*Marihuana y coca

*Socios a la vista

Ya he contado las desventuras del boliviano Jaime Paz Zamora, presidente de su nación entre 1989 y 1993 –antes de que llegara la dictadura de Evo Morales, perpetuado en el poder bajo la pátina de las culturas ancestrales y por desgracia excluyentes quien sigue al acecho con sus marionetas-, cuando decidió llevar a la gran Exposición Mundial de Sevilla, en 1992, un fajo de plantas de coca para intentar sacudir al producto del estigma universal basado en la refinación del mismo hasta convertirlo en cocaína, la droga con mayor cobertura en el primer mundo, lujo de los cárteles colombianos de aquella época. Fue un sacudimiento, pero ni así las tuertas autoridades españolas –que sueñen ir con retraso casi a mano con El Vaticano en los temas humanitarios-, cedieron: las maletas del mandatario sudamericano fueron incautadas, con violación a los derechos diplomáticos, y este no pudo hacer demostración alguna sobre las facultades medicinales del cultivo considerado pernicioso.

Casi un cuarto de siglo después, el debate sobre la mariguana toma una perspectiva similar. En la Secretaría de Salud, por donde sobrevoló José Narro Robles, exrector de la Universidad Nacional, no es poco frecuente observar y oler a la marihuana y a los marihuanos, ni siquiera cuando encabezó la cruzada para suavizar las restricciones por el uso de cannabis y permitir incluso la portación de hasta 28 gramos de la misma equivalentes, nada menos, a 11 carrujos, estimo más que suficientes para el consumo diario de los adictos. Y no se diga alrededor del Senado de la República en donde huele a marihuana gracias a la ahora “embajadora” Jesusa Rodríguez -quien mejor está para una revista de truculencias-.

Por cierto, huele mal en los jardines cercanos y en algunas esquinas cercanas a mi departamento de la Delegación Miguel Hidalgo, cuya exjefa delegacional la panista Xóchitl Gálvez Ruiz tiene una hermana, Jacqueline Malinali, quien fue aprehendida en 2012 como integrante de la banda de secuestradores Los Tolmex.

La antigua delegada insistió en que nadie debería ser cuestionado por las decisiones y conductas de otras personas así fueran sus familiares; y tenía razón a la vista de que, en todo hogar, siempre suele saltar un arroz negro y con gorgojo. Pues bien, basta caminar por las calles, antes menos infectadas, para sentir el desagradable tufo –para mí y creo que para muchos-, de la “mota” encendida como si ya fuera parte del estatus social o de la rebeldía mal encaminada hacia la burda manipulación de las masas. Me cuesta creerlo pero lo atestiguo a diario; hoy, especialmente.

A los torpes legisladores, sólo expertos en cuanto a las negociaciones hábiles con los operadores de la superioridad, obedientes como niños o adolescentes castigados al serles negados sus juegos electrónicos, no se les ocurrió que si se trataba de aprovechar las venturas curativas de la marihuana podría limitarse el consumo, no a los drogadictos que suelen enloquecerse, sino a los enfermos con padecimientos de ansiedad, hipertensión e incluso orgánicos. Esto es, para tener derecho a los tales veintiocho gramos de cannabis debería ser necesaria una prescripción, una receta vamos, expedida con tiempo de caducidad al igual que como se hace con los antibióticos y otros curativos cuyo control es indispensable para evitar abusos o tomas compulsivas de los mismos.

Solo así podría avalarse con corrección el uso y transportación, bajo control más estricto, de un producto con altos índices de adicción. Pero, claro, no es así. Los legisladores, algunos gobernadores, incluso destacados miembros de la célebre “cofradía de la mano caída” –entre ellos Emilio Gamboa Patrón y Bernardo Sepúlveda Amor-, así como el actual Rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers, festejaron en grande. Les aseguro que hoy los jardines de los “pumas”, como otros de centros de estudios preparatorianos y superiores, exhalan el humo sin que nadie explique cuáles daños pueden ocasionar al organismo, bastante más que los cigarrillos simples o los excesos del alcohol.

En lo personal estoy a favor de una mayor regulación de las drogas –no sólo la marihuana cuyo primer empresario, ya lo sabemos, será el señor Fox junto a su icónica consorte-, siempre y cuando se cubran los flancos para que se destinen fundamentalmente a la farmacéutica y se expidan con mayor rigor, esto es con recetas muy elaboradas y con el debido registro oficial, para evitar un aumento incontrolable que pueda ser brutalmente dañino sobre todo para los nuevos consumidores reclutados desde la secundaria.

¿Pensó en lo anterior el ex Peña? ¿Lo consideraron así los legisladores manos sueltas? Lo dudo mucho porque la “modernidad” obliga muchas veces a elevar la moda y la tendencia, guiadas por el poder presidencial, a favor de nuevas costumbres cuyos costos no son impedimentos ni interesan para preservar lo superior: la salud del colectivo. Y, claro, los efectos se sentirán al mediano plazo mientras al corto los aires de la ciudad se llenan de tufos desagradables al olfato y tontamente contaminadores.

Sí, la marihuana y la cocaína tienen elementos curativos innegables. No olvidemos, aunque sea sólo una muestra, que el refresco más popular en el mundo –“las aguas negras del imperialismo”, les llamaba mi padre jocosamente-, haya surgido de un jarabe, ofrecido en las boticas del siglo XIX –desde el ocho de mayo de 1886, con ciento treinta y tres años de existencia glamurosa por lo que la efeméride merece un carnaval-, destinado a disminuir las molestias de las jaquecas y los malestares de ansiedad –así como la famosa pasiflora-, sin medir que su consumo causaba tal adicción que se convirtió en bebida refrescante distribuida por una de las empresas trasnacionales más exitosas y rendidoras de nuestro globo terráqueo. Hasta en el Everest –me cuentan- hay máquinas expendedoras.

loretdemola.rafael@yahoo.com