La narrativa es ésta: el virus es «producto de la creación o manipulación humana”, concretamente en los laboratorios de Wuhan, desde donde, accidentalmente, esta “arma biológica” se habría escapado del control de sus artífices. Hay toda una estrategia comunicativa alrededor de este relato. El tema necesita ser analizado desde al menos dos dimensiones. Una, la política interna en EU, y la segunda, la rivalidad geopolítica entre las superpotencias, y las implicaciones que la pandemia puede estar provocando al respecto.

La investigación indica, hasta ahora, que no existe evidencia de que el virus SARS-CoV-2 haya sido el resultado de un plan. De hecho, la evidencia es “astronómica” en el sentido inverso, de acuerdo con un artículo científico publicado por un equipo de investigadores en la revista Nature Medicine. Esto coincide con un informe de la más alta agencia de espionaje en EU. En cambio, fluyen reportes periodísticos en el sentido de que esas agencias de inteligencia habrían sido presionadas por Trump para encontrar pruebas que hasta ahora no aparecen.

Pareciera que más bien, estamos ante otro tipo de panorama vinculado tanto con política interna como con la rivalidad geopolítica entre ambas superpotencias. Al inicio de la pandemia, Trump aplaudía a China por su buen manejo de la crisis. Pero, transcurridas las semanas se ve obligado a reorientar la narrativa. Primero, porque su gobierno empieza a recibir severas críticas por su respuesta ante el Covid. Y segundo, porque estamos en una campaña electoral que transcurre en medio de un torbellino que ha borrado la mayor carta con la que Trump se jugaba su reelección: sus triunfos económicos. Si se logra convencer a la población de que este es un problema externo, que además fue producto de la creación o manipulación humana en laboratorios chinos y que por tanto Trump no es responsable de lo que pasa, entonces quizás se podría amortizar la intensidad de la frustración que se vive en EU a causa de la crisis.

Sin embargo, más allá de las cuestiones electorales, hay que entender que estamos en un momento enormemente álgido de la rivalidad estructural que existe entre las dos superpotencias, lo que incluye una feroz ciberguerra, una guerra informativa, una guerra comercial, una guerra tecnológica, una carrera armamentista, roces, choques y desafíos mutuos en el Pacífico, la competencia y conflicto por espacios de influencia política y económica en distintas zonas del globo.

Por consiguiente, el arribo del Covid y las amenazas al poder que éste representa para ambas superpotencias, debe ser analizado en el contexto macro, pero agregando circunstancias nuevas bajo las que ambos países se encuentran seriamente debilitados. La percepción de debilidad mutua tiende a incentivar el conflicto pues las dos potencias se están enviando mensajes precisamente en sentido contrario: mensajes de fuerza.

El problema mayor es que esta combinación de asuntos de política interna y electoral, con la rivalidad geopolítica, la crisis sanitaria, económica y social, está propiciando un entorno sumamente delicado que se viene a añadir a la dinámica conflictiva que había sido activada desde años atrás entre ambas superpotencias. La comunidad internacional interesada en la estabilidad global —incluidos países como el nuestro— tendríamos que tomarnos con absoluta seriedad el ascenso de la espiral conflictiva señalada y entender que es indispensable contribuir a detenerla. No está fácil, pero podríamos empezar por confiar en la ciencia y ayudar a deconstruir las teorías conspirativas.

@maurimm

Analista internacional.