Mejor en casa que en el panteón

En contra de la costumbre y las tradiciones, quienes tienen el hábito de acudir a los panteones los días 1 y 2 de noviembre para visitar las tumbas de sus familiares, deben de comprender que ahora no es pertinente acudir porque se corre el riesgo de que aumenten los casos de Covid-19, lo que a nadie conviene.  

Es cierto que en Chiapas ha habido en los dos meses recientes una disminución importante de contagios y de fallecimientos sin que haya una explicación lógica convincente más que el uso no generalizado de cubrebocas y el lavado de manos, entre otras medidas, pero más vale tomar todas las precauciones posibles para evitar un repunte como está sucediendo en otros estados del país que de nuevo están sufriendo los estragos de la pandemia, tal vez porque descuidaron los protocolos correspondientes.  

Aunque duela y el corazón se ponga triste, habrá que asimilar que desde que llegó la enfermedad en marzo pasado, todo ha cambiado y muchas cosas tienen que realizarse de manera distinta por primera vez, como ha sido en estos ocho meses en que casi todas las actividades tuvieron que suspenderse o modificarse.  

A la mejor las disposiciones de las autoridades de salud se acatan en los panteones ubicados en las zonas urbanas, pero es casi seguro que en las comunidades indígenas no lo harán, a menos que los ayuntamientos respectivos traten de concientizar a la población acerca de los riesgos que se corren con las concentraciones masivas, aunque como en general los indígenas no creen en el coronavirus, difícilmente les harán caso. 

 ¿Cómo hacer para que se suspenda la tradición en Romerillo, municipio de Chamula, por ejemplo? Desde hace años esa localidad se ha convertido en todo un símbolo de la celebración del día de los difuntos, no sólo en ese lugar, sino en Chiapas por la forma en que recuerdan a sus familiares con mucho colorido, con música, danza y con la colocación de cruces de varios metros de altura en la parte alta del cerrito en que está el camposanto, adornadas con flores y ramas de pino.  

Claro que desde hace algunos años se ha perdido en parte el sentido de conmemorar la fecha, pues se ha convertido en una feria con la colocación de juegos mecánicos y venta de muchos productos, empezando por las bebidas alcohólicas.  

Si por la fuerza de la costumbre las autoridades no pueden impedir que las personas asistan masivamente a esos sitios el 1 y 2 de noviembre, cuando menos deben de exhortarlas a que mínimamente usen cubrebocas, procuren guardar la sana distancia y se laven las manos constantemente.  

Por lo mismo, será importante que coloquen depósitos con agua y jabón a disposición de los asistentes. Ojalá que después de estas fechas no vayan a venir las consecuencias y que como en mayo, junio y julio, los meses críticos, los hospitales se saturen de nuevo y se tenga que reducir la movilidad de las personas. 

A diferencia de las zonas urbanas, en las comunidades los panteones no están bardeados, por lo que es casi imposible controlar el acceso de la gente. Entonces, no queda más que procurar regular la entrada para evitar aglomeraciones en la medida de lo posible. 

El asunto tiene que tomarse muy serio, ya se está viendo que en algunos países de Europa han repuntado los contagios de la enfermedad. El panorama está muy preocupante. 

Conforme se va uno enterando cada vez más de casos, se da cuenta del verdadero dramatismo. Sólo las familias que han padecido la enfermedad o han tenido la desgracia de perder a algunos o varios de sus integrantes, saben con toda certeza el calvario y el sufrimiento que representa contaminarse de coronavirus. 

Pareciera que la misma disminución de contagios ha provocado que muchas personas se confíen y olviden que la pandemia sigue activa y que estén tratando de hacer su vida con la normalidad a la que estábamos acostumbrados. Lo peor que nos puede pasar es pensar que ya no hay riesgos y tratar de reaccionar o lamentarse cuando sea demasiado tarde. 

Por ello, este día de muertos mejor recordemos a nuestros familiares en casa con un altar adornado con flores, con velas, con su fotografía y con los alimentos de su preferencia para evitar riesgos de contagio y el peligro de ir a dar irremediablemente a un cementerio. Total, las almas están en todas partes, no en las tumbas. Desde donde estén, los parientes que se han adelantado, seguramente lo agradecerán. 

Picotazos

Muchas personas se preguntan qué sucedió para que las autoridades estatales rompieran la dinámica que traían de no permitir bloqueos en las carreteras, pues en los meses recientes han incrementado los cierres de vías de comunicación sin que se vea acción alguna para evitarlo. Al principio de la administración desaparecieron en gran medida este tipo de protestas que en los sexenios anteriores eran cotidianas y que tanto dolor de cabeza ocasionaron a la sociedad. Sin embargo, desde hace varios meses algunos grupos han regresado a las andadas impunemente, lo que ha generado mucha inconformidad de distintos sectores que exigen que se aplique la ley, ya que no quieren que se regrese a años atrás en que antes de salir hacia algún lugar había que preguntarse cada día en qué puntos serían los bloqueos. Algunos grupos se manifiestan de esa forma con fines electorales y muchas veces las autoridades no aplican la ley. A menudo son encabezados por dirigentes que se transportan en lujosas camionetas de modelo reciente, exhibiendo cadenas u otras joyas de oro, cual agentes del Instituto Nacional de Migración o policías federales. Las autoridades argumentan, a veces, que no pueden detener a los líderes por temor a las protestas, que de todos modos las hacen en perjuicio de la sociedad. Y todavía tienen el descaro de decir que no están cometiendo delito alguno, como si no existiera el de ataques a las vías de comunicación. ¿Qué culpa tienen las personas que necesitan llegar al aeropuerto, a una cita médica o a alguna otra urgencia de la sed de dinero de los dirigentes? ¿Por qué no se aplica la ley y ya, sin violar derechos humanos?