El triunfo de Gustavo Petro en Colombia reanudó el debate sobre el futuro del socialismo en Latinoamérica. Se trata de la llegada del primer presidente socialista al país que nunca había experimentado lo que la izquierda puede, no puede o echa a perder. Por incierto, el efecto sobre el futuro de Colombia será de pronóstico reservado. No se sabe que harán en contra de un gobierno de izquierda los grupos ultraderechistas colombianos o el Departamento de Estado en Washington D.C. que ha tenido en Bogotá un aliado histórico. ¿Dejarán a Petro trabajar y cumplir sus promesas?

Independientemente de lo que pueda pasar, el mapa del Continente se ha alterado políticamente. Por lo pronto, el socialismo brasileño ha recibido el triunfo de Petro como un impulso a la candidatura de Lula da Silva. No en vano Lula fue promotor de la candidatura de Petro, urgiendo a los colombianos pobres a votar por la esperanza, considerando socialismo y esperanza como sinónimos. AMLO utiliza el binomio socialismo-esperanza con particular éxito.

El triunfo de Petro apuntala la campaña de Lula porque será un incentivo para cancelar el proyecto ultraconservador de Bolsonaro. Con la llegada del socialismo a Colombia, la región se pinta casi de rojo, como si fuera el regreso del socialismo propuesto por Fidel Castro en los años sesenta, cuando el sostén del movimiento era entonces más soviético que ideológico. Por lo pronto, se adivina ya una futura integración latinoamericana, no necesariamente por razones económicas o comerciales, sino por algo menos material, aunque no menos importante, como los dogmas. En la presunta integración ni siquiera hay que contar a los países dirigidos por los tres sátrapas (Cuba, Nicaragua y Venezuela) sino presidentes poderosos que podrían diseñar un plan de integración.

Hablamos de países como México, Argentina, Chile, ahora Colombia y próximamente Brasil que podían generar un pacto integracionista que pondría de cabeza a la ultraderecha latinoamericana. En alguna medida levantaría las cejas de Estados Unidos que lleva decenios sin mostrar interés en la región. Pondría a salivar a China, en su proyecto expansionista, que ya tiene un pie metido en Argentina. Me parece que México puede jugar al socialista, pero será un grave error, con consecuencias impredecibles, romper la sociedad económica y comercial con Estados Unidos y Canadá.

En cuanto al socialismo en Latinoamérica, actualmente ya no tiene nada que ver con los sueños marxistas. Si bien las propuestas siguen validas en lo general, particularmente en regiones tan lastimadas por la desigualdad y las injusticias sociales, los planteamientos de lucha de clases y triunfo del proletariado son reliquias de la historia económica.

En términos generales, la sociedad masiva de estos días se ha desideologizado. Más que posturas ideológicas abstractas hay un interés concreto por vivir mejor. El aspiracionismo que critica AMLO es un motor de las sociedades modernas. Hay en efecto un interés por la inclusión, la justicia social, la protección del medioambiente, pero el socialismo tendrá que jugar con otras olas que no dejarán de mover a las masas: la globalización, las migraciones, la información abierta a todos, el consumismo inevitable, la pluralidad y la democracia no tienen signo ideológico o partidario. Me parece que regímenes socialistas o neoliberales son clichés infructuosos, lo que en realidad hace falta son gobiernos eficientes y honestos, independientemente del credo o catecismo que sostengan en los que pocos—cada vez menos— creen y practican.