Bancarrota moral

El viernes pasado el Congreso de Estados Unidos aprobó 4,600 millones de dólares en fondos para financiar las actividades de seguridad nacional en la frontera con México, incluyendo dinero para atender la crisis humanitaria causada por la inmigración centroamericana. El voto en la Cámara de Representantes se dio en una guerra intestina entre fracciones del Partido Demócrata.

La líder de los “diputados” federales, Nancy Pelosi, sufrió una sonora derrota al verse obligada a aceptar la iniciativa del Senado que incluye el financiamiento para que el gobierno continúe con su estrategia migratoria inhumana, sin imponer límites, estándares o controles sobre cómo se trata, se hospeda y procesa a los inmigrantes para evitar abusos. Y el hecho ocurrió, sí, en una batalla política doméstica que en esta ocasión se vio influida por un inesperado aliado de la Casa Blanca: el gobierno de México.

Los legisladores demócratas, incluyendo a Pelosi, impulsaron una legislación que imponía controles y estándares sobre cómo tratar a los inmigrantes, etiquetaba el dinero en prioridades humanitarias y evitaba prácticas crueles de las autoridades migratorias. No obstante, esta versión legislativa nunca sería firmada por el presidente Donald Trump y colocaría a los demócratas como políticos débiles en seguridad nacional que obstruyen los recursos para atender la emergencia.

Pero México con todo y su política de no intervención, se convirtió en la espada que Trump usó en contra de sus adversarios para forzar el resultado legislativo. En declaraciones y tweets, el presidente y sus lacayos repitieron: “México hace más por controlar la inmigración ilegal hacia Estados Unidos que los demócratas. De hecho, los demócratas no hacen nada pues quieren una frontera totalmente abierta”, en alusión al despliegue de 6,300 efectivos de la Guardia Nacional a la frontera con Guatemala, y otros 15,000 a la frontera con Estados Unidos.

El acuerdo entre México y la Unión Americana para evitar imponer aranceles a las importaciones mexicanas produjo una situación sin precedente de ocupar militares para contener la migración. Esto ocurrió ante el bullying de Trump, quien se adjudica el crédito de las medidas emprendidas por su vecino del sur. Por ello, internamente resultó imposible que los demócratas fueran dique de contención a las prácticas de la Casa Blanca. La narrativa fue: “hasta México” despliega recursos y contiene a los migrantes. Por lo que el costo de ser vistos como obstruccionistas, así sea con buenas intenciones, sería un suicidio político.

Cuando un país usa efectivos entrenados en el arte de la guerra para detener a familias que huyen desesperadas de la violencia, la persecución y el hambre, es la bancarrota moral de esa nación. Lo que jamás imaginé fue que usaría estas líneas para describir la política no de Estados Unidos sino la de mi patria, México.

Es una abominación que personal castrense ocupe sus energías en ir detrás de quienes buscan refugio de los horrores.

Quizá el presidente López Obrador hace lo que puede para evitar una mayor catástrofe económica que la que él mismo ha causado, al parar los aranceles usando la Guardia Nacional como policía migratoria. 

Pero que nadie olvide que hoy su gobierno es un aliado de facto de la política cruel e inhumana de Donald Trump. Si el presidente de Estados Unidos gana la reelección, México estará jugando a su favor con las políticas emprendidas, pero si ocurre lo contrario, habrá que prepararse por ponerse del lado del basurero de la historia y por picar la cresta a los demócratas.