Exigimos respeto a los derechos de la mujer

De acuerdo a estimaciones derivadas del Censo de 2020 que se empezó a levantar el 1 de marzo pasado, habitamos en nuestro país 127 millones de personas, de las cuales el 51 por ciento son mujeres es decir 64’770,000 y el 49 por ciento restante son hombres.

Nuestra Constitución Política en su artículo 4, así como el primero de la Declaración de los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, reconocen la igualdad de derechos tanto de los hombres como de las mujeres; sin embargo, estas disposiciones jurídicas no reflejan la realidad social ni las oportunidades laborales, económicas, políticas o sociales existentes en nuestro país, donde son abiertamente marcadas las diferencias entre hombres y mujeres. De este modo se violentan los derechos de un segmento de la población que representa a la mayoría.

La desigualdad de la mujer frente al hombre enfrenta hoy los problemas estructurales de una sociedad que se ha sustentado por siglos en la explotación femenina, y en base a ello fue capaz de organizar un sistema económico totalmente injusto para las mujeres en el que casi por obligación las labores del hogar y atención de los hijos recaían exclusivamente sobre ellas, sin recibir por ello ninguna clase de remuneración económica. Este rol social llevó a las mujeres a un destino cruel e injusto, pues al paso de los años por este exhaustivo trabajo no recibirían ninguna clase de pensión económica para sobrellevar los años de la vejez.

La incorporación de la mujer durante su vida productiva al mercado laboral está injustamente marcada por menor salario ante el desempeño del mismo trabajo que un hombre. De acuerdo a datos de la OCDE los salarios que reciben las mujeres en México son 23% menores a los que se pagan a los hombres por el mismo trabajo.

Por otro lado, la incorporación de la mujer al mercado laboral es mucho menor que la de los hombres, en gran medida porque se ve limitada al destinar su tiempo a actividades domésticas y al cuidado de los hijos. De acuerdo al INEGI el 42% de las mujeres de 15 años y más participan en alguna actividad económica, frente al 78 % de los hombres. Como afirma el secretario de Hacienda y Crédito Público, Arturo Herrera Gutiérrez, “cuando nos preguntamos por qué nuestro país no crece más, una de las variables que influye es que no hemos sido capaces de construir un país que dé oportunidades laborales a las mujeres, si la participación de las mujeres fuera igual a la de los hombres, el PIB per cápita del país sería 22% más alto”.

Son muchas las cifras comparativas donde podemos observar la asimetría social que viven las mujeres frente a los hombres, pero a ello tendríamos que agregar también la violencia de género. De acuerdo a datos oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en 2019 se reportaron 3,768 asesinatos de mujeres en México, fenómeno social vergonzoso que agrede nuestras conciencias de manera implacable. Y si a esto añadimos los casos registrados y no registrados de violencia intrafamiliar, acoso, abuso sexual, violación, secuestro, rapto, delitos todos ellos perpetrados contra mujeres, nos acercamos más a la conclusión de algunos sociólogos: la estructura social del mundo está enferma, le urge un tratamiento intensivo de concientización que nos lleve a un cambio real y sustantivo en la relación entre géneros.

Existe un componente más de injusticia social: el nivel de impunidad y acceso a la justicia. Si bien es indiscutible que el asesinato de una mujer es la forma más extrema de violencia contra ella, en México existe alrededor del 98 por ciento de impunidad en estos casos. Ante estas cifras, ¿alguien en su sano juicio podría poner alguna objeción a que las mujeres tomaran las calles un día y las dejaran vacías al siguiente con objeto de que todos tuviéramos mayor conciencia de lo que está sucediendo con nuestro sector femenino? En estricta conciencia las deberían tener tomadas todos los días del año.

Los hechos nos demuestran que ninguno de los tres niveles de gobierno: federal, estatal o local, ni tampoco la ciudadanía, ni las diferentes fuerzas políticas o incluso religiosas, estamos haciendo lo necesario para detener la violencia contra las mujeres que nuestro país vive en estos momentos y que viene en aumento en los últimos cinco años.

Es sabido que un mejor nivel de conocimientos influye directamente en las oportunidades que puede alcanzar una persona en su vida. En nuestro país las mujeres han tenido mayor acceso a la educación en las últimas décadas, pero no el suficiente para alcanzar un nivel promedio de escolaridad que les permita obtener mayor independencia económica. Y he aquí un punto de inflexión que voy a señalar: “La dependencia económica causa esclavitud”, decía Carlos Marx, frase lapidaria que nos indica el trasfondo de la opresión social que vivimos contra la mujer.

Rabia, hartazgo, cansancio, abusos, excesos, impunidad, impotencia, son apenas algunos adjetivos calificativos del reflejo del sentir colectivo y de un descontento generalizado de las mujeres que se manifestaron en las calles de la Ciudad México y 18 entidades federativas más el pasado domingo 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, al igual que con la iniciativa de un paro nacional de labores del sector femenino del día siguiente: #UnDíaSinNosotras.

Los hechos vividos el 8 y 9 de marzo pasados sin duda dejarán una huella indeleble en la historia de nuestro país, al tiempo de que son esperanzadores ante un fenómeno social que violenta nuestras conciencias. Las mujeres que salieron a las calles y otras muchas más que desde sus espacios de vida las apoyaron, lo hicieron para reclamar con absoluto sentido de razón que se cumpla la ley y sus derechos no sigan siendo atropellados. Llegó el momento de cero tolerancia en la violencia presente contra niñas y mujeres y en la discriminación femenina en cualquier ámbito de la convivencia social, nuestra cultura al respecto debe cambiar ya. Leí hace unos días una frase que me llevó a la reflexión: “La mitad de los habitantes del mundo son mujeres, la otra mitad son sus hijos varones”. ¿Qué nos sucede entonces?

javi.borunda@me.com