Aunque el término síndrome burnout no figura en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, su uso es aceptado. “Síndrome de desgaste profesional”, “síndrome del trabajador consumido”, o “síndrome del quemado” son las traducciones más usadas. Lo padece, sobre todo, el personal sanitario, pero, como lo explican sus características (vide infra), lo sufren también quienes están expuestos al estrés asociado a las interacciones humanas entre trabajador y cliente(s), donde el segundo demanda atención y resultados. También lo experimentan deportistas, teleoperadores, militares, consejeros matrimoniales (obvio) y trabajadores sociales.

Quienes más lo padecen son los encargados de atender enfermos: médicos, enfermeras, camilleros, psicólogos y terapeutas. Destaco las características principales del síndrome de desgaste profesional: 1. Respuesta inapropiada al estrés. 2. Cansancio debido a sobrecarga laboral. 3. Imposibilidad para resolver la carga de trabajo. 4. Agotamiento emocional. La suma anterior deviene cambios negativos: despersonalización, cansancio, disminución de la autoestima y otros síntomas que impiden laborar en forma eficiente: insomnio, cefaleas, ansiedad, letargo.

Los galenos que trabajan largas horas en instituciones gubernamentales o durante la formación médica —residencia—, así como el personal de enfermería, son las poblaciones más proclives a desarrollar el “síndrome del trabajador consumido”. Basta pensar en el desgaste contemporáneo debido a la pandemia por Covid-19. Las viejas observaciones de Sir James Paget, cirujano y patólogo británico, publicadas en 1869, “Lo que será de los estudiantes de medicina”, son un análisis minucioso del desarrollo de 1,226 alumnos de los cuales el afamado Paget fue tutor. Cinco pupilos se suicidaron. Aunque en esos tiempos el término síndrome burnout no existía, ahora se infiere que ésa fue la razón por la cual se quitaron la vida.

El término burnout no procede de la literatura médica. Graham Greene lo acuñó en su novela A Burnt-Out Case (“Un caso acabado”), cuya historia ilustra el agotamiento y el hastío: un arquitecto belga, mundialmente célebre por sus iglesias, al cumplir sesenta años repasa su vida y concluye que no está satisfecho ni con sus logros ni consigo mismo. Decide alejarse en busca de soledad y viaja al Congo para encontrarse a sí mismo: “Ningún noble motivo me trajo aquí. Me busco a mí mismo”. La novela está ambientada en un hospital para leprosos; al lado de los enfermos, Querry, el arquitecto, se da cuenta de cuán agotado estaba en su trabajo e identifica sus males con las personas enfermas de lepra. La metáfora de Greene es la antesala del síndrome burnout (paréntesis obligado: Greene trabajó como reportero en México; su odio hacia nuestro país puede leerse en su libro de viajes, Caminos sin ley).

Los médicos rebasados por su trabajo no atienden con presteza a sus enfermos. Aunque desde hace muchos años se ha escrito al respecto, poco se ha avanzado. La implementación de la “medicina electrónica”, las exigencias de compañías aseguradoras y de hospitales ha impuesto mayor trabajo burocrático y menguado el tiempo de estudio y descanso. Además, la deprivación del sueño, propia de los médicos en formación, profundiza el burnout. Los galenos víctimas consumen drogas, padecen depresión y tienen ideas suicidas en mayor grado al compararlos con otras profesiones.

El tiempo enjuto, sobre todo en hospitales gubernamentales, afecta la ya de por sí vilipendiada relación médico-paciente e incrementa las demandas contra la profesión. En Estados Unidos la mitad de los médicos padecen burnout, más del doble de la población general. No sorprende, por tanto, que el mayor número de reclamaciones contra doctores no sea por negligencia sino por la falta de escucha. Sumidos en la pandemia, la labor de los médicos y paramédicos ha sido admirable. No así la de las autoridades morenistas.