Habitan el mundo cerca de 8 mil millones de personas. Han fallecido debido a la pandemia un millón y pico de seres humanos. Y pico significa los nuevos muertos, los de hoy, los de mañana. Y pico tiene otros significados.

II. Hay un sinnúmero de muertos invisibles para la estadística. Invisibles significa no ser parte de la casuística. El cadáver está ahí, es memoria, es dolor, es la vida que se fue sin aviso previo. Cáncer e infartos avisan y generan conciencia: el cuerpo ya no es como era. Incluso en sociedades violentas, los asesinatos o los desaparecidos poco a poco se han convertido en otro renglón ya casi normal de la muerte.

III. Las estadísticas son esenciales para la salud o la enfermedad de cualquier gobierno. En medicina son vitales. Ningún gobierno, ni los del llamado Primer Mundo, sabe con certeza cuántos habitantes han perecido víctimas de SARS-CoV-2. La falta de certezas es mayor en los países pobres: el número de seres humanos innominados es inmenso. Casi todos los pobres cuentan con acta de nacimiento. Engrosan los números oficiales. Muchos de ellos, sin embargo, son entes transparentes, no cuentan con credenciales y carecen de interés para las industrias farmacéuticas y para las compañías de tecnología.

IV. Al inicio de la pandemia las cifras y los expertos hablaban de poblaciones de riesgo. Viejos, diabéticos, hipertensos y enfermos inmunosuprimidos conformaban ese entramado, i.e., comorbilidad en el lenguaje médico. Esas ideas, aunque vigentes han cambiado. No fue el virus quien desdijo a los expertos. Fueron dos realidades. La primera se refiere a la falta de preparación, incluso en países ricos, de unidades médicas de terapia intensiva. Camas, ventiladores y galenos fueron insuficientes ante la embestida del virus. Muestra de ello es el número de muertos, en todo el mundo, del personal sanitario encargado de lidiar con la pandemia. La segunda se refiere a la enfermedad de la pobreza. En países donde la miseria impera desde hace décadas, el hacinamiento, la falta de información y la imposibilidad de acceder a centros hospitalarios funcionales incrementaron el número de decesos a destiempo de los segmentos depauperados.

V. Nunca he entendido por qué los expertos en salud y economía no consideran que la pobreza sea una enfermedad. Absurdo. Mueren más personas en el mundo por las consecuencias de la pobreza, i.e., hambre, aguas insalubres, falta de educación y escasa atención médica que por otras enfermedades (ignoro si la suma de muertos por pobreza es mayor que la suma de todas las patologías). La pandemia causará más estragos debido a la pobreza.

VI. No hay país cuya economía no haya sido víctima del virus. El incremento en el desempleo, la contracción de la economía, la disminución del PIB, retratan la tragedia económica disparada por Covid-19. Las naciones pobres, hundidas desde antes, se hundirán más.

VII. En enero se informó del primer deceso por Covid-19. Han transcurrido casi nueve meses. Han fallecido poco más de un millón de personas y se han infectado 32 millones. Es ético y obligado no creerles a dichas cifras. Hacerlo implica creerles a los políticos. De hecho, los políticos deberían ser considerados una enfermedad agresiva, letal. De los 203 países que alberga la ONU, en 198 se han informado casos de Covid-19. El virus viaja y contagia y por ahora no hay cómo frenarlo. Vive con y entre nosotros. La falta de certezas políticas hiede. No hay visos del final.

VIII. El dolor exige respuestas. El despiadado espacio no admite más palabras. Regreso en una semana.