria belleza de nuestras costas, sino también su gran valor económico. Pero, continuaba Quezada, consciente Dios (o dios, si así se quiere) de que había sido demasiado generoso con nuestro país comparado con los demás del planeta, buscó, en su infinita bondad, equilibrar la balanza. La solución la encontró al instante: tenía que poblar al país con mexicanos. Y desde entonces andamos aquí nosotros, dando guerra.

Pero la verdad, la verdad, un poco más en serio, ¿calificaría México como un paraíso terrenal? Pues depende... En términos de la calidad de la tierra, por ejemplo, el campo mexicano palidece, y por mucho, ante los campos tan fértiles que tienen, en ciertas regiones y temporadas del año, países como Estados Unidos, Rusia, Argentina o Ucrania, por nombrar a algunos de los más conspicuos. Aunque también es justo decir que en otras dos o tres instancias Dios (o dios, si así se quiere) fue generoso con nosotros.

Tal es el caso, en particular, de los recursos naturales que pueden utilizarse para generar energía y que, para nuestra fortuna, México tiene en abundancia. Sobra decir que a ese concepto, «energía», no se le está dando un tinte ideológico. Se está hablando, simple y llanamente, de los recursos, naturales o no, que poseemos y que pueden utilizarse para producir lo que en física se llama “trabajo”, el cual se puede representar en forma de movimiento, luz o calor. Nada más.

La energía puede generarse por muchas fuentes. Puede ser, por ejemplo, la energía fósil que proviene del petróleo o del gas natural. Dicho sea de paso, no sé si usted ha notado que en el caso de algunos políticos la mera mención de la palabra «petróleo» los lleva de inmediato a envolverse en la bandera, pero no cuando escuchan la palabra «gas»; esto es un tanto extraño, pues la eficiencia energética del segundo combustible fósil es considerablemente mayor. En fin, las fuentes de energía pueden provenir también de otros recursos naturales que sí son renovables, inagotables. Entre ellos, por ejemplo, la radiación solar y las corrientes de aire que Dios (o dios, si así se quiere) acabó dándole en abundancia a México. Sobre ello, si me permite, escribiré aquí la semana que entra.

Profesor del Tecnológico de Monterrey.