El ayer que nos robó el Covid

Las campanas precipitan los latidos del corazón, su ritmo incitante y cadencioso nos convoca a imágenes sublimes de iglesias, de uniones, bautizos, festejos de acción de gracia y otros menos festivos de adioses sin eco a esos seres que nos heredaron sus recuerdos.

El mundo de cimbra ante una realidad que recrudece la deshumanización, que ya la tecnología demencialmente aplicada estaba marcando a nuestra raza, esta realidad es una más de las pestes que han transformado los mundos que nos precedieron. En el ayer las plagas a orillas del río Nilo, las gripes, los extraños eventos que asolaron a la cultura Maya, etcétera. Hoy nos fustiga el Covid, con sus arteros tentáculos impredecibles, exigiéndonos miradas que enajenan sin dejar opciones, ya que es la vida contenida o la enfermedad que orilla a la muerte ante la vana confianza y el desapego insensible.

Estas fechas en otrora historia eran puertas abiertas de par en par, ahora son una insistente invitación al uso del cubrebocas, la sana distancia, evitar salir de casa, cuidar con esmero a los adultos mayores, discapacitados, personas con enfermedades crónico-degenerativas, entre otras patologías vulnerabilizantes.

Las campanas precipitan los latidos del corazón, no nos queda más que aceptar que hemos sido saqueados, que nuestras arcas emocionales y afectivas están laceradas porque no volverán con prontitud esas escenas maravillosas de estrecharnos y besarnos hasta casi fusionarnos con nuestros amores.

En este hoy, que tiene helados de inspiración y temblando de vértigo a novelistas y poetas, amar significa cuidar al otro, amar con la mayor expresión de pureza es alejarnos por sanidad, lo que equivale exponencialmente más a decir te quiero… te quiero respirando, existiendo, caminando libre en tu espacio y en tus sueños íntimos.

Esta paradoja de la ecuación inversa de te amo y aléjate, de deseo y no me beses para seguir anhelándote sensualmente es esta realidad que abriremos como si fueran esos regalos con moños rojos que tradicionalmente se acompañaban de emoción y el olor mágico de los guisos preparados con el inigualable sortilegio de las abuelas y de las madres.

Ahora más que nunca y sin tanto esoterismo y trascendentalismo, se valora con suspiros, lágrimas y frentes caídas lo importante y maravilloso que era disfrutar de la proximidad en sobremanera desde el recién nacido hasta el abuelito traído con gran algarabía para presidir la festividad de su clan.

Hoy la novela familiar está desgarrada, y quienes han osado fantasear con que a ellos no les dará, pagaron un precio de infelicidad y culpas al contagiar de gravedad a los más vulnerables y que no lo buscaron. Son esas víctimas colaterales de la dejadez e imprudencia que creyeron que jugar a la incredulidad no tendría ninguna consecuencia. De esas conductas quedó una estela de oraciones ante urnas de cenizas como un fatal recordatorio que con esta enfermedad no se juega.

Conciencia, conciencia, un llamado a ese sentir que se conmueve con las ideas más allá del ego y la soberbia. Hoy la vida nos hinca ante los restos de nuestra vanidad e individualismo. Nos orilla con la violencia con que hemos quemado los bosques, extinguido especies únicas, contaminado ríos, asesinado majestuosas ballenas… así con esa violencia a transformarnos, a honrar la vocación con que un ser superior nos dio el soplo de vida y anhelo de trascendencia.

Ya éramos un desatino de humanidad y ahora estamos sobreviviendo para armar las piezas de lo que teníamos ya sin disfrutarlo… hoy lo anhelamos dolorosamente como un amor tan platónico como imposible.

Las campanas suenan porque es imposible detenerlas, son parte de nuestra infancia, de nuestras horas memorables en lo solitario o en lo compartido. Pero la esperanza germina y se alimentará sólo en la medida que sea posible sostener con fe y disciplina las medidas de prevención del Covid repetidas como rezo, como mantra, como lo único real después de la perdida nostálgica de ese ayer que nos robó el Covid.

tintaynovela@hotmail.es