A juzgar por su informe presidencial dado ayer, el Presidente López Obrador aún no alcanza a percibir la gravísima situación económica que estamos enfrentando debido al Covid-19. El producto interno bruto (PIB) del primer trimestre de este año fue ya definitivamente menor, probablemente en el orden del -2%, que el del último trimestre del año pasado. Pero esa es la buena noticia, la mala es que la producción que se tendrá en el trimestre actual, el que va de abril a junio, tendrá una caída mucho más pronunciada.

La parálisis económica actual, que seguirá dándose al menos hasta mayo y junio, harán del segundo trimestre de este año literalmente una anomalía histórica: la mayor caída documentada desde que se registran en México los datos trimestrales del PIB. En efecto, durante este trimestre que estamos iniciando el PIB va a caer, relativo al del primer trimestre, en un porcentaje que será no solo de dos dígitos, sino que probablemente se acerque al -20%. Esto debido al actual desplome de la economía estadounidense, así como a la contracción significativa de cuatro sectores clave de nuestra economía, el sector turístico, el sector automotriz, el sector energético y el sector de la construcción.

Lo anterior no significa, es importante subrayar, que el decrecimiento del PIB durante todo el año vaya a ser de dos dígitos. No, es probable, si todo va bien, que en el tercer trimestre la economía ya no caiga y que en el último haya un fuerte repunte. Más bien, lo dicho con anterioridad sugiere que el PIB de 2020 acabará contrayéndose entre un 6 y un 8 por ciento.

Pero al parecer el presidente López Obrador no ha sido informado acerca de lo anterior. Como tampoco ha sido informado que es falsa la aseveración de que el gobierno federal no debe tener un déficit público. Para empezar, su propio gobierno lo tuvo en 2019, y en el orden de 400 mil millones de pesos (con el correspondiente incremento de la deuda). Para continuar, la pronunciada caída económica ocasionará una reducción importante en los ingresos tributarios. Y si a eso se suma la caída de los ingresos de Pemex por la crisis petrolera, el sector público tendrá este año un déficit fiscal de al menos un billón (1, 000, 000, 000, 000) de pesos. Esto aun suponiendo que el gobierno haga uso, como lo hará, de lo que resta en los fondos de estabilización de los ingresos presupuestarios y de los ingresos de las entidades federativas.

Dado que, como se detallará la siguiente semana en esta columna, en estos momentos el gobierno debe gastar más, no menos, en transferencias directas, en estímulos fiscales a las empresas y en aportaciones a los estados, la estigmatización presidencial del déficit público no solamente es teóricamente incorrecta, sino que no abona para encontrar una solución al grave problema.

Pasando a otro tema relacionado, la salida de la crisis requerirá no solo una política fiscal expansiva sino también una flexibilización de la postura monetaria. La actual tasa de referencia del Banco de México, 6.5%, es muy alta para las circunstancias actuales; es de hecho también muy alta comparada con las tasas de interés en otros países emergentes. Mucho ayudaría el banco central al país si baja de manera decidida su tasa de referencia hasta un nivel del orden del 4%. No le debe temblar la mano, pues a juzgar por lo que ocurrió en la crisis de 2009, la gran contracción de la demanda agregada que ya se está dando, y se dará aún más, hará que en los próximos trimestres la inflación no solo no aumente, sino que significativamente descienda.

En suma, para evitar una caída libre de la economía mexicana no hay otro remedio excepto el de adoptar, con una gran celeridad y una mayor contundencia, políticas expansivas tanto en el ámbito fiscal como en el ámbito monetario.

Profesor del Tecnológico de Monterrey.