La relación de México con su vecino del norte ha cambiado de fondo. La personalidad de los presidentes (AMLO, Trump y Biden) cuenta mucho. También incide la evolución sociopolítica y económica de cada una de las dos naciones, del entorno económico y financiero internacional, la nueva geopolítica en Europa, y de EU con China, la multiplicación e intensificación de los fenómenos migratorios globales y en América del Norte, entre otros.

Sin embargo, los temas esenciales de la agenda bilateral son los mismos, aunque con énfasis y modalidades diferentes. La vecindad y la historia subyacen el diálogo.

Para EU el objetivo esencial es que México se encuentre estable en lo político y en paz, en lo que coincidimos. Ese propósito enfrenta hoy nuevas y desafiantes acechanzas. De ahí que una de las problemáticas continúa siendo la seguridad, debido al desarrollo acelerado del crimen organizado transfronterizo durante las últimas dos décadas. Por eso no sorprende que el tema seguridad aparezca explícita (8 de 17) o veladamente (12 de 17) en todas las reuniones bilaterales de alto nivel.

Sin embargo, bien a bien no se sabe qué se ha acordado. Las frecuentes reuniones bilaterales se han caracterizado por falta de transparencia acerca de agendas y de acuerdos. Los detalles son insuficientes para que ambas naciones puedan entender lo que realmente se ha negociado.

Algunos de esos acuerdos no pueden ocultarse. Por ejemplo, la concesión de México acerca del control de la inmigración por su frontera sur, desde la presidencia de Trump. Lo que no se sabe es cuántos inmigrantes aceptarán EU y cómo enfrentará México la permanencia de quienes no llegarán a EU y se quedarán en su territorio. Esto se ha encubierto con un velo discursivo que se centra en “atender el fenómeno en su origen”, esto es, en la falta de desarrollo económico y democrático en América Latina y el Caribe, en especial, el llamado Triángulo del Norte.

En 2020 se subrayó como causa central la devastación económica y social de la pandemia, luego el móvil económico (falta de crecimiento y desigualdad endémica). Pronto ese argumento fue insostenible, dada la frecuencia de solicitudes de asilo por causas políticas, ante la violación de derechos humanos. Ni el gobierno de México ni el de EUA han comunicado cómo piensan manejar la problemática de asilos. En este caso la información no es opaca sino deliberadamente engañosa.

Los desacuerdos de fondo sobre los cuales no se informa son: el interés de EU en prolongar la Iniciativa Mérida (véase Departamento de Estado y Embajador Ken Salazar). Dicho programa implica la capacidad por ley del Congreso de EU de verificar el destino específico de los recursos y su aplicación efectiva; la situación de los agentes de la DEA que se encuentran en México, incluyendo su obligación de informar por ley de sus actividades a la SRE, a partir del arresto unilateral y agraviante en el arresto del General Cienfuegos; la demanda del jefe del Comando Norte de que la Sedena y Marina le compartan información detallada de incursiones aéreas y marítimas; la espada de Damocles que representa para México la intención expresa de Trump y del gobernador de Texas de que EU declare a los cárteles mexicanos organizaciones terroristas, lo cual le permitiría a EU usar la fuerza militar para combatirlos.

Nada de esto se explica en los comunicados, que además difieren entre agencias y países. El mejor ejemplo es el último Diálogo de Alto Nivel de Seguridad que produjo un “entendimiento” basado en las mejores capacidades retóricas diplomáticas de ambos países. Lo malo es que dicha retórica no señaló con cabalidad los resultados del encuentro, por ejemplo, la presencia del Procurador General Garland y la ausencia del fiscal Gertz-Manero, quien tiene una larga lista de asuntos no resueltos con EU. Qué bueno que el gobierno de Biden le presta atención a la relación con México al más alto nivel, sobre todo a los temas de seguridad y migración. Que mal que esté permitiendo una cobertura informativa de encubrimiento.